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domingo, 13 de noviembre de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá - novela (fragmento)





























Recorrí los estantes de la biblioteca. Tenía varios volúmenes de teatro: Berenice, Fedra, Las brujas de Salem, Orfeo de la concepción, Las Bacantes, Rey Lear. Tomé uno de los libros al azar, casi sin mirar.
Era Berenice. Mientras, Cintia preparaba unos refrescos en la cocina, el niño había dejado de berrear.
Me senté con el libro en una silla y oí un grito de Cintia:

- ¡Es de Philippe Starck!

Mis ojos se asombraron, la silla era transparente, para mí era un silla de plástico. Ella vino con los vasos de refrescos en una bandeja y sin sentarse aclaró:

- La silla es de Phillipe Starck. Es uno de los mejores diseñadores del mundo - aclaró.

- ¿Regalo de Mario Bruno?

- Digamos bien ganancial. Nunca estuve casada con él, estaba harta, no sé si usted se dio cuenta.

- Pero sí tuvo un hijo con ese hombre.

- Usted ni nadie pueden saber de quién es mi hijo.

- Está bien, por ahora no hablemos del asunto, si usted no quiere.

Cintia me alcanzó el vaso con el refresco y noté que su cara había cambiado. Las facciones estaban tensas, la mirada oscura, como si se hubiera retirado en ese momento, no parecía estar ahí. Para llamarle la atención estiré el brazo y puse delante de ella, casi, el libro que había tomado de la biblioteca.
Enseguida reaccionó:

-¿Qué intenta decirme con esto?

- Quisiera saber si usted proyectaba una vida distinta de la que llevaba con su pareja, con ese hombre, Mario.

- Siempre quise ser actriz de teatro, pero la vida me llevó al cine.

- ¿Tomó clases de teatro?

- Sí, a escondidas. Me preparaba para ser una verdadera actriz y no una estrellita de cine.

-¿Y por eso leía Berenice?

- Sí, y unas cuantas cosas más.

En ese momento sonó el timbre del portero eléctrico y Cintia atendió. Se excusó y dijo que tenía que bajar a atender a alguien. Mientras dí vueltas por el living, cada vez me asombraba más la cantidad de objetos, estatuillas, piedras, cristales, pirámides que tenía acumulados en una repisa.
Habrían pasado cinco minutos cuando Cintia entró al living con un ramo de peonías, de color
rosa envueltas primorosamente en papel celofán con una tarjeta.

-¡Qué lindas flores- atiné a decir

Pero Cintia no me contestó. Fue directamente a la cocina y no volvió al living enseguida.

Los minutos de silencio se hicieron eternos. Caminé hasta la cocina y ahí la vi, de pie, estaba
transfigurada, su cara había cambiado nuevamente. Lo que sí estaba claro era que el regalo no
le había gustado. Las flores estaban en el cesto de residuos, las peonías asomaban sus rozagantes pétalos envueltas todavía en el papel celofán.

- ¿Se siente bien? - pregunté. Cintia estaba pálida, y se mantenía callada. Tomé uno de los vasos de vidrio de la mesada, abrí la canilla, lo llené y se lo ofrecí.

La mujer bebió el agua de a sorbos, se mantuvo pensativa durante algunos segundos...

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados