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sábado, 1 de diciembre de 2012

El hombre de la Singer


Estaba de moda escribir historias y leerlas en voz alta. Eran los años `80, las flores de la democracia habían revivido y soñaba.
Tal vez por eso imaginaba que podría escribir como Roberto Arlt. Acerca de todo y de nada, acerca de cualquier cosa. Imaginaba historias, observaba ¿para qué más? Entonces entré una tarde a la tienda, una modesta tienda de  un barrio de Buenos Aires, donde un hombre con cara triste vigilaba la puerta. En la vidriera había algunos batones para las señoras que salen a regar las plantas de las macetas de noche y en verano. Y también medias, calzoncillos y camisetas. ¡qué cosa triste! ¿no? todo eso. Pero lo vi triste al hombre, la piel apergaminada, y le pregunté cuánto costaba un camisón o un piyama. El hombre dijo una cifra, me pareció irrisoria y mientras tanto, ya adentro de la tienda, lo estudié.
Le dije que quería algunas camisetas, y una cinta, y ya no recuerdo qué y mientras él iba a buscar adentro de unas cajas observé la Singer. La máquina de coser. El volvió con las cintas y algunos alfileres que también le había pedido para hacer tiempo y se dio cuenta, creo,  del juego:

- ¿Le gusta la máquina? ¿Le interesa? Está a buen precio...

- Me gusta mirarla, me trae recuerdos, pero yo no sé coser ...

El hombre se entristeció más. No quiso escuchar mis argumentos, en realidad no sabía coser de verdad, nunca había aprendido y sin embargo me gustaba mirar esa máquina, como algo de otra época. Como un objeto que había salido del tiempo, como un marciano que hubiera aterrizado ahi en la tienda.

- Mi señora ya no cose más - dijo el hombre.

No le contesté pero el hombre siguió hablando:

- Mi señora no puede coser más porque está ciega y yo atiendo esto, pero ya no se hacen arreglos...

-¡Qué pena! ¿no? - dije

El hombre me miró y alzó los hombros, como si no pudiera hacer nada, como si todas las cartas estuvieran echadas. Puso en una bolsa las camisetas, las  cintas y los alfileres, me cobró y guardó el dinero en una caja. Las vitrinas donde se acumulaban hilos, cintas y medias debían tener unos ¿treinta? ¿cuarenta años? , calculaba. Me despedí del hombre y salí a la calle. Afuera los árboles tenían hojas verdes, era la primavera, y caminé rápido por la vereda sabiendo, que el hombre nunca sabría tal vez, que se había convertido en el tema de una historia.

(c) Araceli Otamendi

lunes, 7 de mayo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela - (fragmento)



La biblioteca de Morgan era bastante completa, pensaba, y sin embargo, ¿por qué
había elegido escribir best-sellers en lugar de buenos libros? ¿por qué ese
empecinamiento en las ganancias? era notable el lujo de su ostentosa casa y él quería
lucirse en la fiesta. Lila se habia quedado de pie junto a la biblioteca y de pronto
escuchó a Morgan:

- Vos inhibís a las personas, vos las alejás, y sos muy curiosa...
- Lo último puede ser, lo primero, no sé.
- Es así, como te digo, te invité a esta fiesta, con mis amigos, para que disfrutes,
 para que todos disfruten, van a filmar una película con mi novela, va a ser un gran
 éxito.

- ¿Y con eso no te alcanza?
- No, quiero que todos mis amigos me acompañen en esto.
- Pero yo no soy amiga tuya, soy amiga de Miguel, solamente.
- Bueno, pero podemos hacernos amigos...
- No te preocupes por eso, no creo que inhiba a las personas, soy prudente, nada
 más.

Morgan se rió, mostró su sonrisa de dientes blancos, relucientes, que contrastaban
con el tono bronceado de su piel. Se había empecinado en que Lila dijera sí a sus
ocurrencias.

Y Lila no estaba dispuesta a ceder, a comprometerse sin saber bien quién era Morgan.
Pretender saberlo acerca de ese extraño que tan misteriosamente se le había acercado
parecía una ingenuidad de su parte.

- La invitación al barco sigue en pie - dijo él.
- Navegar no es lo mío, tal vez alguna vuelta pero no me gusta estar arriba de un
barco mucho tiempo.

- Entonces es sí - dijo él.

- Tal vez sí...

Afuera, en la fiesta, un mago contratado para animarla había empezado a contar
chistes y preparaba algunos trucos mezclando unos naipes.
Lila y Morgan salieron de la biblioteca, la música era estridente y cada uno se dirigió
a la mesa donde estaba antes.
Al llegar, Lila advirtió que Rosa Té, la psicoanalista, conversaba animadamente con
un hombre de barba y llegó a escuchar parte de la conversación:

- Lo más interesante, es saber qué es lo inconsciente que me ha unido al otro - dijo
ella.
- Sí, tal vez, pero es difícil de saber - contestó el hombre.
- Hay que descubrirlo - contestó Rosa Té.

Lila se había sentado en el otro extremo de la mesa y bebía una copa de champagne
que el mozo le había servido. En ese momento no sabía si ir o no al barco de Morgan,
a dar una vuelta, como él había dicho¿sería la curiosidad quien la llevara hasta ahí?
 
(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

martes, 17 de abril de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela - fragmento































Miraba la pantalla de la notebook, aún no entendía cómo había podido escribir eso:



"Las historias secretas se sublevan
en la última noche tiendo a pensar en la oscuridad
nos cubre como terciopelo negro
nos canta himnos chicos
 
El filósofo habla en un débil susurro
tiendo a creer en débiles sonidos fragmentados
retorno a los orígenes
retorno al sentido abismal de luz y arena..."






evidentemente el personaje tenía vida propia, pensaba, ¿podía hacer algo al respecto? No lo sabía. Lila había entrado en la biblioteca, paredes de madera tapizadas de libros de arriba a abajo, una biblioteca inmensa.

Ella no desconocía esos ambientes lujosos, es más, los había frecuentado desde su más tierna infancia. Y sin embargo había algo que le parecía mentira en todo eso, que le parecía falso, como estar con una pulsera numerada de papel envolviéndole la muñeca, como si estuviera presa de esa fiesta, de esa situación, de esa invitación de ese señor llamado Morgan, al que ni siquiera se atrevía a llamar por su verdadero nombre. No, todavía no lo iba a hacer, era mejor así, dejarlo en ese limbo de nombre ficticio, ni siquiera decir el verdadero nombre. Y entonces entró él, con esa sonrisa de actor de cine, con su apariencia atlética, con su dominio de la situación, connotando su poder mediante su ropa, su piel bronceada y dijo:


- Hola



y Lila también dijo:



- Hola



Morgan preguntó si Lila buscaba algún libro en especial y ella dijo que no, que le gustaba mirar siempre las bibliotecas. Y entonces él dijo:



- Aquí no tenés que mirar, te voy a llevar a otra biblioteca



Y Lila lo miró con desconfianza. Entonces Morgan abrió sorpresivamente una puerta corrediza de madera que hasta ese momento parecía una pared en medio de la biblioteca y la invitó a pasar.



- Podés mirar aquí, seguramente te va a gustar más esta biblioteca.


