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martes, 10 de enero de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)































"Privado" era el mensaje que se podía leer en la puerta. Antes, había entrado en una habitación, al azar. Había golpeado antes de entrar. Nadie contestaba. Como siempre, el olor a dinero y a lujo lo impregnaba todo.
Estudiaba la habitación. Tenía cuatro puertas. Una, por la que había entrado. Otra, comunicaba con el baño. La tercera daba a la terraza del hotel. Ahí había una pileta con agua de mar. El mismo azul del mar se instalaba adentro de la pileta, entre las lajas blancas, como en una película o en un sueño.
Hubiera querido chapotear en el agua. Pero no lo hizo. Le quedaba por investigar la cuarta puerta. Estaba cerrada con llave. Seguramente comunicaba con la otra habitación. Se preguntó si cada una de éstas comunicaba con la otra, ¿cuál de todas daba directamente al acantilado? Desde ese acantilado, tal vez se podría salir en un barco. Salió al pasillo, en ese momento no había nadie. Intentó abrir otro cuarto. Tendría que convencer a alguien para que lo llevara al lugar exacto. Mejor era volver a la recepción.
El hombre de los bigotes finos y la mirada de cuis dijo que sí, que tenían una habitación con terraza y salida al acantilado, directamente al mar. Esa habitación era más cara. Y en ese momento la ocupaba un príncipe europeo.
Puso unos billetes delante del hombre y vio el brillo de la codicia en los ojos marrones del empleado del hotel.








(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

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