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sábado, 27 de abril de 2013

Un globo rojo



Un globo rojo

Volvía a mi casa y antes de entrar lo ví, ¿a quién? al globo rojo. Estaba ahí, casi flotando en el aire. Era el mediodía, un día soleado, espléndido, tanto, que daba lástima volver, quedarse adentro. Y lo encontré, era un globo rojo que parecía reírse, se movía en el aire, apenas inmóvil, como un sueño.
¿Era de algún chico? seguramente, tal vez se le habría escapado, ¿qué hacía ahí? parecía jugar. Abrí la puerta, hay algunas cartas en el piso, el gato me saluda, pasa su cuerpo  por mis piernas, un saludo fugaz. Ahora suena  la campanilla del teléfono, atiendo y  una voz metálica me hace preguntas de una encuesta que no voy a contestar, cuelgo.
Es mediodía, el sol está en lo alto, las hojas de las plantas brillan apenas húmedas, algunas hojas secas y amarillas, doradas,  también dan vueltas en la calle amontonándose en los cordones de la vereda, en las esquinas. Olvido el globo y me dedico a otras cosas, a encender la notebook, tomo un sorbo de agua, contesto algunos mails. Es un alivio contestar algunos mensajes, sé que no tendré que hacerlo después, más tarde. Podré pensar en otras cosas, trabajar, leer. Las voces estridentes de los niños, salen de la escuela, son como el mediodía, alegría pura. Algunos pájaros vuelan de vereda a vereda cruzándose en el aire, deteniéndose en los cables ¿de teléfono? no sé, hay tanto cablerío en esta ciudad. Ellos cantan, los escucho.
Picasso decía  que para  entender el  arte había que preguntarse qué dicen los pájaros. Estoy segura que los pájaros hablan entre ellos, se comunican y muy bien. Dentro de unos minutos, ¿media hora? tendré que salir nuevamente, apagar la notebook, cambiarme, ¡actitud!. Las cartas quedarán por ahí, sin abrir, hasta más tarde. Ahora no tengo tiempo de leerlas. ¿Qué apuro hay? Salgo, y antes de cerrar la puerta lo veo: al globo rojo. Recuerdo la película, El globo rojo. No es el mismo globo ni la misma película. El globo está ahí, flota en el aire, se mueve, se queda ahí, muy cerca, como si quisiera jugar. Llegó hasta ahí como un gato, sin que nadie lo llame. Me voy, lo dejo, hará lo que quiera seguramente, tengo que salir... Mientras camino pienso por qué ese globo rojo se quedó ahí, bailando apenas, por qué no lo empujó el aire, por qué no bajó la escalera. Sé que es inútil preguntarse esas cosas, nadie las va a contestar. Y me encamino hacia alguna parte, hay que llegar en el horario convenido, el tiempo corre y todo va muy rápido: los autos, las personas, los colectivos, los relojes, la vida misma. Me cruzo con personas que caminan rápido, que cruzan la calle sin mirar, algunos corren, corren.
La tarde, antes de que oscurezca tiene un raro sabor, un raro perfume a eso, a tarde. A algo que está antes de la noche, a algo que todavía tiene luz de día y preámbulo de oscuridad. La tarde tiene un compás de espera mientras dura el día, puede interpretarse de diversas maneras.
Para llegar adonde voy, hay que viajar, tomar un colectivo, caminar no, es lejos. Cuando un lugar se encuentra lejos hay tiempo para pensar. Y por suerte me he olvidado del globo rojo, y de todos los detalles y cosas sin importancia que fueron ocurriendo desde el amanecer hasta esa hora, la tarde. Porque ¿cuáles son las cosas que tienen importancia y cuáles no? Separarlas, separarlas siempre,  saber distinguirlas, ordenar. Hacer una lista de cosas importantes, despojarlas de las que no lo son, éstas, las que no tienen importancia, se caen como las hojas secas de los árboles. Lenguaje, palabras, Paideia, ¿Paideia? sí, los griegos tenían mucho tiempo para reflexionar. Y no como en esta ciudad, tan grande, tan hermosa, tan llena de árboles y de parques, donde corremos tanto, tanto, para llegar, simplemente para llegar.

Vuelvo, ya casi es de noche y el aspecto de las calles, de la ciudad ha cambiado. Las luces artificiales cambian el color de las cosas. Son luces de los faroles de los autos, de  las esquinas, de las calles, de las vidrieras que se quedan solas, mostrando la mercadería, sin las chicas que las venden en los negocios, que ya se han ido por suerte a sus casas, o a caminar por ahí, tal vez. Luces que le dan otro aspecto a la ciudad, que visten la noche, la encienden, una parte con luz, la otra permanece escondida.
Y no esperaba que el globo rojo estuviera ahí, pero sí está. Lo miro ya con indiferencia, tengo ganas de preguntarle algo que no debería: ¿por qué viniste? ¿qué querés de mi? Abro la puerta, y el gato aparece estirándose, se despereza de la larga siesta, me  mira a los ojos, a la cara y maúlla, como siempre hasta que le diga: ¡hola! Cierro la puerta, pienso que el globo rojo, tal vez se quede ahí o no, no sé. O que tal vez, cuando vuelva a abrir la puerta no esté más, como este día, como la tarde, o quién sabe.

(c) Araceli Otamendi