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viernes, 12 de noviembre de 2010

Extraños en la noche de Iemanjá - novela - Capítulo 6 (fragmento)



Novela policial 
Extraños en la noche de Iemanjá
Capítulo 6 
(fragmento)

…¿Por qué las personas mienten tanto? pensaba. Para vivir en sociedad es necesario saber mentir. Y él quería descubrir la verdad, por lo menos de la muerte de Willy Agastizábal. Entonces él no entraba en la trama de la mentira, no quería caer en su red ¿o tal vez sí? Algo detuvo sus pensamientos, sintió un terrible dolor en un pie y gritó,  la expresión de mansedumbre y éxtasis que tenía hasta hacía momentos había desaparecido y el pie le sangraba. Recién cuando vio la sangre en la arena se dio cuenta del terrible dolor causado por un cangrejo que le apresaba con sus pinzas los dedos del pie derecho. Ludwig  tenía los pies sobre la espuma de la orilla, sobre el encaje que se deshacía hasta convertirse en espuma. No había visto la resaca de ramas y vidrios rotos que cubría la arena mojada. Ludwig tironeó del cangrejo. Era rosado y lo arrojó al agua. Después se frotó los dedos con agua de mar.
                              El detective se preguntaba si el destino del cangrejo sería el vientre de algún pez o de algún hombre o, como los pulpos crecería en las grietas de las rocas a salvo. Sólo que seguramente, una vez que estuviera en el vientre de algún pez o de algún hombre no sería vomitado como Jonás por el vientre del pez, como dice la Biblia. Sino que sería triturado y digerido.

                                Detuvo la mirada en un charco que hasta hacía unos momentos no estaba ni tampoco estaría después. En el charco brillaban las escamas de un pez plateado retorciendo la cola. Lo observaba cómo se movía. Parecía un cometa. Después vino una ola y lo cubrió  y el charco y el pez desaparecieron de su vista. Cuando la ola se replegó hacia el mar, Ludwig vio el hueco sin nada y luego se apartó de la orilla. Su mente se apartó también de ese lugar de tan espléndida belleza. Sabía que también ese momento pasaría, sin duda ya había pasado, sin duda volvería a haber momentos parecidos otra vez, pero nunca iguales. Mónica hubiera hablado de Heráclito.  Se quedó así durante algunos segundos. Y casi enseguida escuchó el lejano canto de los nativos: "O mae, mae mae....".
                             A lo lejos, algunas lanchas se balanceaban sobre las olas como pájaros…”.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 
                             

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