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viernes, 25 de febrero de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá - fragmento



Beny, el detective amigo de Mariana,  ex policía, estaba al tanto de la investigación sobre el caso. Mariana confiaba en Beny, tenía olfato. Llevaban juntos algunas investigaciones y seguimientos, infidelidades, hurtos en las empresas, pero nunca un caso parecido al de Willy Agastizábal.
Cuando Mariana le dijo a Beny que iría a ver al señor Agustini al barco, Beny frunció el ceño. Le hubiera gustado ir a él pero no se lo dijo. Sin embargo, Mariana puso al corriente a Beny de la visita y Beny decidió ir al puerto sin decirle nada.
Beny había navegado mucho en su juventud, conocía el mar y también a ciertos personajes. Sabía que el señor Agustini era un hombre poderoso y que no cualquiera podía acercarse a él.
El detective vio el barco del señor Agustini cuando se alejaba mar adentro. Se había quedado en el bar bebiendo una cerveza bien fría. Se sorprendió cuando vio a una mujer vestida de blanco, pelo platinado y la piel muy bronceada bajar de un auto que había llegado a toda velocidad. Enseguida vio al marinero que había llevado a Mariana hasta el barco del señor Agustini, saludaba a esta mujer. Los dos subieron a una lancha y se alejaron rápido de la costa. Beny se rascó la cabeza con la mano izquierda. Se podían ver muchas cosas en el puerto, en los barcos.

Mientras, en el barco del señor Agustini, Mariana seguía con las preguntas. Al señor Agustini le gustaba navegar y también su barco, además de los pájaros tropicales. A Willy Agastizábal, dijo el señor Agustini, sí, lo conocía. Sabía pocas cosas de su vida privada. Le había parecido un hombre jovial, siempre dispuesto a emprender un nuevo negocio o una nueva aventura. ¿Algo que le llamara la atención? Había preguntado Mariana. Pero al señor Agustini pocas cosas le habían llamado la atención. Veía a Willy y a su mujer, Marta, a bordo del barco de ellos. De vez en cuando, se encontraban en algún puerto. El señor Agustini se había quedado callado durante algunos segundos. A Mariana le habían parecido horas.

-         ¿Conoce usted al socio? – preguntó Mariana
-         Sí, creo que lo conocí
-         ¿Y cuál es su opinión acerca de ese hombre, Mario Bruno?
-         Le voy a ser franco, creo que no tenían ninguna afinidad excepto algunos negocios en común.

Mariana se quedó mirando al hombre, los ojos azules, la tez bronceada, la calva relucía como el espejo en que se había convertido el mar ahora. No había casi viento y el marinero encendió el motor. A lo lejos, se veía venir una lancha, en la lancha venía  una mujer vestida de blanco, muy bronceada.
El pájaro, la mascota del señor Agustini volvió a aparecer. Medía casi un metro de altura. Se ubicó al lado del hombre y gritó una palabra soez. El señor Agustini dio por terminada la entrevista e invitó a Mariana a sentarse en la mesa de juegos…

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

lunes, 21 de febrero de 2011

Novela policial Extraños en la noche de Iemanjá - fragmento



Extraños en la noche de Iemanjá – (fragmento)



En el barco del señor Agustini se respiraba olor a limpio. Era el típico olor de las casas de los ricos.
Mariana, la detective, saludó al señor Agustini y  éste le extendió la mano invitándola a pasar al living.

En el living había dos mesas, una de ellas de juegos. Se sentaron en la otra mesa. El hombre que estaba en el barco, seguramente el custodio del señor Agustini, tenía anteojos de sol oscuros y una sonrisa apenas dibujada. Parado cerca del dueño
del barco, seguía atentamente los movimientos de Mariana y del hombre. Tenía un revólver en la cintura.
Mariana se sentó frente al señor Agustini y éste enseguida le ofreció algo para tomar.

-         ¿Toma algo fresco?
-         - Sí – dijo Mariana
-         ¿Vodka y jugo de naranja?
-         No tomo alcohol
-         ¿Jugo de naranja?
-        

-         Vamos a salir a navegar ahora – dijo el señor Agustini. Podremos conversar, lejos de la costa.

     Mariana asintió.

El marinero que estaba en la cubierta bajó la escalera y fue hasta la cocina. Enseguida vino con dos vasos grandes y las bebidas, las dejó sobre la mesa y subió a cubierta. A los pocos minutos estaban navegando. El barco se movía bastante, había viento, algunas olas. Mariana había aprendido a navegar en el barco de unos amigos.

