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martes, 10 de abril de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela - fragmento





















De la antigua amistad con Miguel, Lila consideraba que poco o nada quedaba. La amistad se había ido transformando en una relación casi de conocidos, o tal vez de extraños, en la que Lila ya no tenía la misma confianza que antes. En realidad no había habido una traición, pensaba Lila, en esa amistad, sino un alejamiento, una extrañeza donde ya ninguno de los dos, ni Lila ni él eran los mismos. Sin embargo, pensaba Lila, había que darle a Miguel una oportunidad ¿hasta cuándo? ¿hasta qué punto Miguel no era el mismo? ¿hasta qué punto la fama, los nuevos amigos, la nueva situación económica lo habían hecho cambiar? ¿hasta qué punto Lila era Lila? ¿hasta qué punto Lila era la mujer que Miguel había conocido hacía muchos años? Miguel tenía demasiados amigos nuevos, había accedido a un mundo en el que Lila no tenía muchas ganas de estar. Prefería sus caminatas al lado del mar, su concentración para escribir, sus lecturas, salir con alguna amiga, escapaba de las fiestas ruidosas, de las reuniones con mucha gente, de la frivolidad. Pero ¿se podía poner a prueba una amistad? ¿era necesario? ¿hasta dónde quería llegar Lila? ¿no era más cómodo y más fácil dejar pasar las cosas? Había aceptado ir a la fiesta del amigo de Miguel, ese escritor, y también se decía artista, llamado Morgan, porque acordamos que el nombre no se puede decir, y esta vez no iría sola sino con Rosa Té, la psicoanalista. La fiesta sería en el exclusivo barrio con embarcadero cerca de la playa. Acordaron con Rosa Té ir en un remise, en este caso era un jeep que las llevaría por la playa hasta la casa de Morgan, cerca del acantilado. Cuando llegaron a la casa, después de pasar por la barrera de la entrada, Lila y Rosa Té tenían puesta una pulsera de papel con un número como identificación. Cuestión de seguridad. En la fiesta había muchos invitados y una música estridente. Morgan estaba en la entrada, y saludaba a los que iban llegando. Vestido íntegramente de blanco, pantalones, camisa y zapatos, Morgan parecía el personaje de una película donde él era el protagonista, el guionista y el director. Tal vez lo fuera. Morgan saludó a Lila y a Rosa Té y amablemente les indicó que se ubicaran en la terraza.

- ¿Cuál de ellas ? - preguntó Lila

Morgan sonrió y dijo: - La que prefieran.

La casa tenía tres pisos y dos terrazas y en los dos lugares había invitados, mozos que pasaban con bandejas sirviendo tragos y bocaditos y Lila se decidió por la terraza más cercana. En ese momento vio a Miguel, había llegado antes y conversaba con un grupo de personas sentados en una de las mesas adornadas con flores y velas. Rosa Té dijo que a ella le gustaba el lugar, y Lila no dijo nada pero se sentó en la misma mesa de Miguel y su grupo de amigos.
La música era estridente, había una orquesta y uno de los músicos tocaba el saxofón. Cerca, se podía ver el barco de Morgan, amarrado. Había algo de viento y el barco se bamboleaba. En el agua, se reflejaban las luces de la casa y también la luna, era una noche estrellada.

Una de las puertas, la que daba a la terraza donde estaba Llila estaba abierta y dejaba
ver el interior del living: un gran cuadro de colores estridentes ocupaba la pared del fondo.

- Uno de tus cuadros - señaló Lila mientras miraba a Miguel.

- Sí - dijo Miguel, de mi época abstracta.

- Lo recuerdo bien, lo estabas pintando en tu época de Pollock.

- Es cierto - cuando viajaba seguido a Nueva York, la obra de Pollock me inspiraba.

- Tu amigo ¿te compró muchos cuadros?

- Algunos

- Todavía tengo en Buenos Aires el cuadro de tu época cubista - dijo Lila. - Ese lo puse en el living.

Mientras Lila y Miguel hablaban de las pinturas, Rosa Té había entablado conversación con una de las mujeres del grupo ahí sentadas.

- ¿Es amiga de Morgan? - preguntó la mujer

- En realidad no, me invitaron pero no soy amiga

- ¿Escribe?

- Tampoco, soy psicoanalista

- Ah - contestó la mujer, mirando a Rosa Té a los ojos

- ¿Y usted? - preguntó Rosa Té

- Amiga, amiga de Morgan y de la mujer

Lila se disculpó y se dirigió hacia la casa. Para llegar al living tuvo que deslizarse en zigzag, habían llegado más invitados, algunos se habían quedado de pie, bebiendo tragos, otros bailaban y Lila tenía una idea que le daba vueltas en la cabeza desde que había aceptado la invitación. La biblioteca estaba al fondo de la casa, había que atravesar dos livings y un comedor hasta llegar ahí. En todos los lugares había gente, algunos sentados, otros alrededor de las mesas que tenían platos de fiambres adornados con frutas. Finalmente, Lila había encontrado la biblioteca, la puerta de madera estaba semiabierta y entró.







(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

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