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jueves, 14 de noviembre de 2013

Relato: Un sábado a la tarde*



Un sábado a la tarde*

* relato de la Serie Tardes de madres


Planifiqué ese fin de semana. Estaba ese sábado y domingo sola con mis hijos. En realidad, sola es un decir. Íbamos a pasarlo en el club, seguramente iba a haber mucha gente. Habría muchos chicos y también muchos grandes. Compré unas témperas, acrílicos, papeles para dibujar y unas telas chicas, de unos veinte por veinticinco centímetros con bastidor para pintar. Era verano, mientras ellos jugaban a la pelota con otros chicos yo podría pintar. Ese era el plan: desenchufarme del trabajo de toda la semana, mirar los pájaros y las flores y pintar. Pero dicen que uno propone...
Habíamos terminado de comer, era un día espléndido y yo me había ubicado en una mesa cerca de unos árboles, a la sombra y me disponía a dibujar y a pintar. También preparaba los colores, los pinceles, las telas. Mis hijos jugaban más o menos a unos doscientos metros de distancia. Podía concentrarme en lo que estaba haciendo, no tenía necesidad de estar mirando todo el tiempo cómo jugaban. En eso se acercó  a mi un chico de unos nueve o diez años. Se llamaba Tadeo o algo así y a veces jugaba con mis hijos.
- ¿No jugás a la pelota?
- No - dijo él.
- ¿Por qué?
- Porque no tengo ganas.

El chico  miraba las témperas, los lápices y los acrílicos, interesándose cada vez más en lo que yo iba a hacer. Empecé a pensar que habría un cambio de planes...
- ¿Y por qué no tenés ganas?
- No sé...¿para qué son esos colores?
- Voy a pintar...
- ¿Qué vas a pintar?
- Algo que voy a dibujar...

Tadeo se quedó mirando lo que yo hacía, acercándose más y más a la mesa donde estaba. El padre, un hombre grandote, muy alto,  me miraba de lejos, observándome.
Me pareció que sería muy egoísta de mi parte no invitar a Tadeo a que dibujara algo, estaba muy interesado.Le di unas hojas de papel, un pincel y algunos colores para que hiciera lo que quisiera. Pero el tema no era ése. El chico estaba aburrido, la madre se había ido a caminar por ahí y el padre estaba mudo en otra mesa.
Después de un largo rato, el padre se acercó y se sentó en una mesa cercana y también miraba lo que yo hacía.  Seguí dibujando algo, mientras los pájaros cantaban y la luz del sol se asomaba entre las hojas de los árboles.
- ¿Qué tal? - dijo el hombre.
- Bien...
- ¿Te molesta?
- ¿Quién?
- Tadeo...
- No, para nada...
- Los estaba mirando...
- Ah, ¿si?
- Sí...
- En realidad tu hijo se acercó, le pregunté por qué no juega a la pelota con mis hijos y con los otros chicos.
- Vos tenés un hijo que se llama igual a otro hijo que tengo yo...- dijo el padre de Tadeo.
- ¿Y dónde está tu hijo?
- Lejos, muy lejos...
- Sí, ¿pero dónde?
- En un país lleno de nieve... me da tristeza ¿sabés?
- Ah...
- Casi nunca hablo de eso...
- Claro...
- Es de un matrimonio anterior, se fue con la madre y se quedó allá, con ella... hace años que no lo veo...
- Ah...
- Tu hijo me hizo acordar a él, cuando escucho que lo llamás, me acuerdo...
- ....
- Tu hijo hizo un dibujo...
- Sí...
En eso llegaron mis hijos, cansados de jugar a la pelota, transpirados, querían tomar algo, iban a seguir jugando. Limpié los pinceles, guardé los colores, le dije a Tadeo que se había terminado por el momento la sesión de pintura y me senté con mis hijos a comer algo. El color del cielo estaba cambiando, el verde de las hojas de los árboles se había oscurecido, ya no era tan luminoso. El río se agitaba a lo lejos, el sonido del tintineo de  las veletas de los barcos era cada vez más rápido.





miércoles, 30 de octubre de 2013

Entre mujeres 5- Halloween

Hallowen (Noche de brujas)

Era la tarde víspera de Hallowen o Noche de brujas. Se festejaba el cumpleaños de una amiguita de uno de mis hijos. La consigna de la fiesta era vestir con un disfraz alusivo a Hallowen. La nena que cumplía años era nueva en la escuela y la mamá quería que se integrara bien al grupo, así que invitó a todos los compañeros a la fiesta. Ya se estilaba y era de mal gusto no invitar a todos, pero ella insistió mucho en que no falláramos en llevar a nuestros hijos. Llevé a mi hijo al cumpleaños, era en la casa de los abuelos de la nena, y como era lejos decidí esperar en un bar para ir a buscarlo, porque era demasiado el viaje entre ir y venir.

Como yo, otras madres hicieron lo mismo, así que nos reunimos en un bar, cerca de la casa del festejo, para hacer tiempo y de paso conversar.

A algunas madres ya las conocía, otras se conocían desde hacía muchos años, dependía de la cantidad de hijos que cada una tuviera y de los años que se hubieran pasado buscando chicos en los cumpleaños, en las casas, o llevándolos y trayéndolos de la escuela.

Una de ellas era abogada, había varias en el grupo, era muy simpática y empezó a relatar cómo había conocido al marido. "Teníamos los dos treinta años, nos conocimos en una fiesta, el noviazgo duró tres meses, después nos casamos" dijo.

- ¡Qué rápido! - exclamó otra de las madres.

- Sí, todo fue muy rápido. Yo tenía treinta años y parecía de dieciseis. Se lo dije a él y él se rió. Era cierto. Se había encontrado con una chica de dieciseis años en una mujer de treinta. Nos enamoramos, nos casamos, lástima que duró tan poco...

- ¿Se separaron?

- No, él se murió. Soy viuda.

- ¿No te volviste a casar?

- No . contestó. No sería lo mismo. El gordo fue único, no se repetirá.

- ¿Y vos? preguntó ella a otra de las madres.

- Yo soy reincidente, me casé y me separé varias veces.

- Bueno, dijo riéndose la viuda, yo soy abogada, chicas, asuntos de familia, divorcios, así que ya saben...

- No, por ahora, yo no pienso cambiar de estado - dijo otra.

- ¿Cuál es tu estado?

- Separada, y estoy estudiando y además trabajo.

-¿Qué estudiás?

- Abogacía.

- Ah, vamos a ser colegas.

- Sí, espero recibirme pronto. Por ahora no tengo tiempo de salir con nadie, entre el trabajo, el nene y la facultad.

- ¿Ninguna está aburrida? - se me ocurrió preguntar

- ¿De qué? No hay tiempo de aburrirse. Estoy todo el día en el estudio, trabajando. LLego a casa y tengo que atender a mi hija, ¿cómo me puedo aburrir?

- ¿Cómo lo estarán pasando los chicos? - preguntó una de las madres

- Pienso que ellos bien...- dijo otra

- ¿Por qué decís ellos? - pregunté

- ¿No viste la cara de la abuela cuando vio llegar a tantos chicos?

- Ví una mujer de aspecto serio- contesté.

- Sí, sí, por eso...

- Menos mal que la casa es grande...

Después una de las madres empezó a contar anécdotas de los chicos y tomamos más café. Poco a poco las luces de la calle empezaron a encenderse. Faltaba poco para que se terminara la fiesta.

