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lunes, 26 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela - fragmento



















- ¿Y dónde querés que esconda al mono, adentro de un armario?
- Yo no dije eso, simplemente te sugerí que no estuviera el mono cuando Morgan
-porque yo le pedí que nombráramos a su amigo así para no decir el nombre -
y el editor fueran.

- Mirá, yo al mono no lo voy a esconder.

Era la cuarta o quinta vez que hablábamos por teléfono ese día, después que llegué
de Montevideo. El mono se había dormido en la cama, había cáscaras de frutas por
toda la casa. La canilla de la cocina estaba semiabierta y había papeles rotos, tirados por todas partes. Era la forma en que el mono me decía que estaba enojado por haberlo dejado solo. Los animales se expresan de esa manera, rompiendo cosas, desordenando todo. Muchas personas también.
Recién había cortado la comunicación con Miguel. A veces me exasperaba. Ahora hablaba
por el teléfono celular que había olvidado antes en la casa. La casa que había alquilado en la playa no tenía teléfono y yo odiaba usar el celular. Pero era necesario hablar con Miguel, y esta
vez él me había llamado. Se sentía culpable, dijo, por haberme invitado anoche a su casa sin avisarme acerca de Morgan.

- Es un hombre exitoso - dijo Miguel y tiene un editor que se las trae. Pensé en vos, en esa novela que escribís desde hace tanto tiempo. El editor es europeo y no quiere nada de
realismo mágico. Nada de monos, nada de lagartijas, nada de clima tropical, no va a editar
nada de eso.


- Muy bien, Miguel ¿tenemos algo más que hablar hoy? ¿o querés que además del mono yo
también me esconda adentro de un armario?

- Enojate, querida, enojate - Miguel se reía. - Si vos querés pasar las vacaciones con tu mascota en esa casa, si querés escribir todas esas cosas, hacelo. Pero después no vengas a quejarte.

- Miguel...

- Sí ...

- No puedo seguir hablando con vos de esta manera, no puedo seguir escuchándote. Me estás
pidiendo que niegue la realidad en que vivo.

- ¿Qué realidad? ¿de qué hablás? ¿a quién le importa la realidad?

- Tenés razón Miguel, ¿a quién le importa la realidad? apagué el celular, no lo iba a atender más por hoy. La casa estaba sucia, revuelta, el mono también estaba sucio. Y yo estaba cansada.
quería dormir.
No me iba a resultar posible hacerlo hasta algunas horas después. Porque alguién estaba golpeando la puerta. Otra vez, era esa mujer, estaba investigando la muerte de Willy Agastizábal, y una vez más venía a preguntar cosas, no iba a ser la primera vez que me interrogaba.


(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

sábado, 24 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela - fragmento

















En el lobby del hotel, mientras le servían un café con una medialuna planeó llamar a Miguel
por teléfono, eran las once de la mañana. Y no era mala hora para despertarlo, con la noche que le había hecho pasar. Estaba segura que todo era una broma, que Morgan era actor o algo así, no podía ser un escritor tan ridículo, diciendo esas cosas, contando una novela inverosímil, seguramente todo era una broma de Miguel y lo sacaría de la cama con el llamado. Le pidió a la operadora que discara el número de Miguel mientras se miraba en el espejo. Se vio algo demacrada, había pasado casi toda la noche sin dormir, en esa habitación tan inhóspita, a pesar de tener vista al río.
Estaba en Carrasco, un barrio de Montevideo, residencial, que siempre le había gustado. La operadora le indicó que fuera a la cabina, que ya estaba llamando.
Miguel atendió con voz de sueño y Lila dijo:

- ¿Por qué lo hiciste, Miguel? ¿Por qué me invitaste con ese personaje de anoche?

- Ah... dijo Miguel, con tono sobrador y ...¿te divertiste o no?

- Pero era una broma ¿no es cierto?

- No para nada, todo es cierto.

- Y ¿por qué pensaste que la iba a pasar bien en una reunión con un personaje como ese?

- Y ¿qué sé yo? a lo mejor...

Lila cortó la comunicación sin despedirse. Era suficiente por hoy con haber despertado a Miguel a las once. La próxima vez, su amigo sabría que no estaba dispuesta a ir a reuniones de ese tipo.
Sin embargo, le había quedado algo por preguntar y decidió pedir una nueva comunicación con la casa de Miguel.

- Hola ...

- Hola ...

- Miguel...

- Sí...

- Decime algo, tu amiga, la de los anteojos flúo, ¿no había preparado una perfomance o algo así?