Era una sala más chica, también tapizada de libros de arriba a abajo y Lila se detuvo a mirar los libros. Había libros de poetas franceses: Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Prevert, Artaud, Breton, Eluard. También de escritores ingleses: Blake, Coleridge, Stevenson, Wordsworth y también otros más actuales como Martin Amis. Entre los argentinos estaban Borges, Mallea, José Hernández, Ricardo Güiraldes, Benito Lynch, Julio Cortázar, Roberto Arlt, Silvina Ocampo, y varios más. También había libros del Subcomandante Marcos, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Rulfo, Juan Villoro, Carlos Fuentes. Entre los norteamericanos pudo descubrir a Hemingway, Paul Auster, William Faulkner, Flannery O´Connor, Carson McCullers. Había libros de Fernando Savater, Isabel Allende, Ángeles Mastretta, Roberto Bolaño, Clarice Lispector, Vinicius de Moraes, Jorge Amado y otros. Entre los libros de filosofía pudo ver algunos de Michel Foucault, Gilles Deleuze, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir. Entre los novelistas franceses había libros de Michel Houellebecq y Marguerite Duras. También descubrió el Diario de Witold Gombrowicz, y las obras de teatro de Griselda Gambaro. Había libros de Antonio Tabucchi, Salvador Elizondo, Carlos Monsivais, Javier Marías, Nicanor Parra, Silvia Molloy, Ernesto Sabato, Ricardo Piglia, Tomás Eloy Martínez, Pablo Neruda, Olga Orozco, Nicolás Guillén, César Vallejo, Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Gabriel García Márquez, Manuel Puig, Néstor Perlongher, Copi, y muchos otros autores. Había muchos más libros y Lila comprendió que esta era la biblioteca selecta y privada de Morgan.



- Ahora yo te mostré mi biblioteca ¿qué te parece?
- Me parece buena pero ¿qué tiene que ver con lo que escribís?



Morgan sonrió y dijo:



- Lo que conté la otra noche en casa de nuestro amigo es sólo una de las cosas que escribo. Quería que lo supieras.
 
- Yo no te estoy juzgando - contestó ella.
- Pero creo que no te gusta esta fiesta
- Yo no dije eso
- Me doy cuenta. Voy a invitarte a dar una vuelta en el barco, he invitado a algunos de los amigos que están aquí.
- No me gusta navegar - contestó Lila
- Ah ...querés estar siempre sobre la tierra
- Sí, tal vez, me gusta pisar tierra firme.
- Y yo te quiero mover el piso.
- Te va a ser difícil...
 




(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados
 
 

martes, 10 de abril de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela - fragmento





















De la antigua amistad con Miguel, Lila consideraba que poco o nada quedaba. La amistad se había ido transformando en una relación casi de conocidos, o tal vez de extraños, en la que Lila ya no tenía la misma confianza que antes. En realidad no había habido una traición, pensaba Lila, en esa amistad, sino un alejamiento, una extrañeza donde ya ninguno de los dos, ni Lila ni él eran los mismos. Sin embargo, pensaba Lila, había que darle a Miguel una oportunidad ¿hasta cuándo? ¿hasta qué punto Miguel no era el mismo? ¿hasta qué punto la fama, los nuevos amigos, la nueva situación económica lo habían hecho cambiar? ¿hasta qué punto Lila era Lila? ¿hasta qué punto Lila era la mujer que Miguel había conocido hacía muchos años? Miguel tenía demasiados amigos nuevos, había accedido a un mundo en el que Lila no tenía muchas ganas de estar. Prefería sus caminatas al lado del mar, su concentración para escribir, sus lecturas, salir con alguna amiga, escapaba de las fiestas ruidosas, de las reuniones con mucha gente, de la frivolidad. Pero ¿se podía poner a prueba una amistad? ¿era necesario? ¿hasta dónde quería llegar Lila? ¿no era más cómodo y más fácil dejar pasar las cosas? Había aceptado ir a la fiesta del amigo de Miguel, ese escritor, y también se decía artista, llamado Morgan, porque acordamos que el nombre no se puede decir, y esta vez no iría sola sino con Rosa Té, la psicoanalista. La fiesta sería en el exclusivo barrio con embarcadero cerca de la playa. Acordaron con Rosa Té ir en un remise, en este caso era un jeep que las llevaría por la playa hasta la casa de Morgan, cerca del acantilado. Cuando llegaron a la casa, después de pasar por la barrera de la entrada, Lila y Rosa Té tenían puesta una pulsera de papel con un número como identificación. Cuestión de seguridad. En la fiesta había muchos invitados y una música estridente. Morgan estaba en la entrada, y saludaba a los que iban llegando. Vestido íntegramente de blanco, pantalones, camisa y zapatos, Morgan parecía el personaje de una película donde él era el protagonista, el guionista y el director. Tal vez lo fuera. Morgan saludó a Lila y a Rosa Té y amablemente les indicó que se ubicaran en la terraza.

- ¿Cuál de ellas ? - preguntó Lila

Morgan sonrió y dijo: - La que prefieran.

La casa tenía tres pisos y dos terrazas y en los dos lugares había invitados, mozos que pasaban con bandejas sirviendo tragos y bocaditos y Lila se decidió por la terraza más cercana. En ese momento vio a Miguel, había llegado antes y conversaba con un grupo de personas sentados en una de las mesas adornadas con flores y velas. Rosa Té dijo que a ella le gustaba el lugar, y Lila no dijo nada pero se sentó en la misma mesa de Miguel y su grupo de amigos.
La música era estridente, había una orquesta y uno de los músicos tocaba el saxofón. Cerca, se podía ver el barco de Morgan, amarrado. Había algo de viento y el barco se bamboleaba. En el agua, se reflejaban las luces de la casa y también la luna, era una noche estrellada.

Una de las puertas, la que daba a la terraza donde estaba Llila estaba abierta y dejaba
ver el interior del living: un gran cuadro de colores estridentes ocupaba la pared del fondo.

- Uno de tus cuadros - señaló Lila mientras miraba a Miguel.

- Sí - dijo Miguel, de mi época abstracta.

- Lo recuerdo bien, lo estabas pintando en tu época de Pollock.

- Es cierto - cuando viajaba seguido a Nueva York, la obra de Pollock me inspiraba.

- Tu amigo ¿te compró muchos cuadros?

- Algunos

- Todavía tengo en Buenos Aires el cuadro de tu época cubista - dijo Lila. - Ese lo puse en el living.

Mientras Lila y Miguel hablaban de las pinturas, Rosa Té había entablado conversación con una de las mujeres del grupo ahí sentadas.

- ¿Es amiga de Morgan? - preguntó la mujer

- En realidad no, me invitaron pero no soy amiga

- ¿Escribe?

- Tampoco, soy psicoanalista

- Ah - contestó la mujer, mirando a Rosa Té a los ojos

- ¿Y usted? - preguntó Rosa Té

- Amiga, amiga de Morgan y de la mujer

Lila se disculpó y se dirigió hacia la casa. Para llegar al living tuvo que deslizarse en zigzag, habían llegado más invitados, algunos se habían quedado de pie, bebiendo tragos, otros bailaban y Lila tenía una idea que le daba vueltas en la cabeza desde que había aceptado la invitación. La biblioteca estaba al fondo de la casa, había que atravesar dos livings y un comedor hasta llegar ahí. En todos los lugares había gente, algunos sentados, otros alrededor de las mesas que tenían platos de fiambres adornados con frutas. Finalmente, Lila había encontrado la biblioteca, la puerta de madera estaba semiabierta y entró.







(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

jueves, 5 de abril de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá








 
























No podía creer todavía en las palabras de Miguel. Recién había apagado el celular y me parecía una broma. Morgan, porque de él acordamos que no se puede decir el nombre, me invitaba a mí, a Miguel y a otros amigos a una reunión en su casa. ¿Pero cómo me puede querer ver de nuevo a mí si estuve de lo peor en tu casa? le había dicho. Dice que le encantaste, que lo pasó muy bien en casa y hace una reunión para celebrar el nuevo contrato para filmar una película, su nueva novela. No entendía, había hecho un esfuerzo sobrehumano para quedarme ahí, en la casa de Miguel, casi no había hablado, ese hombre Morgan me parecía demasiado extraño, demasiado exitoso, demasiado charlatán y ahora me invitaba a una reunión en su casa. Deduje que sólo podía intrigarle mi reserva, mi silencio, o tal vez estuviera empecinado en pertenecer al círculo de amigos escritores y artistas de Miguel, un artista visual con obras en las mejores galerias de New York, París, Buenos Aires y ahora también sus obras iban a Dubai.




- Está bien, dije, voy a ir, lo voy a hacer por vos, por la amistad que tenemos desde hace tantos años, pero esta vez voy a ir acompañada por una amiga.


- ¿Y quién es esa amiga que querés traer? dijo Miguel.

Una psicoanalista de Buenos Aires.


No me había resultado fácil convencer a Rosa Té para que me acompañara a la reunión en la casa de Morgan.


- ¿Y quién es? - preguntó Rosa Té
- Un escritor y artista, un amigo de Miguel, mi amigo
- ¿Lo conocés?
- Lo ví una vez, dos, lo vi en la casa de Miguel, me invitó a una reunión
- No será uno de esos plomos que no hablan ¿no?
- Para nada, al contrario, habla demasiado, no para de hablar, acapara toda la atención.
- ¿Y por qué se te ocurre que yo la voy a pasar bien en esa reunión?
- Ah, no, garantías no hay, no sé cómo va a ser, nunca fuí a la casa, casi no lo conozco y es más, casi huí la otra noche de la casa de Miguel.
- A lo mejor es divertido
- Puede ser
- ¿Y dónde es la casa?
- Me dijo Miguel que vive en un barrio exclusivo, con embarcadero, Morgan tiene un barco amarrado en la puerta de la casa.
- ¿Y a vos te parece que yo le puedo interesar al amigo de Miguel?
- ¿Y por qué no?, Rosa
 
Rosa Té me ponía entre la espada y la pared. Tenía que ofrecer garantias de algo que no tenía la menor idea de cómo iba a resultar. Como siempre, ella quería tener garantías de todo: de la amistad, de los horarios, de las afinidades. Estábamos ahora en un bar, cerca de la playa, lejos del bar de Pirata. Un bar con techo de chapa donde colgaban plantas y un guacamayo de un aro. Rosa Té había pedido un agua saborizada. Como todo el mundo ahora, en lugar de café, té, o una gaseosa, todo el mundo pedía agua saborizada. Yo no, yo había pedido un agua mineral.


- Mi mamá tiene un amante nuevo - dijo Rosa Té
- Tendrías que olvidarte de los amantes de tu mamá.
- No puedo, toda la vida fue igual, tuvo maridos, amantes, maridos y amantes al mismo tiempo, es algo que no puedo olvidar. Es imposible competir con ella.


Nuevamente el tema fijo, la obsesión de Rosa Té con la madre y sus maridos y los amantes de su madre, era casi imposible que el tema no se instalara en las conversaciones con Rosa Té.



- ¿Por qué no hablamos de filosofía? - dije
- Tenés razón ¿qué filósofo elegimos hoy?
- Spinoza, Las cartas del mal ¿te parece bien?
- Sí, sí, hablemos de Las cartas del mal - dijo la psicoanalista




(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 
 
 

domingo, 1 de abril de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela - fragmento



























Ahora se había ido, me había estado interrogando durante media hora o más. Durante ese tiempo, intenté ser cordial, sonreir, mirarla a los ojos y ella seguía ahí firme, mirándome a los ojos, también, como si me estuviera juzgando, como si ya me hubiera juzgado, como si ya, tal vez, tuviera algún veredicto.
La mujer que vino a interrogarme dijo ser investigadora, dijo estar trabajando en el caso de Willy Agastizábal, el hombre que había aparecido ahogado en esta playa.



¿Por qué tendría yo que saber algo?

- Willy Agastizábal apareció ahogado en esta playa, cerca de aquí, a unas cuadras de distancia, ¿está segura de que jamás lo había visto?

- Segura no, no puedo afirmarlo, tal vez lo había visto un par de veces - dije.

- ¿Y tal vez lo conocía?

-¿A qué se refiere?

- ¿Conversó con él alguna vez? en la playa, quiero decir...


- No lo recuerdo - dije.

La mujer me mostró la fotografía del tal Willy, un hombre rubio, bronceado, con aspecto deportivo y actitud de ganador y la miré durante algunos segundos.



- No - dije.

La mujer se puso impaciente. Se incorporó y caminó alrededor de la mesa, se acercó a la ventana y en ese momento el teléfono celular empezó a sonar.

- ¿No lo va a atender?

- No, seguramente es equivocado.

- Atienda - dijo ella.- No tengo apuro, puedo esperar.

Atendí, nuevamente era la voz de Miguel:

- ¿Estás ocupada? ¿te interrumpo?

- Sí, ahora sí - contesté.

- Bueno, te llamo más tarde, tengo que contarte algo.

Apagué el celular. Me sentía muy incómoda con la presencia de la investigadora. El mono estaba encerrado en el dormitorio y la mujer escuchó ruidos y me preguntó:

- ¿Hay alguien además de usted en la casa?

- Digamos que sí, tengo una mascota.

- ¿Un perro?

- No, un mono.

La mujer se quedó mirándome fijamente. - Así que un mono y ¿hace mucho que lo
tiene?

- Hará dos años - contesté.

- ¿Y por qué eligió un mono?

- Me lo regalaron - dije.

- ¿Un amigo? - preguntó ella

- Tal vez - dije

- ¿Y su amigo, el que le regaló el mono, lo trajo de algún país tropical?

- No, no podría, no se pueden sacar monos de otro país así como así. El mono era de él.

-¿Y por qué le regalaría el mono a usted?

- Le he contestado muchas preguntas, no creo que la historia este mono pueda ayudarla
a resolver el caso.

- Tal vez no, pero hay personas que me han dicho que la vieron a usted junto a Willy
Agastizábal en varias oportunidades.

- Y si eso fuera cierto ¿sería un delito?

- No, si eso fuera cierto, quiere decir que Willy y usted se conocían y usted me lo está ocultando.




La mujer se fue y decidí que ya era tarde para salir a comer al bar de Pirata, las escenas se sucedían como en una película que yo no dirigía. Un viento fuerte había empezado a soplar y el mar se encrespaba en olas grandes que se deshacían en la playa. Era un mar revuelto y gris, y el cielo estaba gris, también, con algunas nubes.




(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

lunes, 26 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela - fragmento



















- ¿Y dónde querés que esconda al mono, adentro de un armario?
- Yo no dije eso, simplemente te sugerí que no estuviera el mono cuando Morgan
-porque yo le pedí que nombráramos a su amigo así para no decir el nombre -
y el editor fueran.

- Mirá, yo al mono no lo voy a esconder.

Era la cuarta o quinta vez que hablábamos por teléfono ese día, después que llegué
de Montevideo. El mono se había dormido en la cama, había cáscaras de frutas por
toda la casa. La canilla de la cocina estaba semiabierta y había papeles rotos, tirados por todas partes. Era la forma en que el mono me decía que estaba enojado por haberlo dejado solo. Los animales se expresan de esa manera, rompiendo cosas, desordenando todo. Muchas personas también.
Recién había cortado la comunicación con Miguel. A veces me exasperaba. Ahora hablaba
por el teléfono celular que había olvidado antes en la casa. La casa que había alquilado en la playa no tenía teléfono y yo odiaba usar el celular. Pero era necesario hablar con Miguel, y esta
vez él me había llamado. Se sentía culpable, dijo, por haberme invitado anoche a su casa sin avisarme acerca de Morgan.

- Es un hombre exitoso - dijo Miguel y tiene un editor que se las trae. Pensé en vos, en esa novela que escribís desde hace tanto tiempo. El editor es europeo y no quiere nada de
realismo mágico. Nada de monos, nada de lagartijas, nada de clima tropical, no va a editar
nada de eso.


- Muy bien, Miguel ¿tenemos algo más que hablar hoy? ¿o querés que además del mono yo
también me esconda adentro de un armario?

- Enojate, querida, enojate - Miguel se reía. - Si vos querés pasar las vacaciones con tu mascota en esa casa, si querés escribir todas esas cosas, hacelo. Pero después no vengas a quejarte.

- Miguel...

- Sí ...

- No puedo seguir hablando con vos de esta manera, no puedo seguir escuchándote. Me estás
pidiendo que niegue la realidad en que vivo.

- ¿Qué realidad? ¿de qué hablás? ¿a quién le importa la realidad?

- Tenés razón Miguel, ¿a quién le importa la realidad? apagué el celular, no lo iba a atender más por hoy. La casa estaba sucia, revuelta, el mono también estaba sucio. Y yo estaba cansada.
quería dormir.
No me iba a resultar posible hacerlo hasta algunas horas después. Porque alguién estaba golpeando la puerta. Otra vez, era esa mujer, estaba investigando la muerte de Willy Agastizábal, y una vez más venía a preguntar cosas, no iba a ser la primera vez que me interrogaba.


(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

sábado, 24 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela - fragmento

















En el lobby del hotel, mientras le servían un café con una medialuna planeó llamar a Miguel
por teléfono, eran las once de la mañana. Y no era mala hora para despertarlo, con la noche que le había hecho pasar. Estaba segura que todo era una broma, que Morgan era actor o algo así, no podía ser un escritor tan ridículo, diciendo esas cosas, contando una novela inverosímil, seguramente todo era una broma de Miguel y lo sacaría de la cama con el llamado. Le pidió a la operadora que discara el número de Miguel mientras se miraba en el espejo. Se vio algo demacrada, había pasado casi toda la noche sin dormir, en esa habitación tan inhóspita, a pesar de tener vista al río.
Estaba en Carrasco, un barrio de Montevideo, residencial, que siempre le había gustado. La operadora le indicó que fuera a la cabina, que ya estaba llamando.
Miguel atendió con voz de sueño y Lila dijo:

- ¿Por qué lo hiciste, Miguel? ¿Por qué me invitaste con ese personaje de anoche?

- Ah... dijo Miguel, con tono sobrador y ...¿te divertiste o no?

- Pero era una broma ¿no es cierto?

- No para nada, todo es cierto.

- Y ¿por qué pensaste que la iba a pasar bien en una reunión con un personaje como ese?

- Y ¿qué sé yo? a lo mejor...

Lila cortó la comunicación sin despedirse. Era suficiente por hoy con haber despertado a Miguel a las once. La próxima vez, su amigo sabría que no estaba dispuesta a ir a reuniones de ese tipo.
Sin embargo, le había quedado algo por preguntar y decidió pedir una nueva comunicación con la casa de Miguel.

- Hola ...

- Hola ...

- Miguel...

- Sí...

- Decime algo, tu amiga, la de los anteojos flúo, ¿no había preparado una perfomance o algo así?

- Al fin caíste, al fin te diste cuenta: es arte conceptual. -. Nos filmó anoche, con una cámara oculta, ya tiene una sala en París para exponerlo.

Ya no sabía si Miguel hablaba en broma o en serio. Lo que había escuchado anoche en la reunión sobrepasaba una escena realista.

- Miguel..

- Sí, nena ¿qué querés?

Lila tenía ganas de decirle a Miguel muchas cosas, la estaba poniendo a prueba todo el tiempo, olvidándose de los buenos tiempos, de lo amigos y confidentes que habían sido en una época y ésa era la mayor traición, no era un problema que Morgan, el amigo de Miguel fuera tal como se había mostrado, el problema era para Lila la traición de Miguel. Por eso le cortó sin decir nada. Colgó el teléfono y subió a la habitación, tenía que ducharse, tenía que ponerse bajo el chorro del agua y pensar en otra cosa, tal vez en el mono, al que había abandonado a su suerte toda la noche.




(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

miércoles, 21 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)









































Ahora, a través de la ventanilla Lila sólo veía la noche y el campo. La oscuridad difuminaba los pastos largos, crecidos al borde del camino y sólo algunas luciérnagas en la hierba y las estrellas iluminaban un poco el paisaje. Noche terrible, pensaba. ¿Para qué había ido? Si tenía la certeza, aunque intuitiva de que iba a encontrarlo. ¿Y acaso no esperaba eso? Se acomodó en el asiento, era de dos y el otro estaba libre, así recostó la cabeza sobre la campera a modo de almohada.
La noche en la casa de Miguel, su amigo artista había sido fatal. Quería mostrarte la casa, las últimas obras, el nuevo estudio, dijo, quería que vinieras. ¿Y quiénes van a estar? Vamos, dijo, Miguel, vamos a estar vos, yo y mi amigo ...y alguien más, una amiga, vos creo que la conocés.
Lila ya sabía a quién se refería Miguel, ¿Y si la invitara también a su amiga Rosa Té, la psicoanalista? ¿Y por qué no? Si iba también Rosa Té, Lila tendría un pretexto para irse enseguida si no estaba cómoda.
No se atrevió a sugerirle a Miguel que la invitara. Tal vez a Rosa Té tampoco le hubiera gustado ir. Y seguramente hubiera tenido tema de conversación durante dos o tres meses.
La casa de Miguel estaba cerca de la playa, la había comprado ese verano y había armado su estudio en la planta alta. La arquitectura parecía copiada de una revista de diseño, una de esas revistas que tanto le gustaban a Miguel. Desde la terraza abierta se podía ver el mar y una escalera conducía directamente hasta la playa. A Miguel le iba bien con la pintura, estaba exponiendo en numerosas galerías de todo el mundo y se había hecho un nombre dentro del circuito del arte. Cuando llegó Lila, Miguel fue a recibirla y a ella le extrañó que hubiera contratado a dos mozos para ordenar la mesa y servir la cena. Estimó que Morgan, porque Morgan era el nombre supuesto que le había otorgado Lila al amigo de Miguel, para no nombrarlo, estaría por llegar de un momento a otro. Era notable cómo había cambiado su amigo desde que le iba tan bien con los cuadros.
Lila observó las pinturas, las nuevas obras de Miguel en el estudio y después de unos minutos sonó el timbre y Miguel le pidió que bajaran a recibir al resto de los invitados. Su amigo bajó primero y Lila se quedó durante algunos segundos en la terraza mirando la brillosa camioneta cuatro por cuatro recién estacionada frente a la casa y después bajó.
Como ya se había imaginado, Morgan estaba ahí dispuesto a brillar en la conversación, a seducir, a convencer, pero ¿quién era? ¿quién era realmente Morgan? ¿Por qué Miguel no le había contado antes acerca de este hombre? Y tal vez era cierto que los amigos no se cuentan muchas cosas.