Fuimos caminando hasta la casa, era una noche espléndida y a medida que nos acercábamos a la casa se escuchaban más cerca los gritos de los chicos desde la calle. Toqué el timbre de la casa y abrió la puerta la mamá de la nena. Le habia cambiado el semblante, parecía muy cansada. Uno de los chicos pasó corriendo,vestido con una capa negra. Lo seguía otro también vestido con una capa negra y un sombrero. La casa tenía un jardín enorme y estaba adornada con calabazas de Hallowen. Había vasos de plástico, servilletas y adornos tirados en el piso, aplastados, como si hubiera habido una batalla campal. Enseguida apareció la abuela de la nena que cumplía años a saludar, parecía aliviada al vernos llegar. Mi hijo me sorprendió desde atrás con una máscara. Había varias nenas con sombreros de bruja, en punta. Faltaban las sorpresas, los caramelos y no sé qué más. La madre de la nena nos dijo que sería la última vez que el cumpleaños se iba a festejar en esa casa. No es la casa de mis padres, aclaró, sino de mis suegros. y han hecho un desastre.

Otro de los chicos saltaba sobre una silla mientras empuñaba una espada de plástico. Le dije a mi hijo que nos fuéramos enseguida, que ya era tarde. Estaba traspirado, cansado y alegre, todo al mismo tiempo. Tenía una pequeña calabaza de plástico en la mano, como recuerdo.
En el cielo había nubes y mientras íbamos caminando mi hijo me preguntó:
- Esta noche es Noche de brujas ¿no, mamá?
- Sí, querido, esta noche es Noche de brujas.

 

 

viernes, 25 de octubre de 2013

Entre mujeres 4



Nos encontramos en ese bar, donde alguien tocaba un piano, como siempre. Era viernes, y cada una había terminado sus actividades, su trabajo, es un decir, porque en el fondo, nada termina.
Hacía bastante tiempo que nos conocíamos con Liana, nos habíamos conocido en uno de los tantos talleres literarios a los que asistí. Era lógico que nos reuniéramos de vez en cuando para hablar de libros, y de algunas otras cosas.
Liana estaba sentada en una mesa, con un libro abierto y un café a medio terminar cuando llegué. Había salido tarde de la oficina, ya les había dado de comer a todos, y ese era mi tiempo de distracción y también de reunión con una amiga, con la que, pese a los altibajos de la amistad, me llevaba bien. Pero esa noche no, todo parecía conspirar para que la conversación tomara otro rumbo.

- Pero no te das cuenta que si alguien se te acerca es por tus relaciones, o porque te llamás como te llamás..- me lanzó para agredirme.
- No, yo no pienso eso ¿vos lo creés?
- Sí, definitivamente sí, lo creo y sería bueno que te dieras cuenta...
- Creo que esa es tu opinión, en definitiva cada vez que alguien se me acerca intento averiguar por qué se me acerca, nada más...
- Yo creo que vos deberías asumir lo que te estoy diciendo, vivirías mejor, más tranquila y mejor preparada - continuó.
- ¿Vos creés eso? - contesté, después de revolver el café, sin azúcar.
- Sabés que sí, sos muy bonita, pero tenés que saber realmente quién sos, por qué las personas se acercan a vos.
- Creo que estás exagerando, a vos te parecerá que tengo tantas relaciones, y como me llamo ¿tiene alguna importancia?
- Pensá lo que quieras, pasemos un rato agradable escuchando música.Hoy no vino Oscar, nos despedimos antes de entrar aquí. Me hubiera gustado que de una vez por todas lo conocieras...
- Sabés que me intriga Oscar, quisiera saber cómo es, si es alto, bajo, gordo, flaco, rubio o morocho, simpático, tal vez, no puedo hacerme la imagen de él.
- Ya lo vas a conocer, te lo voy a presentar pronto... te quedaste callada...
- Sí, estoy un poco cansada  esta noche...
- Para mí que estás pensando en alguien...
- Puede ser ¿por qué?...
- Intento adivinar...
- Sabés que no tengo ganas de hablar de eso...
- Vos estás mal hoy ¿no?
- Puede ser, tal vez no, tal vez estoy un poco cansada, tuve mucho trabajo hoy...
- A mi no me engañás...
- Bueno, ¿y si estuviera pensando en "alguien" cuál sería el problema?
- Te das cuenta, ahí está tu problema...
- Yo creo que esta noche tengo ganas de leer un libro nuevo, de escuchar música, de tomar un café y de no acordarme de nada que no quisiera recordar...
- A vos nadie te puede ganar ¿no?
- A veces pienso que no tengo ganas de hablar de ciertas cosas...
- Sabés que te queda bien el color azul, el del pullover que tenés puesto, te hace juego con el color de los ojos...
- Mis ojos son verdes, no azules...
- No importa, te queda bien el azul te estoy diciendo...
- A vos tampoco nadie te puede ganar...
- Yo creo que deberíamos escuchar música, estaba leyendo un libro de Cortázar...
- Ya lo veo, Julio... creía en la magia...
- Y vos ¿creés en la magia?
- A veces sí...
- Cortázar hablaba de otra cosa, no era magia en realidad...
- Ah, no ¿y qué era?
- Era política, nena, política...
- Puede ser...
- La magia de Cortázar era política, él hablaba de esa magia...
- Tal vez...
- Pero a vos no te puedo convencer de nada...
- Y a lo mejor sí...
- ¿Tomamos otro café?
- Bueno...



viernes, 11 de octubre de 2013

Entre mujeres 3


"Siempre que una persona tiene una lata de nescafé me doy cuenta de que no está en la última miseria; todavía puede resistir un poco..."

Julio Cortázar
El perseguidor 

Evelyn, la vamos a llamar así, es una mujer a la que nunca le falta novio. Podrá faltar el café instantáneo, no lo quiera nadie, ya que Julio dice en El perseguidor algo así como que se está a salvo mientras haya algo de café instantáneo en casa, pero no un novio.
Evelyn es una amiga heredada. Era amiga de una amiga y luego fuimos amigas porque mi amiga Marta hizo una suerte de traspaso de la amistad, ya que no la soportaba. Por razones que no voy a enumerar aquí, Marta y Evelyn no se llevaban, así es que empecé a tratar a Evelyn y a enterarme de sus asuntos sentimentales.
Evelyn ya venía de dos divorcios cuando la conocí. Y se sentía defraudada, pero no perdía las esperanzas de enamorarse de nuevo y tener una pareja con la que se sintiera bien.
Me contó, café mediante muchos asuntos que no voy a contar, porque no me corresponde hacerlo. Evelyn era joven pero ya tenía mucha experiencia de vida y un día, cuando la sentí muy sola le pregunté:

- ¿Querés que te presente a un compañero de trabajo? está solo, me dijo que si tenía alguna amiga sola se la presentara. Mirá que yo nunca hago estas cosas, porque no me gustan, pueden salir mal...
- Sí, ¿qué tal es?
- Joven, inteligente, creativo...
- Dale mi teléfono - dijo Evelyn.