- Al fin caíste, al fin te diste cuenta: es arte conceptual. -. Nos filmó anoche, con una cámara oculta, ya tiene una sala en París para exponerlo.

Ya no sabía si Miguel hablaba en broma o en serio. Lo que había escuchado anoche en la reunión sobrepasaba una escena realista.

- Miguel..

- Sí, nena ¿qué querés?

Lila tenía ganas de decirle a Miguel muchas cosas, la estaba poniendo a prueba todo el tiempo, olvidándose de los buenos tiempos, de lo amigos y confidentes que habían sido en una época y ésa era la mayor traición, no era un problema que Morgan, el amigo de Miguel fuera tal como se había mostrado, el problema era para Lila la traición de Miguel. Por eso le cortó sin decir nada. Colgó el teléfono y subió a la habitación, tenía que ducharse, tenía que ponerse bajo el chorro del agua y pensar en otra cosa, tal vez en el mono, al que había abandonado a su suerte toda la noche.




(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

miércoles, 21 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)









































Ahora, a través de la ventanilla Lila sólo veía la noche y el campo. La oscuridad difuminaba los pastos largos, crecidos al borde del camino y sólo algunas luciérnagas en la hierba y las estrellas iluminaban un poco el paisaje. Noche terrible, pensaba. ¿Para qué había ido? Si tenía la certeza, aunque intuitiva de que iba a encontrarlo. ¿Y acaso no esperaba eso? Se acomodó en el asiento, era de dos y el otro estaba libre, así recostó la cabeza sobre la campera a modo de almohada.
La noche en la casa de Miguel, su amigo artista había sido fatal. Quería mostrarte la casa, las últimas obras, el nuevo estudio, dijo, quería que vinieras. ¿Y quiénes van a estar? Vamos, dijo, Miguel, vamos a estar vos, yo y mi amigo ...y alguien más, una amiga, vos creo que la conocés.
Lila ya sabía a quién se refería Miguel, ¿Y si la invitara también a su amiga Rosa Té, la psicoanalista? ¿Y por qué no? Si iba también Rosa Té, Lila tendría un pretexto para irse enseguida si no estaba cómoda.
No se atrevió a sugerirle a Miguel que la invitara. Tal vez a Rosa Té tampoco le hubiera gustado ir. Y seguramente hubiera tenido tema de conversación durante dos o tres meses.
La casa de Miguel estaba cerca de la playa, la había comprado ese verano y había armado su estudio en la planta alta. La arquitectura parecía copiada de una revista de diseño, una de esas revistas que tanto le gustaban a Miguel. Desde la terraza abierta se podía ver el mar y una escalera conducía directamente hasta la playa. A Miguel le iba bien con la pintura, estaba exponiendo en numerosas galerías de todo el mundo y se había hecho un nombre dentro del circuito del arte. Cuando llegó Lila, Miguel fue a recibirla y a ella le extrañó que hubiera contratado a dos mozos para ordenar la mesa y servir la cena. Estimó que Morgan, porque Morgan era el nombre supuesto que le había otorgado Lila al amigo de Miguel, para no nombrarlo, estaría por llegar de un momento a otro. Era notable cómo había cambiado su amigo desde que le iba tan bien con los cuadros.
Lila observó las pinturas, las nuevas obras de Miguel en el estudio y después de unos minutos sonó el timbre y Miguel le pidió que bajaran a recibir al resto de los invitados. Su amigo bajó primero y Lila se quedó durante algunos segundos en la terraza mirando la brillosa camioneta cuatro por cuatro recién estacionada frente a la casa y después bajó.
Como ya se había imaginado, Morgan estaba ahí dispuesto a brillar en la conversación, a seducir, a convencer, pero ¿quién era? ¿quién era realmente Morgan? ¿Por qué Miguel no le había contado antes acerca de este hombre? Y tal vez era cierto que los amigos no se cuentan muchas cosas.



