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sábado, 21 de mayo de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá (fragmento)




Créase o no, el novio de Leonor Martínez de Andrade, la madre de Rosa Té, la psicoanalista, era bastante perverso, además de vividor y gigoló. Tanto Rosa Té como su hermana no necesitaron mucho tiempo para darse cuenta de la clase de personaje que era. Lo vieron venir a mil leguas de distancia.
Ya lo tenían bastante estudiado cuando ocurrió la escena del cumpleaños de Leonor. Y ahí, gracias al mono se develó la verdadera edad de Leonor. Aunque nunca, ni siquiera las hijas habrían podido descubrirla.

La señora Leonor Martínez de Andrade, que aún después de muchos años de ser viuda continuaba usando el apellido de su primer marido y padre de sus dos hijas, era una especialista en máscaras. Le gustaba
disfrazarse aún ante los miembros más íntimos de su familia. Nunca, ni siquiera Rosa Té sabría quién era realmente su madre. Leonor nunca se lo hubiera permitido, porque, sostenía, que ella había tenido una vida
antes de casarse y de ser madre. Y esa vida le pertenecía sólo a ella. La vida de Leonor era una incógnita. Le hubiera gustado ser una estrella de cine ya que su belleza le auguraba una buena carrera en el espectáculo, le hubiera gustado ser una cantante, ya que su voz seguramente le hubiera dado para soprano. ¿Lo había sido? Sin embargo, un día determinado decidió casarse y tener hijos. A partir de ahí, cambió el rumbo, se alejó de sus fantasías para retormarlas después de quedar viuda. Y entonces fue cuando apareció ese hombre joven que como un  albatros el detective había visto nadar en la playa.



Ahora era el turno de Mariana. Contratada por Marta Agastizábal para seguir con la investigación. ¿Debería ir a ver a Rosa Té? se preguntaba mientras apartaba algunos objetos para guardar en la valija, la pequeña valija que la acompañaría en el avión. ¿Debería ir a ver a Leonor? ¿Qué podrían saber esas mujeres acerca de Willy Agastizábal? A veces un manto de silencio tapaba los acontecimientos. A veces los allegados a alguien como Willy decidían no hablar, olvidarse del tema, seguir con su vida. Mariana sabía que eso podía ocurrir, pero también sabía, se dijo mirando la pistola beretta que había acomodado en su cintura, que también podía ocurrir todo lo contrario. A veces mujeres despechadas con un hombre han decidido hablar, tal vez inventar, tal vez sólo por venganza. A veces hombres despechados con una mujer también decidían hablar, inventar, tal vez sólo por venganza. Entonces, decidió, iría a verlas ni bien el avión aterrizara en Montevideo.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

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