Le di el teléfono de Evelyn a Daniel, pensé con dudas que a lo mejor tenían suerte y se llevaban bien.
Supe que Daniel había llamado a Evelyn porque me lo comentó en la oficina. Tenía esperanzas de que la chica le gustara, dijo. Quería encontrar a alguien para salir, aunque las horas que le dedicaba al trabajo no le permitían esa búsqueda.
Evelyn me llamó una noche, dijo que quería tomar un café conmigo, me preguntó si podía ir a la casa, quería contarme...
Antes de ir a la casa de Evelyn pasé por una librería, era de noche, antes de que se cerrara y me compré un libro que tenía ganas de tener hacía bastante. Por las dudas, me dije. Presiento algo, no sé, mejor tener ese libro para después...
Evelyn me abrió la puerta del departamento, fumaba, tenía una cara que no olvidaré. Me senté en el living mientras ella iba a preparar café a la cocina.
- Ahora te cuento - dijo
Me quedé callada, mirando la noche por la ventana. Era primavera, el cielo estrellado y afuera ladraba un perro, ladridos lejanos.
Evelyn vino con dos tazas de café negro.
- Sin azúcar - dije
Ella agregó unas gotas de edulcorante a su café y no disimuló su malestar.
- El tipo que me presentaste resultó un fiasco...
Pensé en la frase de Borges: "No sé por qué me odian tanto si no les hice ningún favor". Pero ¿era un favor presentarle un hombre a Evelyn? Si ella se quejaba de la soledad...
Ella siguió hablando:
- Me encontré con él en un bar. Después fuimos a un lindo lugar, estuvimos conversando. Me contó algunas cosas del trabajo. Pedí una coca cola y él otra. Nos pasamos tres horas con la coca cola. Y hablamos. Después de tanto hablar, él me propuso caminar. Le dije que sí.
- ¿Y?
- Caminamos, cuadras y cuadras...
- ¿Pasó algo?
- Me contó su vida, decí que la noche era linda...
- ¿En definitiva?
- Nada, pero no salgo más con él.
- Es una decisión tuya, pensé que a lo mejor se gustaban.
- Pensaste mal - dijo Evelyn enojada. - Ese tipo, Daniel, no va conmigo. Me aburrí tremendamente. Me cansé de estar tres horas en un bar y también de caminar cuadras y cuadras.
- No sé que me va a decir cuando lo vea en la oficina...
- No sé, es lo que me pasó a mi. Pienso que me quiso devaluar, que quiso mostrarse que es más que yo porque es más fácil así tomar el poder...
- ¿Así?
- Sí, pienso que es de esa clase de tipos, que le gusta salir con una mina que no le de mucho que pensar y yo no soy de esas...
- Hablando se conoce la gente...
- Sí, y sabés, tal vez yo creo que hablé demasiado, que le conté cosas de mi...
- Y él te contó cosas de él...
- Sí, me contó... aunque no sé si son ciertas...
- Evelyn, ¿vos querías salir con alguien?
- Sí.
- ¿Saliste?
- Sí. ¿Querés otro café?
- No, se me está haciendo tarde...

Se largó a llover y me fui caminando debajo de la lluvia. En la mano tenía una bolsa con el libro nuevo. Caminaba rápido, era tarde ya y pensaba si iba a leer el libro esta noche o tal vez mañana con la luz del día, tal vez era una buena idea empezar el día con un libro nuevo, con una buena historia.


viernes, 4 de octubre de 2013

Entre mujeres 2


(Buenos Aires)

Empiezo a publicar una nueva serie de cuentos: Entre mujeres, que fui escribiendo a lo largo de los años. Así como en los cuentos de la serie Tardes de madres, escribí acerca de mis experiencias, vivencias y diálogos con las madres, en general, de los amiguitos de mis hijos cuando eran chicos, ahora iré publicando una serie de cuentos relacionados con experiencias, vivencias y diálogos con mujeres.
En ninguna historia los personajes tienen nombres reales, los lugares han sido modificados, los diálogos y las historias pueden ser totalmente inventados.

Entre mujeres -2

Macarena es un nombre ficticio de un personaje que tal vez me inspire una persona real. Esta es una historia que puede haber sido inventada, aunque sabemos que todo puede partir de la realidad.
Macarena, ya en la treintena larga, hace poco que se divorció de un matrimonio de varios años.  Me invita a ir con ella a un lugar, que años después se llama junto con otros lugares semejantes "after hour". Pero en ese momento nadie lo conocía así. Me lo describe como un lugar novedoso en Buenos Aires y como tengo cierto esnobismo voy. Llevo libros, porque la única conexión que tengo con Macarena son algunas lecturas y enseguida me desencanto. Ella no ha ido ahí para hablar de libros sino de otra cosa. Esta historia transcurre a fines de los `80. En plena democracia, se puede hablar de cualquier tema y Macarena se despacha con el tema que sea. En ese lugar, bastante aburrido, no hay otra cosa que caras largas de personas que han pasado todo el día en una oficina, en la City. Las conozco, porque yo también las he padecido. He trabajado en una oficina de  la City apenas salí de la secundaria y sé con qué bueyes aramos.
Macarena pide un whisky doble cuando viene el mozo y yo una coca cola-light. Macarena dice que ella está acostumbrada a beber un whisky de vez en cuando, que no le hace nada. Y enseguida se despacha contra el ex-marido. La escucho, la dejo hablar. Me cuenta cosas de su matrimonio. Guarda rencor hacia él. No debería haberla dejado casi en la calle, como la dejó. Ella debería haber sido más astuta, haber sospechado. Haber guardado dinero en alguna cuenta secreta, a resguardo, me dice. SIn embargo, él fue más astuto y se quedó con casi todo, afirma.
Le pregunto  que cómo fue que llegaron hasta esa situación y ella dijo que tenía un amante, que su matrimonio estaba en crisis los últimos años y que el marido se dio cuenta y arrasó con todo lo que pudo, fue hábil, dijo.
Mientras, en ese lugar que a mi me aburre mortalmente, empiezan a llegar más hombres y mujeres de aspecto cansado, pálidos y se nota que con ganas de distraerse un rato. Empiezo a desesperarme un poco porque tengo varios libros sobre la mesa e intuyo que la literatura quedará afuera de la conversación.
Macarena dice que lo del amante tampoco fue, que éste huyó despavorido apenas ella se divorció porque se dio cuenta que ella esperaba otro tipo de relación, más completa y no tan superficial, aseguró.
-  Me arrepiento de haber confiado en él - dijo Macarena.
-¿Entonces?
- Empecé a salir con otro, con Alberto.
- ¿Y?
- También, recién divorciado.
-¿Y?
- Tengo temor de que pase lo mismo que con el otro, ni bien se de cuenta de que lo que quiero es una pareja estable, saldrá corriendo.
-¿Y?
- No quiero estar sola, no pienso estar sola - dice, mientras mira el lugar, para mí tan aburrido.
- ¿Cómo es Alberto?

Macarena describe a Alberto como si se tratara de un actor de cine, de Alain Delon. Parece embelesada con la descripción, pero después de cada frase pone cara de duda, como si la imagen que va dibujando con palabras se le estuviera por escapar. Macarena insiste con que ella es una mujer muy hermosa y que tiene derecho a tener una pareja así, como Alberto, tiene derecho a resarcirse de ese matrimonio que la frustraba y de ese amante que la abandonó.
La miro, la escucho y veo a Narciso mirando su imagen en el agua.
Empieza a sonar una música estridente y Macarena mira hacia todas partes como si buscara a alguien.
-¿Esperás a alguien?
- Sí, a Alberto.
- ¿Va a venir?
- Pienso que sí...
- Me hubieras dicho...
- ¿Por qué?
- No hubiera venido.
-¿Por?
- Porque vos ya tenías una cita previa, no me interesan las personas que están aquí, tienen caras de cansados, me aburren, tenía ganas de hablar de libros.
-¿Y por qué no probás cosas nuevas?
-Porque hay cierto tipo de cosas que no me gustan.
Macarena dirige su mirada hacia un ángulo del bar donde está la puerta. Veo entrar a un hombre bastante parecido a Kojac, el personaje de la serie televisiva. Ella le hace señas, él se acerca.
- Es Alberto - dice Macarena.
Lo saludo y en cinco minutos estoy afuera. Afuera el aire nocturno está fresco, camino, respiro, es una noche bella.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Entre mujeres 1

(Buenos Aires)


Empiezo a publicar una nueva serie de cuentos: Entre mujeres, que fui escribiendo a lo largo de los años. Así como en los cuentos de la serie Tardes de madres, escribí acerca de mis experiencias, vivencias y diálogos con las madres, en general, de los amiguitos de mis hijos cuando eran chicos, ahora iré publicando una serie de cuentos relacionados con experiencias, vivencias y diálogos con mujeres.
En ninguna historia los personajes tienen nombres reales, los lugares han sido modificados, los diálogos y las historias pueden ser totalmente inventados.