Lila, Miguel y Morgan se sentaron en el living y uno de los mozos, un chico joven les preguntó a cada uno qué iban a tomar. Lila pidió un agua mineral sin gas. No quería tomar ninguna bebida con alcohol , sin saber antes quién era Morgan. ¿Y por qué se cuidaba tanto? ¿Acaso tenía miedo? Tal vez sí. Morgan era una presencia inquietante y sólo por el nombre, que ni siquiera se atrevía a pronunciar, ese hombre ya la inquietaba.
Miguel parecía disfrutar de la escena, parecía que la hubiera elegido para un experimento, pensaba Lila. ¿Por qué su amigo se comportaba así? ¿Qué querían de ella? ¿Qué querían...? Hubiera sido un poco ridículo lanzar la pregunta así, tal como la estaba pensando, por eso cuando el mozo le acercó la copa de agua mineral bebió un sorbo y se mantuvo callada escuchando la conversación de los dos hombres que bebían un aperitivo. Morgan también era artista, pero además era escritor cuando escuchó a qué se dedicaba Morgan, se quedó más callada aún. ¿Quedaba mal que se quedara tan callada? Enseguida tocaron el timbre. El mozo abrió la puerta y apareció la excéntrica amiga de Miguel, la de los anteojos flúo que había encontrado antes en el bar de Pirata, esta vez sola. La mujer, Grace, era una artista conceptual. Quería posicionarse en el mercado internacional y ser algo así como Sophie Calle. Lila sintió entonces una voz de alarma dentro de ella. Qué noche más horrible iba a pasar ahí, en la casa de Miguel. ¿Y para qué había ido entonces? Había tenido que arreglarse, había tenido que ir a la peluquería, cosa que detestaba. Había tenido que ponerse zapatos con tacos altos. Y ahora, como lo presentía, mientras estaban sentados a la mesa, Morgan se había puesto a contar el argumento de una novela que escribía. La novela empezaba en París y el personaje principal viajaba por distintos países, hasta llegar a Sudamérica. Tenía una intriga y personajes jóvenes, bellos, ricos y aventureros. Lila pensaba que tal vez era la antitesis de la famosa película Feos, sucios y malos y se sintió sonreir. Y ya tenía el guión para filmar una película, dijo Morgan, es decir que el guión había sido primero que la novela. Y el contrato estaba firmado con una editorial de afuera.
Morgan parecía divertirse mucho mientras lo contaba y Miguel también y aunque Grace seguía atentamente la conversación, Lila no dejaba de advertir el lujo que había dentro de la casa nueva, los detalles, los mozos que Miguel había contratado para servir la cena. El menú elegido por su amigo según la nueva cuisine internacional.
Durante unos momentos la mirada de Lila se detuvo en el espejo, detrás de Miguel y se vio reflejada. Y vio en ese espejo una mujer solitaria, los ojos muy abiertos, sentada en uno de los lados de la mesa, con luz de velas y flores rosa en pequeños bols con agua, acompañada por tres personas que hablaban y hablaban. Pero el que más hablaba de todos, el que llevaba el peso de la conversación era Morgan. Y Lila se sintió durante unos segundos como si volviera al pasado, en otras circunstancias de su vida, tal vez algo más alegres, y de pronto vio a Morgan, cómo la miraba. ¿Qué quería? ¿Qué quiere ese hombre de mí? se volvió a preguntar dos horas más tarde, cuando ya viajaba en el ómnibus escapando, nuevamente, escapando. No quiso que Morgan la llevara en la camioneta. Mintió. Le pidió a Miguel que le pidiera un remise, debía ir a recibir a una amiga a la terminal de ómnibus. Y efectivamente llegó a la terminal de ómnibus y lo primero que hizo fue sacar un pasaje a Montevideo. Iba a pasar la noche en un hotel, dejaría al mono solo toda la noche en la casa. Quería pensar.




(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

viernes, 16 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)


















La última tentativa de Lila para que Rosa Té no estuviera tan sola había sido presentarle a un amigo, Rafael, viudo y con hijos. Después de pasar un día entero, durante una salida al campo con su marido, Rosa Té, Rafael, y los hijos de Rafael y de Lila, había renunciado a vivir otra experiencia similar.
Rosa Té se quejaba ahora, nuevamente, después de varios años, de haber aceptado que Lila le presentara a un amigo:

- ¿Pero vos no entendés que ese hombre ni palabras daba? - dijo Rosa Té acomodándose en un sillón mientras el mono la miraba atentamente.

- Bueno, mudo no es, tal vez estaría triste ese día. - respondió Lila

- No sé, es tu amigo, vos lo conocías, vos quisiste presentármelo, pero me la hizo pasar mal, durante todo el día, ni siquiera nos habló.

- Rafael sí habló, pero habló con mi marido, se entretuvo pescando con él, jugando a la pelota con los chicos. Con él fue con quien siempre habló cuando salimos. Y yo siempre hablé con mi amiga, así pasamos nuestras salidas al campo. ¿Por qué te acordás ahora de todo eso?

