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jueves, 5 de abril de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá








 
























No podía creer todavía en las palabras de Miguel. Recién había apagado el celular y me parecía una broma. Morgan, porque de él acordamos que no se puede decir el nombre, me invitaba a mí, a Miguel y a otros amigos a una reunión en su casa. ¿Pero cómo me puede querer ver de nuevo a mí si estuve de lo peor en tu casa? le había dicho. Dice que le encantaste, que lo pasó muy bien en casa y hace una reunión para celebrar el nuevo contrato para filmar una película, su nueva novela. No entendía, había hecho un esfuerzo sobrehumano para quedarme ahí, en la casa de Miguel, casi no había hablado, ese hombre Morgan me parecía demasiado extraño, demasiado exitoso, demasiado charlatán y ahora me invitaba a una reunión en su casa. Deduje que sólo podía intrigarle mi reserva, mi silencio, o tal vez estuviera empecinado en pertenecer al círculo de amigos escritores y artistas de Miguel, un artista visual con obras en las mejores galerias de New York, París, Buenos Aires y ahora también sus obras iban a Dubai.




- Está bien, dije, voy a ir, lo voy a hacer por vos, por la amistad que tenemos desde hace tantos años, pero esta vez voy a ir acompañada por una amiga.


- ¿Y quién es esa amiga que querés traer? dijo Miguel.

Una psicoanalista de Buenos Aires.


No me había resultado fácil convencer a Rosa Té para que me acompañara a la reunión en la casa de Morgan.


- ¿Y quién es? - preguntó Rosa Té
- Un escritor y artista, un amigo de Miguel, mi amigo
- ¿Lo conocés?
- Lo ví una vez, dos, lo vi en la casa de Miguel, me invitó a una reunión
- No será uno de esos plomos que no hablan ¿no?
- Para nada, al contrario, habla demasiado, no para de hablar, acapara toda la atención.
- ¿Y por qué se te ocurre que yo la voy a pasar bien en esa reunión?
- Ah, no, garantías no hay, no sé cómo va a ser, nunca fuí a la casa, casi no lo conozco y es más, casi huí la otra noche de la casa de Miguel.
- A lo mejor es divertido
- Puede ser
- ¿Y dónde es la casa?
- Me dijo Miguel que vive en un barrio exclusivo, con embarcadero, Morgan tiene un barco amarrado en la puerta de la casa.
- ¿Y a vos te parece que yo le puedo interesar al amigo de Miguel?
- ¿Y por qué no?, Rosa
 
Rosa Té me ponía entre la espada y la pared. Tenía que ofrecer garantias de algo que no tenía la menor idea de cómo iba a resultar. Como siempre, ella quería tener garantías de todo: de la amistad, de los horarios, de las afinidades. Estábamos ahora en un bar, cerca de la playa, lejos del bar de Pirata. Un bar con techo de chapa donde colgaban plantas y un guacamayo de un aro. Rosa Té había pedido un agua saborizada. Como todo el mundo ahora, en lugar de café, té, o una gaseosa, todo el mundo pedía agua saborizada. Yo no, yo había pedido un agua mineral.


- Mi mamá tiene un amante nuevo - dijo Rosa Té
- Tendrías que olvidarte de los amantes de tu mamá.
- No puedo, toda la vida fue igual, tuvo maridos, amantes, maridos y amantes al mismo tiempo, es algo que no puedo olvidar. Es imposible competir con ella.


Nuevamente el tema fijo, la obsesión de Rosa Té con la madre y sus maridos y los amantes de su madre, era casi imposible que el tema no se instalara en las conversaciones con Rosa Té.



- ¿Por qué no hablamos de filosofía? - dije
- Tenés razón ¿qué filósofo elegimos hoy?
- Spinoza, Las cartas del mal ¿te parece bien?
- Sí, sí, hablemos de Las cartas del mal - dijo la psicoanalista




(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 
 
 

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