Entre mujeres -1

Estoy en el departamento de ella, es una mañana luminosa y he ido ahí por razones de trabajo. Ella tiene un proyecto cultural y yo también. En algo coincidimos. A través de la amiga, de una amiga, de una amiga, la conocí. Ella no cree en las casualidades, yo, como Julio, tampoco. A ella le encanta la magia, la astrología y una serie de cosas parecidas. Yo desconfío bastante de todo eso. Creo que algo puede ser cierto, que hay ciertas influencias, ciertos poderes invisibles, mejor no quiero adentrarme en esa materia. Ella insiste. Voy a ponerle un nombre ficticio, la llamaré Teodora. No sé por qué se me ocurre ese nombre, pero es más fácil así, con un nombre contar una historia. Teodora dice que la magia, la astrología existen, que a ella le sirve. Yo no sé, digo. No sé, mucho no creo en los signos, no leo casi nunca el horóscopo, pero ella, Teodora, insiste en hablar de todo eso. Ella es una mujer bonita, no llega todavía a los cuarenta o casi, y  está sola, aparentemente sola, porque después de un tiempo me confesará que tiene alguna pareja. No le pregunté nada, ella sola me cuenta. Está divorciada y tiene hijos. Pero no quiere que los hijos sepan. Me gusta que tengan la imagen de una madre, dice. Luego me confiesa que cruza el charco de un país a otro para verlo, es escritor  y que lo dobla en edad. No quiere que nadie en Buenos Aires la vea con él. Me mira sonriente, no le digo nada. Ella no quiere que nadie sepa de su vida amorosa, pero a mí sí, me lo cuenta. No opino, es dueña de su vida. Las dos tenemos la misma edad pero mi vida es distinta a la de ella. Ella dice que las cosas ocurren porque están escritas y que un astrólogo le predice el futuro. La miro y no le contesto. Conversamos acerca de su proyecto y yo le cuento acerca del mío. Después de unos minutos suena el teléfono y ella atiende. Conversa, se ríe. Es un amigo, dice, y es escritor. Le pregunto el nombre, me lo dice, no lo conozco, digo. Apenas empieza a conocerse aquí, dice.
- ¿Querés hablar con él? - pregunta
- No sé quién es ¿qué podría decirle?
- Hablale de lo que escribís, tal vez a él le interese.
- Está bien digo.
Conversamos un poco, me cuenta algo de un nuevo libro que está escribiendo, yo le cuento algo de lo que estoy escribiendo. Se tiene fe, dice. Lo felicito y se ríe. Ella también se ríe. La conversación no dura mucho más.
Teodora me dice que ella aportó su granito de arena para difundir lo que él escribe, que ahora son amigos. Sigo sin conocer a ese escritor. Lo conoceré mucho después a través de sus libros, he leído algunos. Le fue muy bien, vendió mucho.
Ella me insiste que debo ver a algún astrólogo, que los astros son los que deben guiarme. No sé, digo. Alguna vez me tiraron las cartas, me dijeron alguna cosa, pero no mucho más. No me gusta indagar al futuro, no sé.
Todo es una cuestión de confianza, dice Teodora,  las estrellas pueden guiarnos porque eso es lo que puede leerse, a mi me guían, insiste. Ella cree que todo ocurre porque ya está escrito y hay que descifrarlo. El asunto es encontrar a alguien que descifre. Cada una seguirá hablando de sus cosas, de sus proyectos, de su realidad, durante algunos momentos más. Nunca fuimos amigas con Teodora, sólo conocidas, intercambiamos ideas, palabras, algún café, y las historias, como ésta, quedaron en algún lugar de la memoria seguramente para ser contadas.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Algodón de azúcar rosado





¿Cómo había llegado hasta ahí? solo sabía que estaba frente a un quiosco de diarios y revistas, antes  había corrido  detrás de un vendedor de algodones de azúcar rosados ¿el tiempo era tan fugaz? Era mediodía cuando lo vi a él  y a  sus globos rosados de azúcar,  me apuré, corrí,  seguramente lo alcanzaría, como cuando era una niña. Entonces iba al río y siempre entre  el camino de la playa y la rambla paladeaba hasta empalagarme  el hilo dulce de un algodón de azúcar, me impregnaba las manos, la cara, el pelo, toda pegoteada. Quise saber si lo que estaba viendo no era una visión, como la de los sueños ¿estaba en uno? Y le pregunté:

-  ¿Es azúcar?
-      Sí – dijo el hombre  y siguió caminando.

En la calle los motores de los autos rugían, la gente caminaba rápido, sin decir palabra y yo estaba ahí mirando esos globos de algodón de azúcar rosado, en ese mediodía tan luminoso. Me detuve, el día no me iba a alcanzar si seguía deteniéndome en cada cosa, en cada cara, en cada color que iba llamando mi atención. Y cuando me di vuelta, con la vista había seguido el vuelo de un pájaro,  la imagen del hombre y los globos ya no estaba. Y  ahora ¿qué estaba haciendo ahí, en ese quiosco? Había un hombre leyendo y le pregunté algo, no sé, hablamos de la música de Serú Girán, quién sabe  por qué. La conversación  se había puesto interesante. Seguramente sentí que tenía que volver.  Le  indiqué hacia adónde iba y el hombre dijo que él también iba para el mismo lugar. Me sentí tranquila cuando subimos al vehículo, un tremendo camión, nuevo. Él me dio las llaves y me pidió que tomara el volante, se  sentó en el asiento de al lado, mientras leía. Pensaba que no iba a poder manejar semejante camión,  sería muy pesado, me costaría calcular la distancia en  los caminos angostos, y me costaría doblar las curvas no sin temor. Y sin embargo  conducía bien y rápido, y el hombre leía. Me asombraba yo misma de poder ir por  el camino manejando junto a ese extraño. Me costaba conducir el camión, y pensé en el mito de Sísifo, siempre había que llevar alguna piedra ¿no? Era siempre un volver a empezar. Aun no sabía por qué él confiaba en mí, me había dado las llaves del vehículo y se dejaba llevar. Manejar el camión se me hacía pesado, a veces. Y sin embargo tenía la confianza de ese extraño, con el que había  cruzado apenas unas palabras sobre Serú Girán. Me cansé un poco de hablar de la música progresiva en las pausas que él hacía durante la lectura, después se ocultaba detrás de un libro o de una revista. Todo fue tan rápido, ahora que lo pienso. La conversación sobre música, el viaje, la experiencia de manejar el camión. Tenía mis temores y mis dudas, mi perplejidad cuando debía doblar una curva. Mi anhelo de llegar, y no conducir más.  De pronto  me detuve,  habíamos llegado y quise volver a mi casa. ¿Mi casa? Pero ¿cuál? ¿a qué casa me refería? Y después de todo ¿dónde estaba? Me despedí del hombre, le devolví las llaves, no sin una extraña satisfacción, como quien se despide de un amigo, o tal vez de alguien desconocido,  con pocas palabras, todavía pensando en lo enigmático de la situación.  Llegué a la casa, un lugar donde había vivido hace muchos años, donde se estaba preparando una fiesta y me dirigí a la cocina. Y ahí todo se amontonaba como viejas capas de tiempo, una sobre otra, sin que ninguna quedara clara, diáfana, sin saber si alguna vez las cosas se aclararían ¿pero por qué tendrían que  aclararse? Y salí de ahí perpleja, una vez más, sabiendo que a veces resulta imposible luchar contra ellas. Las cosas son así, a veces, duras como las paredes, blandas como el aire. Caminé un poco, a través de la noche,  sabiendo que llegaría una vez más al río. Y ahí, era finalmente se veían algunas luces, donde se hacía la fiesta, esa fiesta de la cual se hablaba en la casa. Iban llegando  personas  con trajes de noche, con vestidos brillantes, con máscaras, como en un carnaval veneciano. Y después de todo ¿persona no quiere decir máscara? ¿y quiénes se ocultaban detrás de las máscaras? Esperar la llegada del amanecer, como siempre, velado en los sueños, una espera dulce y expectante como la de una madre que espera  un niño, luz de día, luz  tan esperada.
Y de pronto el sol en el río,  apenas una luz,  los pájaros cantan y a lo lejos veía de nuevo al hombre de los globos de azúcar rosado sostenidos como si fuera un gran manojo de flores o un árbol. ¿Correr una vez más  para buscar un algodón de azúcar? el sol ya estaba en lo alto y algunos  reflejos asomaban en la superficie del río, soles diminutos.

La música de Serú Girán, sonaba Canción de celeste,  empecé a caminar tapándome los oídos, sin advertir que  el camino me iba llevando hacia el mismo lugar. Y como Sísifo, debería llevar una piedra, un día, una vez más. 

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

martes, 9 de julio de 2013

Una mirada sobre Londres

(Buenos Aires) Araceli Otamendi


La búsqueda de una frase del poeta John Donne hizo que encontrara un diario de mi viaje a Londres




Dice la escritora P.D.James: “Y el pasado no se mantiene estático. Sólo puede revivirse en la memoria, y la memoria es un mecanismo que nos permite tanto olvidar como recordar. Redescubre, reinventa, reorganiza. Como un pasaje en prosa puede ser revisado y vuelto a puntuar. Buscaba algo sobre John Donne y encontré algunas anotaciones de un viaje a Londres que hice en 1981. En esa época trabajaba y aun no tenía hijos. Ya estaba casada. Llego a Londres Setiembre de 1981. Estoy en Londres. Vine para acompañar a mi marido en un viaje de negocios. El es un ejecutivo de una compañía con sede en Buenos aires, representa empresas europeas. Viajé sola. En el aeropuerto de Heathrow tomo un taxi, un Morris Cooper, un auto enorme y negro. El asiento delantero está separado de los de atrás por una superficie de vidrio. Sólo hablo dos veces con el conductor: la primera para decirle la dirección del hotel adonde voy, la segunda para pagarle el viaje con unas libras y peniques, en monedas. En el avión que me traía a Londres conocí un hindú que hablaba perfecto inglés. Era un científico becado en una universidad argentina y volvia a trabajar a Inglaterra. Nos mostró a otra argentina y a mi las monedas con que pagaría el viaje desde el aeropuerto hasta su casa. Eran libras y peniques. Hacía más de tres años que no estaba en Inglaterra y aún las monedas le servían. Casi no hay inflación en Gran Bretaña dijo.
A navegar por el Támesis

 Apenas dos horas después de llegar al hotel llamó mi marido por teléfono: él aún estaba en una convención, y, en un rato, me avisaba, nos pasaban a buscar por el hotel para ir a navegar por el Támesis. Pensé que iba a navegar en un velero y me vestí con jeans y un pullover, bien deportiva. Me equivoqué. En la puerta del hotel nos esperaba un Jaguar nuevo con chofer y galera y ahí me di cuenta que el viaje por el Támesis iba a ser algo más que una vuelta en un barco de vela. En el trayecto desde el hotel hasta el barco, pude ver algo más de Londres, reconocí en algunos edificios la arquitectura de algunos lugares de Buenos Aires. Me resultaba una ciudad familiar. En el muelle no nos esperaba un velero sino un enorme barco iluminado. Adentro había una fiesta para todos los hombres de negocios que asistían a esa convención. Había llegado mucha gente. Ibamos a comer mientras navegábamos por el Támesis. Me senté con mi marido y dos de los ejecutivos de la empresa anfitriona. Uno de los hombres se asombraba de que fuera tan joven y estuviera casada. O tal vez no se asombraba y lo fingía. El inglés hablaba en perfecto castellano y era amable. Nos preguntaba acerca de la situación que se vivía en la Argentina. Estamos en una dictadura, esperamos estar pronto en una democracia, dijimos. El dijo que no sabía lo que era vivir en una dictadura. Durante la comida escuchamos un conjunto musical, dos hombres y una mujer que tocaban la guitarra y cantaban y algunos de los invitados bailaron. Después de un rato hablábamos de espectáculos. Yo quería ir al teatro, a ver alguna obra de Shakespeare. Entonces el inglés me recomienda ver la ópera rock “Evita” que se estaba representando en Londres. Nos cuenta el argumento. Esa ópera tergiversa bastante la verdad de la Argentina, la verdad histórica, le contestamos. El inglés nos preguntó entonces por qué, ¿no era cierto lo que mostraba la ópera? Era largo de explicar, tratamos de que nos entendiera. Finalmente el teatro quedó descartado. El Támesis iluminado de noche donde circulan barcos es un espectáculo lindísimo. Las luces de los barcos se reflejan en el agua, parecen soles diminutos encendiendo la noche. Las aguas de este río fueron limpiadas y son ahora transparentes. Pienso entonces en el Riachuelo, nuestro Riachuelo, tan sucio y negro. ¿Por qué no pudimos lograr limpiarlo, tener aguas limpias como las del Támesis? Al volver al hotel ya no nos llevará el Jaguar sino un ómnibus contratado especialmente para los invitados de la fiesta. Viajan muchos ejecutivos europeos, entre ellos italianos. Algunos han bebido en exceso durante el viaje en barco. Uno de ellos, bastante borracho me dice algo en italiano, algo así como que no estoy casada y qué hago ahí. Le muestro la alianza de oro en el dedo anular. Estoy casada por civil y por iglesia le digo. Se queda callado, está borracho, no le hagas caso, dice mi marido. Unos días después, en una comida de cierre de la convención, tendré que aguantar otro comentario, esta vez de un español sentado a la misma mesa donde estamos mi marido y yo. Antes de que el presidente de la compañía inglesa haga el tradicional brindis por la reina ,“Save the Queen”, el español se referirá a los sudamericanos como “sudacas”. Habla en general, refiriéndose a gente de Sudamérica. Soy argentina, no soy sudaca, pienso. Es la primera vez que escucho a alguien pronunciar esa palabra delante de mi. Nos cruzamos miradas con mi marido. A los argentinos y a los sudamericanos en general nos dicen sudacas, me dice él. Tengo ganas de que la comida termine pronto y salgamos de ahí.