- Porque me acuerdo - contestó la psicoanalista. - Y porque estoy harta de estar sola, de vivir sola nada más que con el perro, y porque no soy ni chueca ni renga, ni fea.

Lila presintió que una gran tormenta se avecinaba y dijo:

- ¿Querés que salgamos un rato, vamos al bar de Pirata?

- Mirá, ese tipo, Pirata me tiene cansada. Es un tipo que está ahí detrás del mostrador, mirando a todo el mundo, casi sin hablar. Es como tu amigo Rafael.

- No te sigas acordando de Rafael, él ya se casó con otra.

La noticia le cayó mal a Rosa Té y con el ceño fruncido, dijo:

- Te das cuenta vos, me presentaste a un tipo que no tenía el menor interés en mí

- Ah bueno, pero yo no lo sabía, y además ¿cómo podía saberlo si no te lo presentaba?

- Cuando alguien ni siquiera habla, ni siquiera da palabras como Rafael, tenés que
desconfiar.

- Mirá, la amistad con Rafael se terminó para mí, lamentablemente, el día que mi amiga Laura murió. Pero por mi hijo y por los hijos de ella y de él, nos seguimos viendo un tiempo más.

- Yo no te entiendo a vos. ¿Cómo podías aguantar esas salidas con un tipo así, como Rafael y con tu amiga Laura,?

- La pasábamos bien, los chicos jugaban, Laura y yo teníamos muchos intereses en común y nuestros hijos también la pasaban bien.

- Acordate, Lila, desconfiá siempre de quien como Rafael, ni palabras da.

La tarde se iba apagando lentamente y el sol parecía una lámpara roja en el horizonte. Rosa Té se había ido de la casa y Lila se preparaba para salir a caminar por la playa, a esa hora las aguavivas llegaban hasta la playa y quedaban ahí, en la arena mojada, como una masa de gelatina, que irritaba la piel de quienes las pisaban. A lo lejos, se podían oir los cantos de algunas voces jóvenes alrededor de una fogata.






(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

domingo, 11 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)
































Morgan, llamémoslo así, porque el nombre era un secreto que sólo Lila conocía y el secreto estaba ahí, en el nombre, era el amigo de Miguel. Se instaló aquella noche en el bar de Pirata, y casi no habló. Hay experiencias que son iniciáticas, aunque todo el mundo no se dé cuenta cuando las está viviendo, son experiencias que llevan hasta el umbral y a veces lo traspasan, y haber conocido a Morgan esa noche, era para Lila una de esas experiencias. ¿Percepción inconsciente? Algún psicólogo, tal vez Rosa Té, podría decir eso, porque la conocía a Lila y sabía que Lila podía tener en una primera impresión la radiografía de alguien con sólo verlo y conversar dos palabras. ¿Fantasma del porvenir? Morgan venía del mar, de navegar, dijo. Estaba despeinado, la piel enrojecida por el sol, y un aspecto juvenil aunque ya no era un nene y tal vez misterioso. - Nos conocemos desde hace más de veinte años, dijo Miguel. Y a Lila le extrañó que jamás se lo hubiera presentado antes. Hay ciertos egoísmos entre los amigos, como mezquinar o tal vez ocultar a los otros amigos y nunca presentarlos. Nunca antes Lila había comprendido hasta tal punto la magia de los ojos ¿o sí?. En la mirada de Morgan percibió algo, inasible, secreto, tal vez.
Se sintió incómoda en la mesa. Los otros amigos de Miguel, el hombre y la mujer con anteojos flúo verdes él y rojos la mujer, hablaban en una jerga casi incomprensible para ella, alejada ahora del mundo de las galerías del arte. Nombraban a personas que jamás había visto en su vida, nuevas instalaciones, muestras raras donde se podía exponer una taza junto a un zapato, los últimos chismes del ambiente. Lila no sabía si era eso, o quería estar lejos de la gente con la que uno mantiene trato sin saber por qué, o la insistente mirada de Morgan posada sobre sus ojos , o tal vez su casi silenciosa presencia en la mesa, o tal vez la súbita frialdad de Miguel hasta hacía pocos minutos, hasta la llegada de Morgan, elocuente y cálido, pero le dieron ganas de irse. Ya era bastante tarde. - No te molestes, pidió a Miguel, puedo irme sola a casa, son dos cuadras, nada más. Habían terminado de comer y Lila se despidió de Miguel, de la pareja que lo acompañaba y del extraño que había conocido esa noche.
Tuvo ganas de chapotear por la orilla del mar, a lo lejos se escuchaban los cantos de algunos, tal vez oraciones a algún Orixá.








