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viernes, 2 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá- novela- fragmento



















Apagué la notebook después de leer la última frase que había escrito:





" Ne prends pas la forme d´une machine à faire le mort

Prend garde aux géographies menaçantes des nouveaux délires



Aux mans guidées par les odeurs feuillges et tenaces..." 1







Rosa Té, la psiconalista, se había ido hacía una hora, tal vez menos, dejándome sus problemas.
Y como siempre que me encontraba con ella me dejaba desconcertada, hablaba tanto, contándome sus cosas, ya no sabía qué pensar. ¿Por qué no me dijo antes que su hijo había alquilado la casa de enfrente? ¿Por qué entonces había venido esta noche a decirme todo eso?
Nunca lo había visto personalmente a su hijo, sabía que existía porque cada tanto me hablaba de él. También sabía que iba a recibirse muy pronto de arquitecto. Y que antes había estudiado abogacía, carrera que no le gustaba ejercer. Y que ya andaba cerca de los treinta y cinco años y su vida no se encarrilaba. Y esta noche había tenido que venir Rosa Té para marearme una vez más con sus conflictos. ¿Por qué le había dicho que se quedara en casa? Éramos amigas, de vez en cuando charlábamos pero yo había ido a esa playa a escribir, quería sentirme bien conmigo misma, sentirme entera, armoniosa, sana, de cuerpo y de alma. Después iba a pensar muy bien lo que iba a hacer. Y ahora esto. El hijo de Rosa Té estaba viviendo una pequeña tragedia personal. Se había peleado con la novia, o amigovia, o pareja, porque Rosa Té tampoco sabía qué clase de relación era la de ellos dos. Ella le había dicho que no quería verlo más.


- Te lo cuento porque sos escritora, vos sabés de todas estas cosas

- Sí, pero vos sos psicoanalista, tendrías que saberlas mejor que yo.



- Es que es mi hijo, está muy triste y me causa mucho dolor verlo así. Además no le puedo decir nada porque soy la madre y no me va a hacer ningún caso.

- ¿Y qué podría decirle yo a tu hijo?

- Le dije que escribiera, que empezara a escribir una novela, y que después te la mostrara.

- Eso sí, puede ser. Puedo leer la novela y tal vez opinar, o no, según ...Lo veo escribiendo
de noche, por la ventana. Me intrigaba ver la luz de esa casa, prendida casi toda la noche, pero jamás hubiera supuesto que él era tu hijo.




Rosa Té alzó los hombros. Pocas veces había venido a hablarme de su hijo, generalmente hablaba de la madre, de su mala relación con ella. Ahora le había tocado el turno de preocuparse por alguien del que tal vez se tendría que haber preocupado mucho antes.

- ¿Y si él hablara con vos? ¿Y si tuvieran una charla y él te pudiera contar lo que le pasa?



- Ni se te ocurra decirle eso, que no lo conozco ni él me conoce ¿cómo podría contarme algo personalmente a mí?

- Lo veo tan triste, estoy destrozada, como madre, estoy destrozada.

- Esto que me contás es algo en lo que nunca me metí. Jamás intervine en una relación sentimental de mi hijo.

- Sí, pero te debés haber enterado de algo de su vida.

- Y bueno, sí. Pero ¿qué puedo hacer? Puedo decir lo que pienso una sola vez y después callarme. Los que escribimos podemos experimentar en una novela, por ejemplo. Pero en la vida real no se lo aconsejo a nadie. Yo no le puedo decir a tu hijo nada, aunque él me cuente toda su experiencia. En cambio, si él escribe, es distinto. Puedo leer, decir algo, tal vez callar.




Después hablamos de Paul Eluard y de Gala. Rosa Té tenía sus teorías y yo las mías acerca de ellos. A ella le gustaba interpretar lo que yo decía y a mi no me gustaba que ella me interpretara. Cuando hablábamos de otros temas, a veces coincidíamos. Para seguir hablando del hijo y de la tristeza que lo dominaba, Rosa Té me pidió whisky con hielo. El whisky no me gusta como tampoco ninguna bebida blanca. Le serví un whisky doble con tres cubos de hielo y para mi una sevenup, fría. Quería escucharla, por lo menos ya era algo, algún consuelo, aunque sabía, por experiencia, que cuando un dolor de esa naturaleza nos embarga, cuando sentimos una tristeza como la que sentía el hijo de Rosa Té, había que dejar que pasara, no se podía evitar. Ya iba a aparecer otra mujer, ya se iba a enamorar nuevamente. Con ésa no iba la relación, ¿para qué insistir? ¿era una Circe?

Cuando Rosa Té se fue, sería la una de la mañana. El monito se había dormido y decidí ir caminando por la playa hasta el bar de Pirata. La casa de enfrente, donde el hijo de Rosa Té escribía todas las noches, estaba a oscuras. Y mientras caminaba por la arena húmeda, y escuchaba el ruido del mar, y miraba la noche, tal vez un poco nublada, el cielo azul casi negro, las estrellas lejanas, iba pensando en que resultaría casi imposible concentrarme en la novela, hasta mucho después. Siempre había alguien a quien escuchar. Siempre, alguien vendría a mi como un mensajero, alguien que se acerca con un mensaje.








1 Paul Eluard, Le faux, le négatif entrainent la vie à se hair






(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

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