Recorro la ciudad

Perderse por las calles de Londres resulta un juego interesante. No tengo tiempo para visitar museos, quiero ver gente, conocer las calles. Es la manera en que entiendo los viajes, los lugares. Entrar en un bar y tomar un café puede enseñarme más sobre una ciudad que mirar los cuadros, por ejemplo. Entonces entro en un bar a tomar café y me encuentro con mucha gente mal vestida, hombres con la barba crecida y aspecto de mendigos tomando café por unos pocos peniques. Me gusta mirar las caras, escuchar las voces, estar en otros ámbitos. También por la calle veo mucha gente de piel oscura, seguramente de origen oriental, de países árabes, de la India. Los colonizadores reciben ahora el flujo de la inmigración de los países que colonizaron. La gente de esta ciudad en general es amable. Distingo a los típicos habitantes ingleses porque visten con traje oscuro, sombrero y paraguas colgado del brazo. Me parecen sumamente formales. También hay mucha gente joven vestida de manera informal. Compruebo varias veces que la arquitectura de la ciudad es parecida a muchos lugares de Buenos Aires. Quiero ir a Liverpool, la ciudad de los Beatles, pero es lejos. A la tarde, casi de noche se ve en los pubs mucha gente bebiendo. Casi toda gente que ha salido del trabajo bebe unas copas antes de regresar a su casa. A los hombres que están en los pubs se los ve salir un rato después con las mejillas de color rojo encendido, señal de que han bebido bastante. Es costumbre, me dicen, ir al pub después del trabajo. Entrar a uno, asomarse ahí adentro es como entrar a una nube de humo de cigarrillo y olor a alcohol, voces de muchas personas hablando al mismo tiempo y música. Lo otro es caminar cerca del Támesis, ir a Hyde Park. Este es un parque donde hay sillas reposeras de lona y donde la gente se sienta tranquilamente. También hay bancos de madera cerca. Ningún banco está dañado, otra señal de que estoy en un país del primer mundo.

 La Catedral de San Pablo

 Decido visitar iglesias, la Abadía de Westminster y la Catedral de San Pablo. En esta última se casó Lady Di. Cuando la visito está todavía el ramo de novia de Lady Di en una vitrina y están también en todas partes, por todos los rincones de Londres recuerdos de ese casamiento. Compro una moneda, que aún conservo. De un lado está la cara de Lady Di de perfil, del otro, los perfiles de ella y del príncipe Carlos. ¿Quién sabía que todo iba a terminar tan mal? Que de Lady Di iba a quedar sólo el recuerdo de esa mujer joven que se hizo querer por su pueblo y que se convertiría años después en un mito. ¿Quién sabía, ahora me pregunto, que pocos meses después de estar ahí la Argentina entraría en guerra con Inglaterra? Apenas unos meses después Charly García iba a componer “No bombardeen Buenos Aires” donde dice: “Pero no bombardeen Buenos Aires....Los gurkas siguen avanzando, los viejos siguen en TV, los jefes de los chicos toman whisky con los ricos mientras los obreros hacen masa en la Plaza como aquella vez...”. También Jorge Luis Borges se iba a referir a la guerra de Malvinas en el poema “Juan López y John Ward” que finaliza con los versos: “Hubieran sido amigos pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno Abel. Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen. El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender”. La catedral me impresiona, es enorme, imponente. La cristiandad llegó a Londres en los primeros siglos d.C. y la Catedral existe desde el año 604. Ahí edificaron su catedral los anglo-sajones, los normandos la reconstruyeron – desde 1180 en adelante – y llegó a ser una de las iglesias góticas más grandes de Europa. Después de su destrucción en el Gran Incendio de Londres en 1666 fue reconstruida por Sir Christopher Wren y es su obra maestra. Sobrevivió los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y más de dos millones de personas la visitan durante el año. Pagando una moneda puedo escuchar a la mañana un coro de voces maravillosas. Es un sitio histórico, guarda además, los restos del Almirante Lord Nelson y del Duque de Wellington. Hay capillas alfombradas como la de la Orden del Imperio Británico. La orden fue creada por el rey Jorge V en 1917, en un momento crítico de la primera guerra mundial. Para quién doblan las campanas Finalmente encuentro lo que buscaba: la efigie de John Donne, poeta y adivino (1573-1631). Fue la única estatua de la Catedral de San Pablo que quedó ilesa del Gran Incendio. Donne fue quizá el más apasionado de los poetas isabelinos y también un profundo filósofo cuyos pensamientos y escritos aún ejercen su influencia. El gran poeta, ya enfermo se envolvió en una mortaja atado de pies y cabeza y con los ojos cerrados posó para un retrato que dio origen a la escultura que estoy viendo. El poeta guardaba el retrato como un constante recordatorio de su mortalidad. Isaac Walton, su biógrafo cuenta que Donne hizo la estatua mirando hacia el este porque de ahí él esperaba el Advenimiento del Señor. Después de su muerte, el retrato fue entregado a Nicholas Stone para que hiciera la efigie tamaño natural. Con la iniciativa del rey Jaime I se hizo sacerdote y seis años más tarde lo nombraron Decano de San Pablo donde se hizo famoso por sus maravillosos sermones. En su libro “Devociones” Donne escribió estas palabras, repetidas en tantas ocasiones: “Ningún hombre es una isla, entero en si; cada hombre forma parte de un continente, parte del conjunto... La muerte de un hombre me disminuye porque soy parte de la Humanidad; por lo tanto nunca averigüé para quien doblan las campanas; doblan para Vos”. Le encuentro sentido a la frase. “Por quién doblan las campanas” ese es el título de una novela de Hemingway, una de las que más me gustan del autor norteamericano. Leí casi toda la obra de Hemingway en mi adolescencia.

 La Abadía de Westminster

La Abadía de Westminster es de otro estilo, me queda muy cerca del hotel. Lo primero que llama mi atención al entrar es la Tumba del Soldado Desconocido rodeada de amapolas rojas de Flandes. La leyenda atribuye la fundación de la Abadía a Sebert, rey de los Sajones del este, muerto en 616, bajo la influencia de Mellitus, primer obispo de Londres. Mallory, en su Morte d Arthur, narra cómo en tiempos aún más remotos el rey Arturo organizó un torneo no lejos de allí: de cómo la reina Ginebra festejaba el mes de Mayo en prados cercanos y de cómo el cadáver de la hermosa Elaine fue llevado en una falúa por el Támesis para ser enterrado en Westminster con todos los honores. Nadie se a atrevido a apuntar la posible sepultura de Elaine en la Abadía, aunque sí se muesra la tumba de Sebert erigida por los monjes en 1308. Nuevamente, por una moneda, puedo escuchar un bellísimo coro. Durante las horas del servicio religioso la abadía rinde tributo a lo mejor de la música inglesa y a los compositores ingleses de música sacra. Es el lugar de coronación de los reyes. También hay un Museo de cera donde se pueden ver estatuas de personajes famosos como Lord Nelson y Carlos II. No me gusta mucho el Museo de cera, aunque es interesante conocerlo.

El cambio de guardia

Una mañana me empecino en ir a Buckingam Palace a ver el cambio de guardia. No estoy sola, hay cientos de turistas que como yo quieren ver el espectáculo. En las puertas del Palacio me encuentro con un español y dos colombianas y es inevitable conversar con ellos. El español nos cuenta que ha alquilado un auto y ha recorrido ya unos cuantos kilómetros de Inglaterra. Le pregunto cómo es manejar con el volante a la derecha y me explica: vas por el otro lado, adelantas por la derecha, haces al revés de cómo manejas siempre. Las colombianas me cuentan cómo son las playas de su país, de arenas blancas y agua transparente. El cambio de guardia implica que un montón de soldados de uniformes rojos y sombreros negros desfilen, marchen, y participen de una ceremonia que no entiendo muy bien, es en sí mismo un espectáculo. Después de un rato termina y los turistas se dispersan. A la tarde convenzo a mi marido de alquilar un auto, le cuento lo que me ha dicho el español. El auto se maneja como cualquier auto, sólo hay que adaptarse a la circulación que es distinta. Es lindo recorrer la campiña inglesa, el pasto es muy verde y a lo lejos se pueden ver cada tanto algunos castillos. Quién sabe quién vive en ellos . Recorremos el sur de Inglaterra. Entramos a pueblos con casas que parecen salidas de postales, las calles están asfaltadas y casi no hay veredas, es uno de los tantos detalles que hacen que me dé cuenta de que estamos en el “primer mundo”. Llegamos a Southampton. Mi marido sigue trabajando ahí, yo me dedico a mirar. El paisaje, aunque nublado, es siempre bello.