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martes, 6 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)


















El bar de Pirata estaba lleno, no había ninguna mesa libre y Lila divisó a su amigo Miguel, el artista, sentado en una mesa cerca de la barra junto a otras dos personas y se acercó. Intuyó el tema de la conversación. No era difícil hacerlo, casi siempre Miguel y sus amigos hablaban de lo mismo. El arte, la pintura, el arte conceptual, las galerías, las bienales, los nuevos lenguajes. Lila lo saludó a Miguel y él le presentó a la pareja que lo acompañba. Eran una mujer y un hombre con aspecto de excéntricos: los dos usaban anteojos con marcos de colores fosforescentes y ella parecía Bette Davis pero más joven. Él tenía un aire a Humprey Bogart, tal vez un poco desubicado. ¿Se habrían equivocado de bar o de película? tal vez. El mozo se acercó a tomar el pedido, ellos recién llegaban también, dijo Miguel. Y Lila decidió pedir algo para comer. Desde la barra, Pirata, con su melena roja observaba a los clientes y el movimiento del bar, sin perderse ningún detalle.
Enseguida Lila advirtió en una mesa, al fondo, al hijo de Rosa Té. Estaba muy bien acompañado, por una mujer de melena corta y rubia, bastante grandota, y él parecía hablar animado. Entonces ¿por qué había venido Rosa Té a inquietarla esa noche? ¿Por qué la psicoanalista no se bancaba una frustración amorosa del hijo? y ella, Lila ¿qué tenía qué ver con esa historia? Tal vez esa mujer que acompañaba al hijo de Rosa Té fuera la mujer con la que había vivido una historia amorosa y que había terminado en ruptura. Tal vez no. Y eso ¿tenía algo que ver con ella? No, se contestó, mientras el mozo le servía una cerveza bien fría y veía a Miguel conversando muy animado con el hombre y la mujer que los acompañaban. Estaba absorta en la historia que Rosa Té le había contado. Y ella misma se asombraba por tener que escuchar las historias que otros le contaban. ¿Y ese no era acaso su oficio? Escuchar historias, sí, cuántas veces en su vida las había escuchado. Y a veces había que escuchar historias de personas reales y a veces había que inventarlas. Estaba segura que su amiga aparecería mañana o cualquier otro día, para hablarle del hijo y de lo mal que estaba. Y ella ¿qué podía decirle? Lo acompañaba una mujer tremendamente atractiva, mucho más alta que él y él parecía estar fascinado. Pero ¿tenía derecho a hacer algo así? Eso era meterse en las vidas ajenas. Y realmente, todas esas vidas, las de ficción y las que le contaban, se iban metiendo en su vida, en sus pensamientos, ocupando un espacio que en su mente el olvido no parecía querer dejar. Porque para que haya pasado tiene que haber olvido y el olvido no llegaba. El presente, que no se convertía en pasado, siempre estaba ahí, empañándolo todo. El pasado no llega a ser verdaderamente pasado para nosotros hasta que no lo olvidamos. Lo comprendió muy bien esa noche. Cuando alguien más llegó hasta la mesa donde conversaba con Miguel y con sus dos amigos. Lo comprendió muy bien, eso del pasado, que no habia sido abolido, ni siquiera borrado, cuando Miguel invitó a sentarse a la mesa a ese hombre ¿tal vez otro amigo? y entonces pronunció su nombre. El nombre del umbral, pensaba Lila, el nombre secreto, que sólo ella conocía, que siempre podría abrir la puerta, entrar en el misterio de su vida, herméticamente cerrada para casi todos. Y sintió entonces un extraño pavor.






(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

viernes, 2 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá- novela- fragmento



















Apagué la notebook después de leer la última frase que había escrito:





" Ne prends pas la forme d´une machine à faire le mort

Prend garde aux géographies menaçantes des nouveaux délires



Aux mans guidées par les odeurs feuillges et tenaces..." 1







Rosa Té, la psiconalista, se había ido hacía una hora, tal vez menos, dejándome sus problemas.
Y como siempre que me encontraba con ella me dejaba desconcertada, hablaba tanto, contándome sus cosas, ya no sabía qué pensar. ¿Por qué no me dijo antes que su hijo había alquilado la casa de enfrente? ¿Por qué entonces había venido esta noche a decirme todo eso?
Nunca lo había visto personalmente a su hijo, sabía que existía porque cada tanto me hablaba de él. También sabía que iba a recibirse muy pronto de arquitecto. Y que antes había estudiado abogacía, carrera que no le gustaba ejercer. Y que ya andaba cerca de los treinta y cinco años y su vida no se encarrilaba. Y esta noche había tenido que venir Rosa Té para marearme una vez más con sus conflictos. ¿Por qué le había dicho que se quedara en casa? Éramos amigas, de vez en cuando charlábamos pero yo había ido a esa playa a escribir, quería sentirme bien conmigo misma, sentirme entera, armoniosa, sana, de cuerpo y de alma. Después iba a pensar muy bien lo que iba a hacer. Y ahora esto. El hijo de Rosa Té estaba viviendo una pequeña tragedia personal. Se había peleado con la novia, o amigovia, o pareja, porque Rosa Té tampoco sabía qué clase de relación era la de ellos dos. Ella le había dicho que no quería verlo más.


- Te lo cuento porque sos escritora, vos sabés de todas estas cosas

- Sí, pero vos sos psicoanalista, tendrías que saberlas mejor que yo.



- Es que es mi hijo, está muy triste y me causa mucho dolor verlo así. Además no le puedo decir nada porque soy la madre y no me va a hacer ningún caso.

- ¿Y qué podría decirle yo a tu hijo?

- Le dije que escribiera, que empezara a escribir una novela, y que después te la mostrara.

- Eso sí, puede ser. Puedo leer la novela y tal vez opinar, o no, según ...Lo veo escribiendo
de noche, por la ventana. Me intrigaba ver la luz de esa casa, prendida casi toda la noche, pero jamás hubiera supuesto que él era tu hijo.




Rosa Té alzó los hombros. Pocas veces había venido a hablarme de su hijo, generalmente hablaba de la madre, de su mala relación con ella. Ahora le había tocado el turno de preocuparse por alguien del que tal vez se tendría que haber preocupado mucho antes.

- ¿Y si él hablara con vos? ¿Y si tuvieran una charla y él te pudiera contar lo que le pasa?



- Ni se te ocurra decirle eso, que no lo conozco ni él me conoce ¿cómo podría contarme algo personalmente a mí?

- Lo veo tan triste, estoy destrozada, como madre, estoy destrozada.

- Esto que me contás es algo en lo que nunca me metí. Jamás intervine en una relación sentimental de mi hijo.

- Sí, pero te debés haber enterado de algo de su vida.

- Y bueno, sí. Pero ¿qué puedo hacer? Puedo decir lo que pienso una sola vez y después callarme. Los que escribimos podemos experimentar en una novela, por ejemplo. Pero en la vida real no se lo aconsejo a nadie. Yo no le puedo decir a tu hijo nada, aunque él me cuente toda su experiencia. En cambio, si él escribe, es distinto. Puedo leer, decir algo, tal vez callar.




Después hablamos de Paul Eluard y de Gala. Rosa Té tenía sus teorías y yo las mías acerca de ellos. A ella le gustaba interpretar lo que yo decía y a mi no me gustaba que ella me interpretara. Cuando hablábamos de otros temas, a veces coincidíamos. Para seguir hablando del hijo y de la tristeza que lo dominaba, Rosa Té me pidió whisky con hielo. El whisky no me gusta como tampoco ninguna bebida blanca. Le serví un whisky doble con tres cubos de hielo y para mi una sevenup, fría. Quería escucharla, por lo menos ya era algo, algún consuelo, aunque sabía, por experiencia, que cuando un dolor de esa naturaleza nos embarga, cuando sentimos una tristeza como la que sentía el hijo de Rosa Té, había que dejar que pasara, no se podía evitar. Ya iba a aparecer otra mujer, ya se iba a enamorar nuevamente. Con ésa no iba la relación, ¿para qué insistir? ¿era una Circe?

Cuando Rosa Té se fue, sería la una de la mañana. El monito se había dormido y decidí ir caminando por la playa hasta el bar de Pirata. La casa de enfrente, donde el hijo de Rosa Té escribía todas las noches, estaba a oscuras. Y mientras caminaba por la arena húmeda, y escuchaba el ruido del mar, y miraba la noche, tal vez un poco nublada, el cielo azul casi negro, las estrellas lejanas, iba pensando en que resultaría casi imposible concentrarme en la novela, hasta mucho después. Siempre había alguien a quien escuchar. Siempre, alguien vendría a mi como un mensajero, alguien que se acerca con un mensaje.








1 Paul Eluard, Le faux, le négatif entrainent la vie à se hair






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