Lila, Miguel y Morgan se sentaron en el living y uno de los mozos, un chico joven les preguntó a cada uno qué iban a tomar. Lila pidió un agua mineral sin gas. No quería tomar ninguna bebida con alcohol , sin saber antes quién era Morgan. ¿Y por qué se cuidaba tanto? ¿Acaso tenía miedo? Tal vez sí. Morgan era una presencia inquietante y sólo por el nombre, que ni siquiera se atrevía a pronunciar, ese hombre ya la inquietaba.
Miguel parecía disfrutar de la escena, parecía que la hubiera elegido para un experimento, pensaba Lila. ¿Por qué su amigo se comportaba así? ¿Qué querían de ella? ¿Qué querían...? Hubiera sido un poco ridículo lanzar la pregunta así, tal como la estaba pensando, por eso cuando el mozo le acercó la copa de agua mineral bebió un sorbo y se mantuvo callada escuchando la conversación de los dos hombres que bebían un aperitivo. Morgan también era artista, pero además era escritor cuando escuchó a qué se dedicaba Morgan, se quedó más callada aún. ¿Quedaba mal que se quedara tan callada? Enseguida tocaron el timbre. El mozo abrió la puerta y apareció la excéntrica amiga de Miguel, la de los anteojos flúo que había encontrado antes en el bar de Pirata, esta vez sola. La mujer, Grace, era una artista conceptual. Quería posicionarse en el mercado internacional y ser algo así como Sophie Calle. Lila sintió entonces una voz de alarma dentro de ella. Qué noche más horrible iba a pasar ahí, en la casa de Miguel. ¿Y para qué había ido entonces? Había tenido que arreglarse, había tenido que ir a la peluquería, cosa que detestaba. Había tenido que ponerse zapatos con tacos altos. Y ahora, como lo presentía, mientras estaban sentados a la mesa, Morgan se había puesto a contar el argumento de una novela que escribía. La novela empezaba en París y el personaje principal viajaba por distintos países, hasta llegar a Sudamérica. Tenía una intriga y personajes jóvenes, bellos, ricos y aventureros. Lila pensaba que tal vez era la antitesis de la famosa película Feos, sucios y malos y se sintió sonreir. Y ya tenía el guión para filmar una película, dijo Morgan, es decir que el guión había sido primero que la novela. Y el contrato estaba firmado con una editorial de afuera.
Morgan parecía divertirse mucho mientras lo contaba y Miguel también y aunque Grace seguía atentamente la conversación, Lila no dejaba de advertir el lujo que había dentro de la casa nueva, los detalles, los mozos que Miguel había contratado para servir la cena. El menú elegido por su amigo según la nueva cuisine internacional.
Durante unos momentos la mirada de Lila se detuvo en el espejo, detrás de Miguel y se vio reflejada. Y vio en ese espejo una mujer solitaria, los ojos muy abiertos, sentada en uno de los lados de la mesa, con luz de velas y flores rosa en pequeños bols con agua, acompañada por tres personas que hablaban y hablaban. Pero el que más hablaba de todos, el que llevaba el peso de la conversación era Morgan. Y Lila se sintió durante unos segundos como si volviera al pasado, en otras circunstancias de su vida, tal vez algo más alegres, y de pronto vio a Morgan, cómo la miraba. ¿Qué quería? ¿Qué quiere ese hombre de mí? se volvió a preguntar dos horas más tarde, cuando ya viajaba en el ómnibus escapando, nuevamente, escapando. No quiso que Morgan la llevara en la camioneta. Mintió. Le pidió a Miguel que le pidiera un remise, debía ir a recibir a una amiga a la terminal de ómnibus. Y efectivamente llegó a la terminal de ómnibus y lo primero que hizo fue sacar un pasaje a Montevideo. Iba a pasar la noche en un hotel, dejaría al mono solo toda la noche en la casa. Quería pensar.




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viernes, 16 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)


















La última tentativa de Lila para que Rosa Té no estuviera tan sola había sido presentarle a un amigo, Rafael, viudo y con hijos. Después de pasar un día entero, durante una salida al campo con su marido, Rosa Té, Rafael, y los hijos de Rafael y de Lila, había renunciado a vivir otra experiencia similar.
Rosa Té se quejaba ahora, nuevamente, después de varios años, de haber aceptado que Lila le presentara a un amigo:

- ¿Pero vos no entendés que ese hombre ni palabras daba? - dijo Rosa Té acomodándose en un sillón mientras el mono la miraba atentamente.

- Bueno, mudo no es, tal vez estaría triste ese día. - respondió Lila

- No sé, es tu amigo, vos lo conocías, vos quisiste presentármelo, pero me la hizo pasar mal, durante todo el día, ni siquiera nos habló.

- Rafael sí habló, pero habló con mi marido, se entretuvo pescando con él, jugando a la pelota con los chicos. Con él fue con quien siempre habló cuando salimos. Y yo siempre hablé con mi amiga, así pasamos nuestras salidas al campo. ¿Por qué te acordás ahora de todo eso?

- Porque me acuerdo - contestó la psicoanalista. - Y porque estoy harta de estar sola, de vivir sola nada más que con el perro, y porque no soy ni chueca ni renga, ni fea.

Lila presintió que una gran tormenta se avecinaba y dijo:

- ¿Querés que salgamos un rato, vamos al bar de Pirata?

- Mirá, ese tipo, Pirata me tiene cansada. Es un tipo que está ahí detrás del mostrador, mirando a todo el mundo, casi sin hablar. Es como tu amigo Rafael.

- No te sigas acordando de Rafael, él ya se casó con otra.

La noticia le cayó mal a Rosa Té y con el ceño fruncido, dijo:

- Te das cuenta vos, me presentaste a un tipo que no tenía el menor interés en mí

- Ah bueno, pero yo no lo sabía, y además ¿cómo podía saberlo si no te lo presentaba?

- Cuando alguien ni siquiera habla, ni siquiera da palabras como Rafael, tenés que
desconfiar.

- Mirá, la amistad con Rafael se terminó para mí, lamentablemente, el día que mi amiga Laura murió. Pero por mi hijo y por los hijos de ella y de él, nos seguimos viendo un tiempo más.

- Yo no te entiendo a vos. ¿Cómo podías aguantar esas salidas con un tipo así, como Rafael y con tu amiga Laura,?

- La pasábamos bien, los chicos jugaban, Laura y yo teníamos muchos intereses en común y nuestros hijos también la pasaban bien.

- Acordate, Lila, desconfiá siempre de quien como Rafael, ni palabras da.

La tarde se iba apagando lentamente y el sol parecía una lámpara roja en el horizonte. Rosa Té se había ido de la casa y Lila se preparaba para salir a caminar por la playa, a esa hora las aguavivas llegaban hasta la playa y quedaban ahí, en la arena mojada, como una masa de gelatina, que irritaba la piel de quienes las pisaban. A lo lejos, se podían oir los cantos de algunas voces jóvenes alrededor de una fogata.






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domingo, 11 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)
































Morgan, llamémoslo así, porque el nombre era un secreto que sólo Lila conocía y el secreto estaba ahí, en el nombre, era el amigo de Miguel. Se instaló aquella noche en el bar de Pirata, y casi no habló. Hay experiencias que son iniciáticas, aunque todo el mundo no se dé cuenta cuando las está viviendo, son experiencias que llevan hasta el umbral y a veces lo traspasan, y haber conocido a Morgan esa noche, era para Lila una de esas experiencias. ¿Percepción inconsciente? Algún psicólogo, tal vez Rosa Té, podría decir eso, porque la conocía a Lila y sabía que Lila podía tener en una primera impresión la radiografía de alguien con sólo verlo y conversar dos palabras. ¿Fantasma del porvenir? Morgan venía del mar, de navegar, dijo. Estaba despeinado, la piel enrojecida por el sol, y un aspecto juvenil aunque ya no era un nene y tal vez misterioso. - Nos conocemos desde hace más de veinte años, dijo Miguel. Y a Lila le extrañó que jamás se lo hubiera presentado antes. Hay ciertos egoísmos entre los amigos, como mezquinar o tal vez ocultar a los otros amigos y nunca presentarlos. Nunca antes Lila había comprendido hasta tal punto la magia de los ojos ¿o sí?. En la mirada de Morgan percibió algo, inasible, secreto, tal vez.
Se sintió incómoda en la mesa. Los otros amigos de Miguel, el hombre y la mujer con anteojos flúo verdes él y rojos la mujer, hablaban en una jerga casi incomprensible para ella, alejada ahora del mundo de las galerías del arte. Nombraban a personas que jamás había visto en su vida, nuevas instalaciones, muestras raras donde se podía exponer una taza junto a un zapato, los últimos chismes del ambiente. Lila no sabía si era eso, o quería estar lejos de la gente con la que uno mantiene trato sin saber por qué, o la insistente mirada de Morgan posada sobre sus ojos , o tal vez su casi silenciosa presencia en la mesa, o tal vez la súbita frialdad de Miguel hasta hacía pocos minutos, hasta la llegada de Morgan, elocuente y cálido, pero le dieron ganas de irse. Ya era bastante tarde. - No te molestes, pidió a Miguel, puedo irme sola a casa, son dos cuadras, nada más. Habían terminado de comer y Lila se despidió de Miguel, de la pareja que lo acompañaba y del extraño que había conocido esa noche.
Tuvo ganas de chapotear por la orilla del mar, a lo lejos se escuchaban los cantos de algunos, tal vez oraciones a algún Orixá.








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martes, 6 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)


















El bar de Pirata estaba lleno, no había ninguna mesa libre y Lila divisó a su amigo Miguel, el artista, sentado en una mesa cerca de la barra junto a otras dos personas y se acercó. Intuyó el tema de la conversación. No era difícil hacerlo, casi siempre Miguel y sus amigos hablaban de lo mismo. El arte, la pintura, el arte conceptual, las galerías, las bienales, los nuevos lenguajes. Lila lo saludó a Miguel y él le presentó a la pareja que lo acompañba. Eran una mujer y un hombre con aspecto de excéntricos: los dos usaban anteojos con marcos de colores fosforescentes y ella parecía Bette Davis pero más joven. Él tenía un aire a Humprey Bogart, tal vez un poco desubicado. ¿Se habrían equivocado de bar o de película? tal vez. El mozo se acercó a tomar el pedido, ellos recién llegaban también, dijo Miguel. Y Lila decidió pedir algo para comer. Desde la barra, Pirata, con su melena roja observaba a los clientes y el movimiento del bar, sin perderse ningún detalle.
Enseguida Lila advirtió en una mesa, al fondo, al hijo de Rosa Té. Estaba muy bien acompañado, por una mujer de melena corta y rubia, bastante grandota, y él parecía hablar animado. Entonces ¿por qué había venido Rosa Té a inquietarla esa noche? ¿Por qué la psicoanalista no se bancaba una frustración amorosa del hijo? y ella, Lila ¿qué tenía qué ver con esa historia? Tal vez esa mujer que acompañaba al hijo de Rosa Té fuera la mujer con la que había vivido una historia amorosa y que había terminado en ruptura. Tal vez no. Y eso ¿tenía algo que ver con ella? No, se contestó, mientras el mozo le servía una cerveza bien fría y veía a Miguel conversando muy animado con el hombre y la mujer que los acompañaban. Estaba absorta en la historia que Rosa Té le había contado. Y ella misma se asombraba por tener que escuchar las historias que otros le contaban. ¿Y ese no era acaso su oficio? Escuchar historias, sí, cuántas veces en su vida las había escuchado. Y a veces había que escuchar historias de personas reales y a veces había que inventarlas. Estaba segura que su amiga aparecería mañana o cualquier otro día, para hablarle del hijo y de lo mal que estaba. Y ella ¿qué podía decirle? Lo acompañaba una mujer tremendamente atractiva, mucho más alta que él y él parecía estar fascinado. Pero ¿tenía derecho a hacer algo así? Eso era meterse en las vidas ajenas. Y realmente, todas esas vidas, las de ficción y las que le contaban, se iban metiendo en su vida, en sus pensamientos, ocupando un espacio que en su mente el olvido no parecía querer dejar. Porque para que haya pasado tiene que haber olvido y el olvido no llegaba. El presente, que no se convertía en pasado, siempre estaba ahí, empañándolo todo. El pasado no llega a ser verdaderamente pasado para nosotros hasta que no lo olvidamos. Lo comprendió muy bien esa noche. Cuando alguien más llegó hasta la mesa donde conversaba con Miguel y con sus dos amigos. Lo comprendió muy bien, eso del pasado, que no habia sido abolido, ni siquiera borrado, cuando Miguel invitó a sentarse a la mesa a ese hombre ¿tal vez otro amigo? y entonces pronunció su nombre. El nombre del umbral, pensaba Lila, el nombre secreto, que sólo ella conocía, que siempre podría abrir la puerta, entrar en el misterio de su vida, herméticamente cerrada para casi todos. Y sintió entonces un extraño pavor.






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viernes, 2 de marzo de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá- novela- fragmento



















Apagué la notebook después de leer la última frase que había escrito:





" Ne prends pas la forme d´une machine à faire le mort

Prend garde aux géographies menaçantes des nouveaux délires



Aux mans guidées par les odeurs feuillges et tenaces..." 1







Rosa Té, la psiconalista, se había ido hacía una hora, tal vez menos, dejándome sus problemas.
Y como siempre que me encontraba con ella me dejaba desconcertada, hablaba tanto, contándome sus cosas, ya no sabía qué pensar. ¿Por qué no me dijo antes que su hijo había alquilado la casa de enfrente? ¿Por qué entonces había venido esta noche a decirme todo eso?
Nunca lo había visto personalmente a su hijo, sabía que existía porque cada tanto me hablaba de él. También sabía que iba a recibirse muy pronto de arquitecto. Y que antes había estudiado abogacía, carrera que no le gustaba ejercer. Y que ya andaba cerca de los treinta y cinco años y su vida no se encarrilaba. Y esta noche había tenido que venir Rosa Té para marearme una vez más con sus conflictos. ¿Por qué le había dicho que se quedara en casa? Éramos amigas, de vez en cuando charlábamos pero yo había ido a esa playa a escribir, quería sentirme bien conmigo misma, sentirme entera, armoniosa, sana, de cuerpo y de alma. Después iba a pensar muy bien lo que iba a hacer. Y ahora esto. El hijo de Rosa Té estaba viviendo una pequeña tragedia personal. Se había peleado con la novia, o amigovia, o pareja, porque Rosa Té tampoco sabía qué clase de relación era la de ellos dos. Ella le había dicho que no quería verlo más.


- Te lo cuento porque sos escritora, vos sabés de todas estas cosas

- Sí, pero vos sos psicoanalista, tendrías que saberlas mejor que yo.



- Es que es mi hijo, está muy triste y me causa mucho dolor verlo así. Además no le puedo decir nada porque soy la madre y no me va a hacer ningún caso.

- ¿Y qué podría decirle yo a tu hijo?

- Le dije que escribiera, que empezara a escribir una novela, y que después te la mostrara.

- Eso sí, puede ser. Puedo leer la novela y tal vez opinar, o no, según ...Lo veo escribiendo
de noche, por la ventana. Me intrigaba ver la luz de esa casa, prendida casi toda la noche, pero jamás hubiera supuesto que él era tu hijo.




Rosa Té alzó los hombros. Pocas veces había venido a hablarme de su hijo, generalmente hablaba de la madre, de su mala relación con ella. Ahora le había tocado el turno de preocuparse por alguien del que tal vez se tendría que haber preocupado mucho antes.

- ¿Y si él hablara con vos? ¿Y si tuvieran una charla y él te pudiera contar lo que le pasa?



- Ni se te ocurra decirle eso, que no lo conozco ni él me conoce ¿cómo podría contarme algo personalmente a mí?

- Lo veo tan triste, estoy destrozada, como madre, estoy destrozada.

- Esto que me contás es algo en lo que nunca me metí. Jamás intervine en una relación sentimental de mi hijo.

- Sí, pero te debés haber enterado de algo de su vida.

- Y bueno, sí. Pero ¿qué puedo hacer? Puedo decir lo que pienso una sola vez y después callarme. Los que escribimos podemos experimentar en una novela, por ejemplo. Pero en la vida real no se lo aconsejo a nadie. Yo no le puedo decir a tu hijo nada, aunque él me cuente toda su experiencia. En cambio, si él escribe, es distinto. Puedo leer, decir algo, tal vez callar.




Después hablamos de Paul Eluard y de Gala. Rosa Té tenía sus teorías y yo las mías acerca de ellos. A ella le gustaba interpretar lo que yo decía y a mi no me gustaba que ella me interpretara. Cuando hablábamos de otros temas, a veces coincidíamos. Para seguir hablando del hijo y de la tristeza que lo dominaba, Rosa Té me pidió whisky con hielo. El whisky no me gusta como tampoco ninguna bebida blanca. Le serví un whisky doble con tres cubos de hielo y para mi una sevenup, fría. Quería escucharla, por lo menos ya era algo, algún consuelo, aunque sabía, por experiencia, que cuando un dolor de esa naturaleza nos embarga, cuando sentimos una tristeza como la que sentía el hijo de Rosa Té, había que dejar que pasara, no se podía evitar. Ya iba a aparecer otra mujer, ya se iba a enamorar nuevamente. Con ésa no iba la relación, ¿para qué insistir? ¿era una Circe?

Cuando Rosa Té se fue, sería la una de la mañana. El monito se había dormido y decidí ir caminando por la playa hasta el bar de Pirata. La casa de enfrente, donde el hijo de Rosa Té escribía todas las noches, estaba a oscuras. Y mientras caminaba por la arena húmeda, y escuchaba el ruido del mar, y miraba la noche, tal vez un poco nublada, el cielo azul casi negro, las estrellas lejanas, iba pensando en que resultaría casi imposible concentrarme en la novela, hasta mucho después. Siempre había alguien a quien escuchar. Siempre, alguien vendría a mi como un mensajero, alguien que se acerca con un mensaje.








1 Paul Eluard, Le faux, le négatif entrainent la vie à se hair






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lunes, 27 de febrero de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)




























Sentada en uno de los sillones, cerca de la ventana, un cuadro en la noche de cielo oscuro, iluminada por estrellas y llena de presagios, de nuevo Lila lee un poema de Eluard:

"La courbe de tes yeux fait le tour de mon coeur,
Un rond de danse et de douceur
Et si je ne sais plus ce que j´ai vécu
C´est que tes yeux ne m´ont pas toujours vu.

Il faudrait bien que tu ne m´oublies pas,
Il faudrait bien que je sois hors du monde
J´ai peur de n´etre que par ce poème
Ou bien même par ce ciel changeant".
1


Afuera, en la arena húmeda retoza el mono, corre hacia el mar, moja las manos en el agua y vuelve a la casa. Lila cada tanto mira al mono por la ventana. La rodea el silencio interrumpido sólo por el ruido de algunos tambores lejanos y el silbido del viento. El cielo se ha vuelto gris plata como un telón de acero, como si la lluvia fuera a caer en cualquier momento. Lila vuelve a leer el poema de Eluard escrito en mil novecientos y algo, y se pregunta si lo escribió antes o después de separarse de Gala. Esas tres figuras, Gala, Dalí y Eluard circulan en su mente.
Como tantas otras cosas. Había dejado la novela que estaba escribiendo por algunos minutos. Necesitaba descanso. Le intrigaba ver unas luces en la casa de enfrente, casi junto a la de ella. En la novela que escribe, una mujer corre solitaria por la playa, se asemeja a Gala, pero no es Gala ¿adónde va? Seguirá corriendo por un tiempo más. En la casa de enfrente, hay alguien también escribiendo, supone Lila. Las luces están encendidas hasta altas horas de la noche como en su casa. Lila ve a un hombre sentado frente a una notebook, y escribe. Cada tanto va hasta la heladera y busca agua fría y la bebe. ¿Cuántas noches le está insumiendo la novela?pensaba. ¿Cuántas noches el mono se había escapado corriendo hacia la playa? Seguirá escribiendo hasta el amanecer, con las manos en el teclado y mirando cada tanto por la ventana. Está casi segura que el habitante de la casa de enfrente, es alguien solitario, lo ha visto llegar esa tarde de la playa empapado y cubierto de arena, la imaginación le agrega datos, como si fuera el personaje de su propia novela. Y en eso abre el libro de poemas y aparece uno manuscrito de Eluard, para leerlo hay que ir dando vuelta la página hacia un lado y a otro. À toute Épreuve. Commentaire. Es difícil entender el poema, pero no imposible, si es que un poema se puede entender, como si la razón lo hubiera escrito. Lila descansa. Por la mañana, una mujer llegará a golpearle la puerta. ¿De nuevo una investigación? ¿Podría contestar algo acerca del ahogado? ¿Cómo saberlo?

Entonces lee:

Le bonheur
un jour ou
l´autre,
de la mémoire
á la mort juste,
juste pour la naissance
. 2

¿Por qué había elegido leer a Paul Eluard mientras descansa de escribir la novela?

La luz de un relámpago asusta al mono y éste empieza a chillar y se esconde detrás de un sillón. A veces Lila se siente la madre adoptiva del mono, le asusta pensar que jamás crecerá, y siempre será un ser dependiente. Un animal no es como un hijo que uno lo siente nadar como
un pez adentro del cuerpo hasta que se transforma en un hombre y se va. Es toda una vida de cuidados, y un crecimiento. Un animal como el mono estará ahí por siempre cerca, como un niño travieso. Por suerte, piensa, su hijo ya es un hombre. Y de pronto está ahí con el niño, en un parque de Bremen, corriendo detrás, mientras él arrastra un auto de juguete con una cuerda. Y en el parque de Bremen hay flores, rosas, rojas, lilas, violetas, y ella da vueltas a ese parque corre detrás del niño, lo ve crecer, cambiar de tamaño, siguen dando vueltas y vueltas hasta que se hace la noche, y salen de ahí, los dos, para cruzar la calle, ya no van de la mano, porque él ya es un hombre alto, mucho más alto que ella y usa barba, y hasta se atreve a darle consejos, se despiden y él, sigue caminando rumbo a otro lugar.






1 Paul Eluard, Capitale de la douleur

2 Paul Eluard, À toute Épreuve. Commentaire



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viernes, 24 de febrero de 2012

Bajar al río

(Buenos Aires)

Dice la filósofa Agnes Heller en su libro “Teoría de los sentimientos” que el olvido emocional es el olvido de la capacidad de sentir o más exactamente el olvido de la capacidad de sentir algo o de sentir de determinada manera. Heller agrega que el olvido de ese “poder sentir”puede ser consciente, dolorosamente consciente o agradablemente consciente. Puede también, agrega la filósofa, ser inconsciente. Podemos olvidar nuestros sentimientos no reconociéndolos, como si los dejásemos “por el camino” agrega Heller y cita el cuento de Anton Chejov “El violín de Rothschild”. El cuento narra la historia de una de una vieja pareja, Yakov, un fabricante de ataúdes y su mujer, Marfa. Yakov es egoísta, avaro, desalmado se pasa la vida contando sus pérdidas. Pero algo produce un cambio en este personaje tan desagradable. Marfa enferma gravemente pero antes de morir recuerda y hace recordar a su marido que cincuenta años antes tuvieron un hijo, un niño de pelo rubio al que llevaban al río y debajo de un sauce cantaban canciones. Pero Yakov no lo recuerda. Piensa que es una fantasía, hasta que después de muerta su mujer, en un momento se acerca a la orilla del río y ve niños pescando cangrejos. Y ve el enorme y viejo sauce del que habló Marfa. Surge entonces en la memoria de Yakof el recuerdo lleno de vida del niño de rulos dorados y el sauce del que había hablado Marfa. Y Yakov se sorprende de no haber bajado al río en cincuenta años o si había venido no se había dado cuenta de ello . Yakov piensa entonces en todo lo que hubiera podido ganar con la vida del río: podría haber pescado y vender el pescado, podría haber tocado el violín y le hubieran dado monedas, podría haber trabajado con una lancha en el río lo que hubiera sido más provechoso que hacer ataúdes. Y varias cosas más. ¡Qué pérdidas, qué perdidas! se lamenta el personaje. Y se plantea una pregunta: ¿por qué la gente siempre hace lo que no se debe hacer? Tal vez haya que bajar al río para saber la respuesta.

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lunes, 16 de enero de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)







































El mar se presenta calmo y crecido. A lo lejos veo palmeras, una gran cantidad , ¿una isla?
Voy caminando por la playa, hacia la isla. Piso la arena, y el camino de la playa se va volviendo angosto. Llego al lugar de las palmeras, enseguida debo volver. Pero el mar ha crecido mucho y hay que nadar. Es un mar verde casi esmeralda. Y el agua está revuelta, las olas han envuelto la arena y me cuesta nadar. Escucho a alguien, alguien muy cerca me dice que siga nadando, como sea, y nado, nado. Antes de llegar a la costa aparece la aleta de un tiburón.
Entonces despierto ¡me he salvado! , respiro profundamente, voy a tomar un vaso de agua, me
siento en el living. Frente a mí están las velas, los sahumerios, las estampas de la Diosa del mar, Iemanjá que Cintia me ha regalado esta mañana.
Seguramente era la manera de decirme que el plazo de mi visita había terminado.
¿Había sacado algo en limpio? Solamente sabía que Cintia estaba dedicada ahora
a cuidar a su bebé. Y que la relación con Mario Bruno había terminado, definitivamente.
O por lo menos, ella lo creía. ¿Pero lo creía yo? Desde que había tomado el caso de
la muerte de Willy Agastizábal, no sabía mucho más de lo que me había dicho mi clienta.
Cintia era la punta de un ovillo. Y Cintia creía en la magia. Estatuillas, amuletos, sahumerios,
velas como las que me había regalado. Era difícil indagar en una persona tan supersticiosa
como Cintia.






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martes, 10 de enero de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)































"Privado" era el mensaje que se podía leer en la puerta. Antes, había entrado en una habitación, al azar. Había golpeado antes de entrar. Nadie contestaba. Como siempre, el olor a dinero y a lujo lo impregnaba todo.
Estudiaba la habitación. Tenía cuatro puertas. Una, por la que había entrado. Otra, comunicaba con el baño. La tercera daba a la terraza del hotel. Ahí había una pileta con agua de mar. El mismo azul del mar se instalaba adentro de la pileta, entre las lajas blancas, como en una película o en un sueño.
Hubiera querido chapotear en el agua. Pero no lo hizo. Le quedaba por investigar la cuarta puerta. Estaba cerrada con llave. Seguramente comunicaba con la otra habitación. Se preguntó si cada una de éstas comunicaba con la otra, ¿cuál de todas daba directamente al acantilado? Desde ese acantilado, tal vez se podría salir en un barco. Salió al pasillo, en ese momento no había nadie. Intentó abrir otro cuarto. Tendría que convencer a alguien para que lo llevara al lugar exacto. Mejor era volver a la recepción.
El hombre de los bigotes finos y la mirada de cuis dijo que sí, que tenían una habitación con terraza y salida al acantilado, directamente al mar. Esa habitación era más cara. Y en ese momento la ocupaba un príncipe europeo.
Puso unos billetes delante del hombre y vio el brillo de la codicia en los ojos marrones del empleado del hotel.








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viernes, 6 de enero de 2012

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)


















Se escucha el canto de los pájaros como un laúd y la canción triste y susurrante de los palos de las embarcaciones moviéndose con el viento.
También los árboles emiten su música. Son instrumentos. ¿Qué quieren decir? No puedo interpretarlos. Ahora. Estoy demasiado sorda, ¿o tal vez, demasiado sola?, para entenderlos. El sol también habla. Calienta y su calor me abriga y adormece. Me da sueño. De mala gana escribo, me detengo. Es el canto de los patos del pantano a las cuatro y media de la tarde. Me pregunto si García Márquez estuvo alguna vez aquí, contemplando el paisaje. Hubiera escrito acerca de este lugar. De la música del viento, de las hojas secas. De este rincón del Sur, de este paisaje. Me cae una hoja sobre el cuaderno y el canto de unos pajaritos que chillan se mezcla con el agudo de los teros.
¡Tero - Teru - Tero - Teru! - ¡Qué locos son los pájaros! ¡Qué dulce suena la voz de la calandria!. Las hojas del cuaderno se mueven como las velas de los barcos
que están a un costado, sigo escribiendo. Pese a todo.






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