El tren

Unos días después nos vamos a Dover en tren. En Dover vamos a tomar el overcraf para cruzar el Canal de la Mancha y llegar a Calais, el siguiente destino es París. Tomamos el tren en Londres. Es un tren del “primer mundo”, los asientos tienen el tapizado nuevo, no hay nada roto. En él viajan turistas de otros países europeos y también ingleses. Después de un rato de andar lo primero que advierto es que dos parejas que viajan en los asientos al otro lado del pasillo se cambian las medias y los zapatos delante de todos, como si los demás no existieran. Tienen aspecto de suecos o de alemanes. Los miro, conversan entre ellos. Después miro el paisaje, la campiña inglesa. A lo lejos se ven algunas ovejas pastando y algunos castillos.

Llegamos a Dover

Dover es la ciudad de los acantilados, unos preciosos acantilados blancos. Vamos a tomar el overcraf que nos llevará a Calais. El overcraf es una embarcación que circula sobre un colchón de aire. Lo veo llegar: para que bajen los pasajeros el colchón de aire se desinfla. Antes de partir se vuelve a llenar de aire. Hay tormenta, llueve a cántaros. El mar está encrespado y gris y las olas son altísimas. Como estamos en el primer mundo el barco partirá igual, haya o no tormenta. La sensación de navegar sobre el colchón de aire con tormenta no sé si no es peor que volar en avión en iguales condiciones meteorológicas. Así nos alejamos de Dover rumbo a Calais, Francia. Miro el mar, las olas son enormes y el overcraft se mueve continuamente. A través de las ventanas se ve cómo cae la lluvia y el cielo gris fundido con el color gris del mar. Me voy de Inglaterra con cierta pena: no pude visitar la ciudad de los Beatles. En definitiva no sé si me importa, ahora el destino es Francia donde voy a escuchar otras voces, visitar otros ámbitos.

© Araceli Otamendi –2003- Todos los derechos reservados.

Una mirada sobre Londres fue publicado por primera vez en 2003 en la revista Archivos del Sur.


viernes, 17 de mayo de 2013

Escribir y amamantar ¿actividades clandestinas?


(Buenos Aires)

Hace pocos días buscaba un lugar tranquilo, en un bar, para escribir. Elegí  una mesa apartada porque no quería escuchar conversaciones de mesas cercanas que me distrajeran. Y me encontré con que el lugar más tranquilo y lejano del bar al que a veces voy estaba ocupado por una mujer con un bebé y otra mujer más grande. Esas tres personas estaban ahí, congregadas. Cuando me senté, las mujeres me dijeron desde la mesa que ocupaban: mire que la nena grita. Y sí, la beba empezó a dar pequeños grititos, no era un llanto, mientras las dos mujeres comían. No les hice caso, y me puse a escribir después de que el mozo me trajera un café. Después de unos minutos, cuando ya estaba inmersa en lo que escribía, la beba empezó a gritar más fuerte. La madre, una mujer  de unos treinta años, me pidió disculpas. Le contesté que no se preocupara, que yo había tenido hijos mucho más gritones y llorones que esa nena, aunque ya hacía años de eso.  Pero ella no llora, grita, me contestó la mujer. Entonces me di cuenta que me resultaría imposible seguir escribiendo porque la criatura gritaba muy fuerte, chillaba y era evidente que algo quería. Mientras las dos mujeres comían, la nena que era muy robusta empezó a zamarrear el coche donde estaba sentada, a moverlo y a enojarse. La madre dejó de comer, la levantó en brazos, y después se puso a amamantarla, con lo que la nena cambió el enojo por una cara de felicidad. Y sí, el amamantamiento da felicidad al bebe pero también a la madre, es una relación de amor, de nutrición, de placer, de una gran unión entre la madre y el niño. Yo también la viví con mis hijos. En ese momento comprendí por qué las dos mujeres habían buscado el lugar más tranquilo del  bar para sentarse a comer con la beba. Amamantar todavía es algo que en una gran ciudad puede avergonzar. No estamos en el campo ni en un pueblo apartado. Estamos en una ciudad donde hay millones de habitantes. Y en la ciudad, vivimos en el artificio, salvo en algunos lugares como parques y plazas o cercanos al río o a los bosques de Palermo o en algunos barrios más alejados.
Y también, cuando escribo en bares tengo la sensación de estar haciendo algo clandestino, algo que es un artificio dentro del artificio de la ciudad donde vivo, donde las palabras son significantes que saltan como pelotitas sobre una red y hay que atrapar los significados, algo por lo que tal vez se pregunten quienes miran a una mujer como yo escribir, sola en un bar.

sábado, 27 de abril de 2013

Un globo rojo



Un globo rojo

Volvía a mi casa y antes de entrar lo ví, ¿a quién? al globo rojo. Estaba ahí, casi flotando en el aire. Era el mediodía, un día soleado, espléndido, tanto, que daba lástima volver, quedarse adentro. Y lo encontré, era un globo rojo que parecía reírse, se movía en el aire, apenas inmóvil, como un sueño.
¿Era de algún chico? seguramente, tal vez se le habría escapado, ¿qué hacía ahí? parecía jugar. Abrí la puerta, hay algunas cartas en el piso, el gato me saluda, pasa su cuerpo  por mis piernas, un saludo fugaz. Ahora suena  la campanilla del teléfono, atiendo y  una voz metálica me hace preguntas de una encuesta que no voy a contestar, cuelgo.
Es mediodía, el sol está en lo alto, las hojas de las plantas brillan apenas húmedas, algunas hojas secas y amarillas, doradas,  también dan vueltas en la calle amontonándose en los cordones de la vereda, en las esquinas. Olvido el globo y me dedico a otras cosas, a encender la notebook, tomo un sorbo de agua, contesto algunos mails. Es un alivio contestar algunos mensajes, sé que no tendré que hacerlo después, más tarde. Podré pensar en otras cosas, trabajar, leer. Las voces estridentes de los niños, salen de la escuela, son como el mediodía, alegría pura. Algunos pájaros vuelan de vereda a vereda cruzándose en el aire, deteniéndose en los cables ¿de teléfono? no sé, hay tanto cablerío en esta ciudad. Ellos cantan, los escucho.
Picasso decía  que para  entender el  arte había que preguntarse qué dicen los pájaros. Estoy segura que los pájaros hablan entre ellos, se comunican y muy bien. Dentro de unos minutos, ¿media hora? tendré que salir nuevamente, apagar la notebook, cambiarme, ¡actitud!. Las cartas quedarán por ahí, sin abrir, hasta más tarde. Ahora no tengo tiempo de leerlas. ¿Qué apuro hay? Salgo, y antes de cerrar la puerta lo veo: al globo rojo. Recuerdo la película, El globo rojo. No es el mismo globo ni la misma película. El globo está ahí, flota en el aire, se mueve, se queda ahí, muy cerca, como si quisiera jugar. Llegó hasta ahí como un gato, sin que nadie lo llame. Me voy, lo dejo, hará lo que quiera seguramente, tengo que salir... Mientras camino pienso por qué ese globo rojo se quedó ahí, bailando apenas, por qué no lo empujó el aire, por qué no bajó la escalera. Sé que es inútil preguntarse esas cosas, nadie las va a contestar. Y me encamino hacia alguna parte, hay que llegar en el horario convenido, el tiempo corre y todo va muy rápido: los autos, las personas, los colectivos, los relojes, la vida misma. Me cruzo con personas que caminan rápido, que cruzan la calle sin mirar, algunos corren, corren.
La tarde, antes de que oscurezca tiene un raro sabor, un raro perfume a eso, a tarde. A algo que está antes de la noche, a algo que todavía tiene luz de día y preámbulo de oscuridad. La tarde tiene un compás de espera mientras dura el día, puede interpretarse de diversas maneras.
Para llegar adonde voy, hay que viajar, tomar un colectivo, caminar no, es lejos. Cuando un lugar se encuentra lejos hay tiempo para pensar. Y por suerte me he olvidado del globo rojo, y de todos los detalles y cosas sin importancia que fueron ocurriendo desde el amanecer hasta esa hora, la tarde. Porque ¿cuáles son las cosas que tienen importancia y cuáles no? Separarlas, separarlas siempre,  saber distinguirlas, ordenar. Hacer una lista de cosas importantes, despojarlas de las que no lo son, éstas, las que no tienen importancia, se caen como las hojas secas de los árboles. Lenguaje, palabras, Paideia, ¿Paideia? sí, los griegos tenían mucho tiempo para reflexionar. Y no como en esta ciudad, tan grande, tan hermosa, tan llena de árboles y de parques, donde corremos tanto, tanto, para llegar, simplemente para llegar.