La detective  miró el jugo de naranja de su vaso y el vodka con hielo del vaso del señor Agustini. En realidad no quería beber nada, sólo pensaba en hacer las preguntas que había venido a hacer y no quería dejar de concentrarse en ellas. Pero fue en el preciso momento en que Mariana le iba a decir algo acerca de Willy Agastizábal al señor Agustini cuando apareció el pájaro y gritó algo.
Era un pájaro grande, con plumas de colores, verdes, azules, amarillas, vino caminando desde otra habitación y se posó al lado del señor Agustini. El hombre puso la cara al lado del pico del animal y éste lo picoteó suavemente en el cuello. Mariana se quedó quieta, pensaba qué reacción tendría el pájaro frente a una extraña.

-         No le tema – dijo el señor Agustini. – Los voy a presentar …

Mariana esbozó una sonrisa. El pájaro emitió otro grito, algo así como el sobrenombre del señor Agustini, según le explicó éste y ella sonrió. Pero sonrió además por otras razones. Y una de ellas era que se acordaba de haber leído por ahí que el realismo mágico, en literatura, no existía más. Como si lo que se narra en el realismo mágico se hubiera hecho humo. Había que vivir en América del Sur para darse cuenta que si se observa bien, hay cosas, personajes y situaciones que no pueden dejar de escribirse. Y sino, hay que tener mucha negación o ceguera.

El señor Agustini tenía una calva lustrosa y redonda, era un hombre prolijo. Usaba una camisa blanca de hilo, parecida a una guayabera y unas bermudas también blancas. Insistía con el vodka y Mariana dijo no en varias oportunidades. Habían empezado a hablar, ya, de Willy Agastizábal…

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

miércoles, 16 de febrero de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá (fragmento)



El marinero la llevó en un bote, hasta el barco del señor Agustini.
Mariana pensó en el nombre, le recordaba a Delmira, la poeta uruguaya. ¿Tendría algo que ver? Delmira fue asesinada por el marido. ¿Triste historia, no?

En el mar había olas y el bote llegó enseguida. Mariana se vio salpicada por las olas y la sal del mar le quedó pegada en el cuerpo. Vestía un jean, zapatillas y una remera. ¿Para qué quería más? En el ambiente, se estilaba eso. Otro vestuario, a esa hora hubiera sido algo sobrecargado, tal vez cursi.

El señor Agustini estaba sentado en la cubierta. La saludó con un gesto y la invitó a pasar al interior del barco. Mariana bajó la escalera de madera de teca. Todo relucía ahí. También el arma del hombre, seguramente un custodio que estaba ahí también adentro.
La bandera con la silueta de la bruja ondulaba en el mástil. Sin embargo Mariana no había visto a ninguna mujer en el barco. Llegaría diez minutos después, era la mujer del señor Agustini…

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 

martes, 15 de febrero de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá (fragmento)



Mariana, la detective, se sentó en un bar del puerto frente a los yates. La vendrían a buscar para ir al barco del señor Agustini. Agustini , le había dicho Marga, conocía a Willy Agastizábal. ¿Cómo se tejía la trama de todo esto? Mariana se lo preguntaba mientras miraba el agua, los barcos, y a lo lejos, el horizonte. Era una tarde espléndida, el cielo azul cobalto, las nubes blancas, una brisa de verano. Sin embargo, algo le decía que el encuentro con Agustini no iba a ser tranquilo.
Marga, la psicóloga que había conocido  a Willy bastante bien, le había dado algunos datos más a Mariana. Ella sabía acerca de algunas amistades de Willy y algunas otras cosas.
El hombre  pasó a buscar a Mariana en una camioneta, era el marinero, según dijo. El señor Agustini la esperaría adentro del barco.

Cuando el hombre que manejaba la camioneta se detuvo, Mariana vio a unos  metros un barco fondeado. Tenía en el mástil una bandera con el dibujo de una bruja y Mariana le preguntó al hombre a qué se debía eso. Una sonrisa iluminó la cara del marinero. La bandera con la bruja era la señal para indicar que la mujer del dueño del barco estaba a bordo. ¿Y eso era cierto? Preguntó Mariana. Para nada, dijo el hombre. Es porque el señor Agustini quiere recibirla a solas, estaré yo presente, nadie más...

