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miércoles, 21 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)









































Ahora, a través de la ventanilla Lila sólo veía la noche y el campo. La oscuridad difuminaba los pastos largos, crecidos al borde del camino y sólo algunas luciérnagas en la hierba y las estrellas iluminaban un poco el paisaje. Noche terrible, pensaba. ¿Para qué había ido? Si tenía la certeza, aunque intuitiva de que iba a encontrarlo. ¿Y acaso no esperaba eso? Se acomodó en el asiento, era de dos y el otro estaba libre, así recostó la cabeza sobre la campera a modo de almohada.
La noche en la casa de Miguel, su amigo artista había sido fatal. Quería mostrarte la casa, las últimas obras, el nuevo estudio, dijo, quería que vinieras. ¿Y quiénes van a estar? Vamos, dijo, Miguel, vamos a estar vos, yo y mi amigo ...y alguien más, una amiga, vos creo que la conocés.
Lila ya sabía a quién se refería Miguel, ¿Y si la invitara también a su amiga Rosa Té, la psicoanalista? ¿Y por qué no? Si iba también Rosa Té, Lila tendría un pretexto para irse enseguida si no estaba cómoda.
No se atrevió a sugerirle a Miguel que la invitara. Tal vez a Rosa Té tampoco le hubiera gustado ir. Y seguramente hubiera tenido tema de conversación durante dos o tres meses.
La casa de Miguel estaba cerca de la playa, la había comprado ese verano y había armado su estudio en la planta alta. La arquitectura parecía copiada de una revista de diseño, una de esas revistas que tanto le gustaban a Miguel. Desde la terraza abierta se podía ver el mar y una escalera conducía directamente hasta la playa. A Miguel le iba bien con la pintura, estaba exponiendo en numerosas galerías de todo el mundo y se había hecho un nombre dentro del circuito del arte. Cuando llegó Lila, Miguel fue a recibirla y a ella le extrañó que hubiera contratado a dos mozos para ordenar la mesa y servir la cena. Estimó que Morgan, porque Morgan era el nombre supuesto que le había otorgado Lila al amigo de Miguel, para no nombrarlo, estaría por llegar de un momento a otro. Era notable cómo había cambiado su amigo desde que le iba tan bien con los cuadros.
Lila observó las pinturas, las nuevas obras de Miguel en el estudio y después de unos minutos sonó el timbre y Miguel le pidió que bajaran a recibir al resto de los invitados. Su amigo bajó primero y Lila se quedó durante algunos segundos en la terraza mirando la brillosa camioneta cuatro por cuatro recién estacionada frente a la casa y después bajó.
Como ya se había imaginado, Morgan estaba ahí dispuesto a brillar en la conversación, a seducir, a convencer, pero ¿quién era? ¿quién era realmente Morgan? ¿Por qué Miguel no le había contado antes acerca de este hombre? Y tal vez era cierto que los amigos no se cuentan muchas cosas.



Lila, Miguel y Morgan se sentaron en el living y uno de los mozos, un chico joven les preguntó a cada uno qué iban a tomar. Lila pidió un agua mineral sin gas. No quería tomar ninguna bebida con alcohol , sin saber antes quién era Morgan. ¿Y por qué se cuidaba tanto? ¿Acaso tenía miedo? Tal vez sí. Morgan era una presencia inquietante y sólo por el nombre, que ni siquiera se atrevía a pronunciar, ese hombre ya la inquietaba.
Miguel parecía disfrutar de la escena, parecía que la hubiera elegido para un experimento, pensaba Lila. ¿Por qué su amigo se comportaba así? ¿Qué querían de ella? ¿Qué querían...? Hubiera sido un poco ridículo lanzar la pregunta así, tal como la estaba pensando, por eso cuando el mozo le acercó la copa de agua mineral bebió un sorbo y se mantuvo callada escuchando la conversación de los dos hombres que bebían un aperitivo. Morgan también era artista, pero además era escritor cuando escuchó a qué se dedicaba Morgan, se quedó más callada aún. ¿Quedaba mal que se quedara tan callada? Enseguida tocaron el timbre. El mozo abrió la puerta y apareció la excéntrica amiga de Miguel, la de los anteojos flúo que había encontrado antes en el bar de Pirata, esta vez sola. La mujer, Grace, era una artista conceptual. Quería posicionarse en el mercado internacional y ser algo así como Sophie Calle. Lila sintió entonces una voz de alarma dentro de ella. Qué noche más horrible iba a pasar ahí, en la casa de Miguel. ¿Y para qué había ido entonces? Había tenido que arreglarse, había tenido que ir a la peluquería, cosa que detestaba. Había tenido que ponerse zapatos con tacos altos. Y ahora, como lo presentía, mientras estaban sentados a la mesa, Morgan se había puesto a contar el argumento de una novela que escribía. La novela empezaba en París y el personaje principal viajaba por distintos países, hasta llegar a Sudamérica. Tenía una intriga y personajes jóvenes, bellos, ricos y aventureros. Lila pensaba que tal vez era la antitesis de la famosa película Feos, sucios y malos y se sintió sonreir. Y ya tenía el guión para filmar una película, dijo Morgan, es decir que el guión había sido primero que la novela. Y el contrato estaba firmado con una editorial de afuera.
Morgan parecía divertirse mucho mientras lo contaba y Miguel también y aunque Grace seguía atentamente la conversación, Lila no dejaba de advertir el lujo que había dentro de la casa nueva, los detalles, los mozos que Miguel había contratado para servir la cena. El menú elegido por su amigo según la nueva cuisine internacional.
Durante unos momentos la mirada de Lila se detuvo en el espejo, detrás de Miguel y se vio reflejada. Y vio en ese espejo una mujer solitaria, los ojos muy abiertos, sentada en uno de los lados de la mesa, con luz de velas y flores rosa en pequeños bols con agua, acompañada por tres personas que hablaban y hablaban. Pero el que más hablaba de todos, el que llevaba el peso de la conversación era Morgan. Y Lila se sintió durante unos segundos como si volviera al pasado, en otras circunstancias de su vida, tal vez algo más alegres, y de pronto vio a Morgan, cómo la miraba. ¿Qué quería? ¿Qué quiere ese hombre de mí? se volvió a preguntar dos horas más tarde, cuando ya viajaba en el ómnibus escapando, nuevamente, escapando. No quiso que Morgan la llevara en la camioneta. Mintió. Le pidió a Miguel que le pidiera un remise, debía ir a recibir a una amiga a la terminal de ómnibus. Y efectivamente llegó a la terminal de ómnibus y lo primero que hizo fue sacar un pasaje a Montevideo. Iba a pasar la noche en un hotel, dejaría al mono solo toda la noche en la casa. Quería pensar.




(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

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