Vuelvo, ya casi es de noche y el aspecto de las calles, de la ciudad ha cambiado. Las luces artificiales cambian el color de las cosas. Son luces de los faroles de los autos, de  las esquinas, de las calles, de las vidrieras que se quedan solas, mostrando la mercadería, sin las chicas que las venden en los negocios, que ya se han ido por suerte a sus casas, o a caminar por ahí, tal vez. Luces que le dan otro aspecto a la ciudad, que visten la noche, la encienden, una parte con luz, la otra permanece escondida.
Y no esperaba que el globo rojo estuviera ahí, pero sí está. Lo miro ya con indiferencia, tengo ganas de preguntarle algo que no debería: ¿por qué viniste? ¿qué querés de mi? Abro la puerta, y el gato aparece estirándose, se despereza de la larga siesta, me  mira a los ojos, a la cara y maúlla, como siempre hasta que le diga: ¡hola! Cierro la puerta, pienso que el globo rojo, tal vez se quede ahí o no, no sé. O que tal vez, cuando vuelva a abrir la puerta no esté más, como este día, como la tarde, o quién sabe.

(c) Araceli Otamendi



martes, 12 de febrero de 2013

Espejos de agua




"Escribir es la manera de quien tiene la palabra como una carnada: la palabra pescando lo que no es palabra...".

                                                                                        Clarice Lispector 

Cuando era chica creía que alguien siempre me miraba, a toda hora, no es una broma.
Es la mañana, camino por una avenida llena, autos, colectivos, personas que caminan en general rápido. Hay sol, el día es una promesa, hay viento, no muy fuerte, hay humedad, poca, siento en el cuerpo, en la cara, esa humedad. El cielo es azul, diáfano. Al llegar a una esquina una mujer descalza, pantalón  gris casi hasta las rodillas y un saco que tal vez haya sido de un hombre. La mujer  se agacha en una esquina se lava rápido  la cara en un charco y sigue caminando. La miro cómo se aleja, se va.  Me pregunto si alguien más la ha visto. Es una mujer joven, camina, a la distancia se ve la figura, casi una sombra. Después, enseguida  miro el charco. El agua parece limpia. Me dan ganas de preguntar si alguien vio a esa mujer ¿pero a quien? Tan rápido fue el gesto de lavarse la cara en ese charco, tan fugaz, algo así como un sueño. Hay que desandar el camino, entrar en la memoria de los sueños, preguntarse qué pasó anoche por ejemplo. Honestamente no sé por qué alguien ¿quién? no sé, me entrega en la palma de la mano una pequeña criatura humana envuelta en una hoja verde de un  árbol. Puedo sostenerla en una mano, la miro, la toco apenas, llora, llora mucho y apenas se escucha el llanto. ¿Qué hago yo, a esta altura de mi vida con esa beba - lo único que hace es llorar - y cabe en  una mano? Está desnuda, cubierta sólo por la hoja verde, como si fuera una flor rosa o una planta. No sé, la sostengo hasta que una luz  me indica ir hacia otro lado. El deseo me impulsa y voy hacia un  jardín, espero ver  maduros los higos colgados de las ramas, intactos. La higuera poblada de hojas y de frutos. Me gustan mucho los árboles frutales. Me quedo  al lado del río mirando el agua, el cielo, los barcos y los pájaros. La brisa me acaricia el cuerpo, el calor de la tierra y el verde del pasto me sostienen,  la luz del sol oblicua tiñe de amarillo intenso las hierbas.Y así esperé una vez  todo el verano para ver maduros los higos, hacía tiempo, escuchando el canto de los pájaros. El hielo en cubos, el agua fría, calmaba la sed. Hay muchas personas ahi, y luego cuando la luz se retira y la noche va llegando lenta, los pájaros ya se han comido los higos, los han picoteado, y las frutas así deshechas se lucen en las ramas  .... También vi a dos pájaros pelearse salvaje, abiertamente, a los gritos por un pez en el agua hasta que uno inexorablemente se engulló el pez y el otro se quedó mirando. Y si como dice Borges "después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente  ahora" esperé un colectivo en la calle, no sabía adonde iba a llevarme. Después de andar algunas cuadras, subieron cuatro jóvenes, dos chicos y dos chicas vestidos de negro, apariencia de emos. Uno de los chicos tiene una especie de pulsera de cuero adornada con larguísimos clavos de unos diez centímetros o más. A él le resulta indiferente que yo clave la mirada en ese objeto, no sé cómo llamarlo. Ojalá no se mueva, pienso, ojalá no mueva la mano hacia ningún lado. Sé que los emos son una tribu urbana. Y a lo mejor, pienso, la mujer que se lavó la cara en un charco pertenezca a alguna tribu urbana ... pero no era emo, no lo parecía, iba descalza, apenas vestida con ese viejo traje. Puedo sentarme ahora cerca del río y buscarle una interpretación tanto a los sueños como a los hechos. Tengo a mi lado un libro de cuentos de Clarice Lispector: "escribir es la manera de quien tiene la palabra como una carnada: la palabra pescando lo que no es palabra..." dice.
Es una maravilla la tarde, el color canela del río, el agua calma, hombres y mujeres pescan y yo quiero pescar también, pescar lo que no es palabra para decir. Para decirme algo, no sé. La delicia de una tarde junto al río, puedo leer un cuento y pensar. Puedo leer, y mirar como un barco navega alejándose. Puedo dejar de pensar en esa mujer que vi una mañana lavarse la cara en el charco de una esquina y no lo hago.
Salgo a caminar y unas flores grandes, rojas de un  malvón crecido, enorme, solicitan mi atención. Dejo que la mirada se quede en esas flores durante algunos segundos, reconozco que el encuentro con la colorida planta es el cierre de una tarde especial, pienso en el color  del río, en la brisa suave  y en el libro de Clarice Lispector. Después me voy caminando, alejándome del río y de la vida salvaje de esos pájaros, de los higos comidos a medias, del suave olor del agua, de una tarde que hubiera merecido llamarse color siena tostada, como el de los retratos.

(c)Araceli Otamendi