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 

viernes, 11 de febrero de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá - (fragmento)



Había quedado en encontrarse con ella a eso de las ocho. Estaba haciendo tiempo en un bar. El barrio era bastante alejado del centro. Habían puesto algunos adornos en forma de corazón, de color rojo. Estaba claro que iban a festejar el Día de San Valentín, el día de los enamorados, que al parecer se había hecho univeral. En el bar había algunas parejas tomando algo.
¿Cómo había dado Mariana  con la pista de ella? Averiguando, simplemente, averiguando.
La mujer llegó con el pelo algo alborotado, los ojos saltones y muy pintados, tenía puesto un juego de pantalón y camisa verde algo chillón. Parecía más joven de lo que era, se notaba el artificio. El pelo liso y negro como una muñeca egipcia, tal vez con un aire a Cleopatra. La vio y por las señas la reconoció enseguida.

-         ¿Qué tal? – preguntó la detective
-         Bien, bien, me costó estacionar. Pero por suerte hay un estacionamiento en la otra cuadra y dejé el auto ahí.
-         ¿Qué va a tomar?
-         Un café – pidió

Mariana se quedó observándola. La mujer, se llamaba Margarita, pidió que la llamara Marga, parecía decidida, audaz y al mismo tiempo tenía algo en la mirada, un brillo extraño, una cierta tristeza, mezclada con una serie de sentimientos que la detective no podía detectar por ahora.
Lo mejor era que ella estuviera dispuesta a hablar sin tapujos, que contara lo que le pasaba, lo que le había pasado con Willy Agastizábal.
Después de tomar dos cafés, conversar de temas triviales como las vacaciones, el auto, el perro, y varias cosas más, la mujer empezó a contar algunos detalles.
Era el Día de San Valentín, y la mujer empezó a recordar.

-         Claro que me acuerdo – dijo ella. - ¿ Pero usted, por qué quiere saberlo?

-         Al parecer Willy Agastizábal apareció ahogado en una playa. Todavía no se ha podido confirmar. Estoy siguiendo algunas pistas, a pedido de su familia.

-         ¿De la familia de Willy?

-        

-         En realidad, no sé si soy la indicada para hablar….

La mujer se quedó callada durante algunos momentos. Después miró a Mariana a los ojos y dijo: - Hoy se festeja el Día de San Valentín y yo debería hablar…

-         ¿Y por qué no lo hace, entonces?

-         Porque creo que conocí a Willy en una etapa de mi vida que no existe más. Claro que lo conocí, era un hombre seductor y tramposo. No tengo buenos recuerdos de él.

-         ¿Y qué más podría decirme, Marga? ¿Cómo lo conoció?

-         Creo que lo conocí  de vacaciones, en la playa, creo que jugando al tenis.

-         ¿Usted juega al tenis?

-         Sí, y además nado, y además hago gimnasia, ¿se nota?

A todas luces la mujer quería demostrar que estaba en forma, en competencia, en la lucha por seducir y por quien sabe cuántas cosas…

-         Se nota, tiene buena figura, Marga. - ¿Podría contarme algo más de Willy?
-         Como le dije antes, no tengo buenos recuerdos de él. Además, estoy en una nueva etapa.
-         ¿Ah, si?
-         Sí.

La mujer lo dijo con seguridad. Después sacó un teléfono celular de la cartera y miró un mensaje de texto. Se le iluminaron los ojos.
-         ¿Algo importante? – preguntó la detective
-         Sí – dijo ella. Y casi en secreto: - Un nuevo amigo, con el cual ya llevo casi dos años… y dos años para mí, es mucho tiempo.

-         ¿Y podría contarme algo acerca de él?

-         ¿De Willy o de mi amigo? Si quiere, podría contarle algo de los dos…

-         Bueno – dijo Mariana, preparándose a escuchar …

-         Lo único que voy a decirle, por ahora, hasta que la conozca más, es que conocí a Willy, y que me desilusioné de él después de mucho tiempo. Y entonces apareció
     Claudio 

-         ¿Su nuevo amigo?

-         Sí.

-         ¿Y cómo fue que lo encontró a Claudio?


            La mujer se puso seria. Con voz acongojada contó que desesperada por la ruptura con Willy, llorando, por las calles de arena de la playa, casi la atropella un auto. Y en el auto iba  Claudio.

-         ¿Cómo puede ser que una mujer de su edad, Marga, con tanta experiencia de vida, se hubiera puesto así por una relación con ese hombre, Willy?

-         Soy psicóloga, señorita Mariana, pero a mí eso, no me sirvió, me enredé con Willy como se deben haber enredado muchas personas. Y por eso corté con él, no quise verlo más. Después no supe más nada de la vida de Willy ni de él, ni quisiera saber tampoco nada más. Estoy en una nueva etapa de mi vida…

-         ¿Y va a festejar el Día de San Valentín?

-         Claro, porque Claudio es un hombre tierno, y los hombres así como él, todavía se pueden enamorar…

Las dos mujeres se quedaron conversando en el bar. Después Marga ofreció llevarla a Mariana a la casa en el auto. Pero eso fue sólo un pretexto. Recalaron en varios bares más, dieron una vuelta larga por la costanera, era una noche de verano, las estrellas iluminaban el cielo, y a lo largo de la vereda se podían ver algunos pescadores. Mariana quería sonsacarle más acerca de Willy. Pero Marga, que evidentemente vivía otra etapa, de lo único que quería hablar era de su nuevo amor,  Claudio…


 (c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados




domingo, 6 de febrero de 2011

El Día de San Valentín



Ocurrió en la víspera del Día de San Valentín, dicen que es el día de los enamorados.  El 14 de febrero de un año de otra década. Esta es la historia de Ana. Corría la década liberal y Ana estaba casada y tenía tres hijos. Una hija y dos varones, el último de meses. Entonces Ana trabajaba y el marido de Ana, Roberto, también. Pero apenas nació el más chico de los tres hijos de Ana y Roberto, Roberto se quedó sin trabajo porque la empresa donde trabajaba decidió cerrar porque le parecía que la rentabilidad no era suficiente.  Entonces Ana, además del trabajo que tenía, tuvo que buscar otros dos trabajos más para poder pagar las cuentas y subsistir, hasta que Roberto se ubicara nuevamente. De más está decir que Ana era una mujer laboriosa, inteligente y tenía muchas otras virtudes. Y además era buena madre. Pero Roberto se había deprimido porque la empresa donde él trabajaba había cerrado y le costaba asumir que no era fácil poder ubicarse nuevamente.
Y así era como Ana iba pasando los días entre un trabajo y otro, entre la crianza de los niños y la depresión de Roberto, entre vivir cada día con optimismo y confianza en que todo iba a cambiar.
Pero Ana  se daba cuenta que a este paso, o se hacía más fuerte o toda su vida, incluida su familia, se desplomaba.
Entonces juntaba fuerzas desde la mañana, pensaba en su vida, en todo lo difícil que le había resultado todo, en que todo lo que había logrado en su vida le había costado mucho y resurgia como el Ave Fénix, de las cenizas. Y fue así como Ana, además del trabajo fijo que tenía en una revista, también daba clases particulares y había conseguido trabajar también en una revista para personas solas. Nunca lo había hecho, eso de tratar con personas solas o que se consideraban solas, pero la necesidad tenía cara de hereje y la habian contratado como redactora.
Y fue así, como un día, junto con la jefa de redacción conoció a un escritor, bastante viejo, que estaba solo y buscaba pareja. Y Ana se sorprendió, se lo dijo después a su jefa, de este proceder de las personas que estaban solas y buscaban pareja de esta manera, porque sus ocupaciones les llevaban todo el tiempo de su vida y no tenían tiempo de conocer gente.
Ana se reía porque ella, había nacido y se había criado en una provincia y en la provincia las personas tenían todo el tiempo del mundo para conocer a otras personas, hablar y el tiempo corría de otra manera. Y fue así que Ana conoció a este escritor bastante vivido, con mucha experiencia, que ya se había casado más de dos o tres veces y no quería estar solo y quería formar otra pareja.  Y por eso se había contactado con la revista donde trabajaba Ana.
La jefa de Ana, que al parecer sabía tratar con las personas que estaban solas y no tenía muy buen concepto de ellas, le confesó a Ana que las “solas” y los “solos” estaban siempre enojados. Por eso mismo, porque estaban solos, decía.  Y Ana se dio cuenta que ese era un mundo extraño para ella, porque nunca había pensado así, que estar sola o solo fuera una posibilidad y que no conocía nada de todas estas personas en esa situación. Y fue así que el escritor le dijo a la jefa de Ana que quería conocer a una mujer joven, muy joven, aunque él fuera demasiado viejo. Y Ana se sorprendió de las agallas del hombre. Que como quería seguir disfrutando de la vida, para no estar solo. Y ese mismo día Ana tomó la decisión, no volvería a trabajar en esa revista, porque no podía entender cómo las personas podían estar tan solas en su vida y cómo ese hombre, con todos los años que llevaba encima y todos los matrimonios que llevaba a cuestas quería nada más que una mujer muy joven.  Y también pensaba en que no le interesaba conocer ese tipo de personas, ni enterarse de sus problemas, donde todo se medía por una edad, o una posición social, o por una conveniencia y todo eso  le dio asco y por eso tomó la decisión de no volver más aunque necesitara el dinero que ganaba para pagar las cuentas.  
Entonces Ana se despidió de su jefa, le dijo hasta mañana, y se tomó el ómnibus desde un barrio alejado hasta su casa.
Y era el Día de San Valentín y cuando llegó eran más de las once de la noche, su marido se había dormido mirando la televisión y los dos hijos mayores la esperaban con los cuadernos de la escuela para que los ayudara con las tareas, y el bebé también dormía, porque su marido ya lo había bañado y le había dado de comer.
Entonces, el hijo mayor de Ana le trajo una bandeja con la comida a Ana que para ese entonces había arrojado los zapatos por el aire y la hija de Ana le había llevado un vaso de gaseosa y los dos hijos esperaban que Ana terminara de comer y les ayudara con las tareas de la escuela. Y ese fue un Día de San Valentín, que según dicen, es el Día de los enamorados. Y Ana les ayudó con la tarea a sus hijos más grandes y después le dio de comer a su hijo más chico, le cambió los pañales y lo hizo dormir y se durmió sabiendo que al otro día le esperaba una vez más la lucha.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 

martes, 1 de febrero de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá - (fragmento)



Extraños en la noche de Iemanjá (fragmento)

Desde las ventanas del piso veinte se puede ver bien la ciudad. Buenos Aires parece distinta. Los techos de las casas y de los edificios se ven como rectángulos o cuadrados. En una de las terrazas hay una piscina de plástico, seguramente hasta hace un rato había niños jugando en el agua. El río se ve más lejano. Parece un espejo calmo. El verde de los árboles aparece difuminado antes del gris del cielo. Dentro de pocos minutos se desatará una tormenta que se viene anunciando desde hace varias horas. Seguramente será como una de esas tormentas tropicales que cada vez se están dando más en una ciudad como ésta. Llueve fuerte, luego para y hace más calor. Como en Brasil, en la playa. 
En una mesa del bar, en una esquina, están sentadas dos mujeres hablando. Una de ellas es Marta Agastizábal. La otra es una mujer detective, Mariana Smith. Esta última hace poco tiempo ha dejado la agencia donde trabajaba investigando casos menores y se ha puesto a investigar por su cuenta. Casi todas sus clientes son mujeres. Marta Agastizábal ha pedido un jugo de naranja. Mariana Smith, un café y un agua mineral sin gas y hielo.

-         ¿Y por qué cree que la investigación no avanza? – pregunta Mariana
-         Porque el detective que contraté no ha averiguado todavía nada – contesta Marta
-         ¿Cuál cree que es el motivo?
-         Creo que le gustan demasiado las mujeres, lamentablemente, como a Willy, mi marido…
-         ¿Y usted piensa que…?
-         En realidad yo no pienso nada. Son conjeturas, nada más. Creo que él, el detective se está viendo con todas las mujeres con que Willy se veía…
-         ¿Y eso?
-         Yo lo entiendo, Willy era un hombre atractivo para cualquier mujer, siempre fue presa de las mujeres… lamentablemente
-         ¿Y usted cree que…?
-         Que este detective es también presa de las mujeres, es un seductor,  o lo seducen, no sé, lamentablemente, creo que me equivoqué al contratarlo…
-         ¿Y usted quiere que yo lo investigue?
-         Sé que usted no se dejaría seducir por él..
-         ¿Y cómo lo sabe?
-         Usted, Mariana, es una persona inteligente. Sé que estuvo casada varias veces. Si yo la pongo sobreaviso de la situación, de las características de  Willy y de este detective,  usted no puede caer en esa tentación…
-         De eso esté segura, Marta. Yo sé cómo manejarme en una situación así..
-         ¿Entonces trato hecho?
Marta Agastizábal puso un sobre con el dinero sobre la mesa.
-         Cuéntelo…son veinte mil…


         Mariana revisó el sobre, luego  dijo: 


- Trato hecho. – Quiero que me cuente quienes son esas mujeres de la playa. Esas con las que ahora este detective se está entreteniendo tanto…

Las dos mujeres se miraron. Habían establecido una complicidad y un trato. Estuvieron hablando durante más de una hora. En una de las mesas del restaurant había algunos turistas, hablaban en inglés, se reían…
Se podía hablar ahí en ese lugar, con esa vista tan espléndida de la ciudad,  tranquilamente, sin que nadie las escuchara. Marta se sinceró con Mariana acerca de lo que estaba sintiendo al ver que después de tanto tiempo la investigación no avanzaba.
Mariana le pidió más datos acerca del socio de Willy, Mario Bruno...

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados