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viernes, 28 de enero de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá (fragmento)



Extraños en la noche de Iemanjá (fragmento)

…El detective se sentó y miró a Lila. Mientras él miraba a Lila, el monito había tomado una banana de una canasta y había arrojado la cáscara al piso.
Lila miró entonces al detective y le dijo:

-         ¿Le extraña?
-         Para nada
-         Usted no parece extrañarse de nada señor Ludwig
-         ¿Por qué me dice eso?
-         Porque esta noche vino a mi casa para saber algo …
-         Es cierto…
-         Y todavía no ha ido al grano …
-         También es cierto…
-         ¿Qué espera para hacerlo?

Está bien, dijo él. 

- ¿Cuándo conoció a Willy Agastizábal?

Lila miró al detective, lo miró a los ojos y se dijo seguramente que el detective sabía algo.
-         Lo conocí un verano, aquí en la playa, ¿es suficiente?
   
      El detective miró la noche, oscura cómo se asomaba por la ventana. Tal vez sería mejor si fueran a dar un paseo por la playa. La noche era espléndida, había luna llena y los grillos cantaban.

-         ¿Se anima a dar un paseo por la playa?

-         ¿A esta hora?

-        

-         Usted quiere que yo hable, señor Ludwig, quiere que…

Ludwig la interrumpió.

- Quisiera preguntarle algunas cosas más…

-         Creo que lo que usted quiere saber es si Willy y yo tuvimos algún tipo de amistad, de relación…

-         Lo dijo usted…

-         Sí, es cierto. Me gustaría decirle algo. Willy era un hombre atractivo, …

-         ¿Y eso?

-         ¿Le dice algo?

-         No, todavía no.. .

-         Cualquiera podría suponer algo, que tuvimos algún tipo de relación,  pero ¿por qué tendría que ser cierto? Además  usted me invitó a dar un paseo señor Ludwig.

-         Sí, ¿vamos ahora?

-         Tengo que cambiarme…

     El detective se dedicó a mirar los muebles, buscaba en los objetos algún dato, alguna señal. Encontró en una pequeña caja un anillo y lo miró. Parecía de oro. Lo dio vuelta. En el interior del anillo había un número y una letra.


-         ¿Por qué hace eso señor Ludwig?

     Ludwig dejó el anillo en la caja y miró a Lila, la miró a los ojos.

-         Sólo curiosidad

El mono había quedado solo adentro de la casa. Lila y el detective salieron a caminar por la playa. La arena estaba húmeda, parecía empapada por  el rocío de la madrugada, Lila caminaba descalza y el detective se había quitado los zapatos y los llevaba en la mano. 
 Estaban lejos de la casa cuando escucharon el ruido del motor de un auto, parecía venir a toda velocidad. El detective empujó a Lila hacia los médanos y se arrojó en la arena.

-         ¡Cuidado! Casi nos mata, atinó a decir él. Lila se incorporó sacudiéndose la arena del cuerpo. El detective hizo lo mismo.

     Seguirían caminando por la arena un poco más. A lo lejos, se escuchaban algunos tambores y en el cielo se podían ver las estrellas y también el sonido del mar...

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 
      



     

martes, 25 de enero de 2011

El examen




















tapa del Suplemento La Palabra




El examen*




La pollera corta, el pelo largo, había ingresado en la facultad a cursar una carrera árida, tremendamente árida y con mucho futuro. Su modelo era la protagonista de un relato fantástico, cosa que le permitía fantasear a lo largo y a lo ancho de su imaginación con todas las posibilidades.

Había pasado la última semana estudiando todos los días en la biblioteca. Los próximos exámenes eran difíciles. Análisis matemático, álgebra, estadística, series convergentes, divergentes, término general, infinito, palabras, palabras que se convertían en números y números convertidos en palabras. Lenguajes, sistema binario, sistema hexadecimal, cuántas cosas nuevas había aprendido.

Sabía que los bits, unidades de información, podían ser unos o ceros, los bytes compuestos de bits, se componían de ceros y unos, unos y ceros. Y esa sería la forma de guardar la información, de poder utilizarla cuando se quisiera, de poder estudiarla, procesarla, de lograr así que las personas no dedicaran todo su tiempo al trabajo en tareas mecánicas y repetitivas y tuvieran más tiempo libre, para ser más libres. Eso era tal vez lo que la alentaba a seguir, a pasar horas en la biblioteca, sacrificando el tiempo, robándolo a otras cosas, como hacer un deporte, nadar, leer literatura, cosa que nunca había dejado de hacer.

Se entretenía, como un solaz, con algunas novelas: García Márquez, Cortázar, Manuel Puig, estaban ahí a su alcance, en los estantes. De García Márquez había leido últimamente La cándida Eréndira. De Puig, La traición de Rita Hayworth, de Cortázar, Octaedro. Este último libro se lo habían prestado a su padre, una amiga que vino de afuera, desde otro país y el libro andaba circulando de aquí para allá.

Para dar el examen se había preparado bien, al menos eso pensaba. Tanto estudiar las series y el término general, a veces lo de convergencia y divergencia y si el término general tiende a cero o a infinito, la hacían pensar. La profesora que iba a tomar el examen era licenciada en matemáticas. Era una mujer grande, o al menos eso le parecía a la protagonista de esta historia. Es que ella era tan joven que todas las demás personas le parecían mucho mayores. A la licenciada se le empezó a notar la panza mientras explicaba algún teorema en el pizarrón.

Quién sabe por qué, la mujer empezó a explicar un día que no llevaba bien su embarazo. Casi no comía porque le daba náuseas. Y lo decía mientras fumaba y tenía una tiza en la mano para escribir en la pizarra. Y la licenciada era tan inteligente que daba gusto escucharla. Y escribía signos, números y hablaba de las series.

A muchos de los alumnos que iban a la facultad con ella, les fascinaba la idea de que esa mujer, la profesora, supiera tantas cosas, y las supiera explicar con tanta rapidez, tanta, que a veces no había tiempo de copiar lo que ella escribía en el pizarrón. Un día, los alumnos, los compañeros de la protagonista de esta historia, le habían pedido especialmente que demostrara cómo se llegaba al número pi.

A la protagonista de esta historia la sacaba de quicio quedarse después de hora para que esta mujer demostrara tal habilidad. Con los teoremas que ya había explicado le parecía que todo eso era suficiente, que tenía demasiado para estudiar. Pero a la profesora de matemáticas nada, ningún tiempo, ni el de ella ni el de los alumnos, parecía alcanzarle para seguir explicando los misterios del universo reducidos a números.

A la protagonista de esta historia, le gustaba además de estudiar, el aire libre, el sol, el río, las plantas, los deportes, la literatura. No le preocupaba entonces la cuadratura del círculo.

La profesora demostró frente a toda la clase cómo se llegaba al número pi. Lo hizo mediante una serie de cálculos que dejó boquiabiertos a unos cuantos. También a la protagonista de nuestra historia. Pero además de esa demostración matemática, la licenciada no ahorró pormenores durante la clase acerca del maltrato que inflingía a su cuerpo. Casi no comía y fumaba, fumaba en clases y fuera de ella. Había subido muchos pisos por las escaleras porque el ascensor de la facultad no andaba. Tenía náuseas. No podía comer.

A la protagonista de nuestra historia le parecía que esta mujer no estaba bien de la cabeza. Tanto hablar del número pi hasta se había olvidado de comer. ¿Por qué no se tomaba un descanso y se quedaba en su casa? A la protagonista de nuestra historia le parecía que la vida, la verdadera vida, pasaba por otro lado. Hacía poco había estado leyendo algunos cuentos breves y extraordinarios de Borges y Bioy Casares. Le habían fascinado. Le gustaba pensar en seres extraordinarios, en cuentos extraordinarios, en cosas extraordinarias. Y no tanto estar encerrada en la biblioteca estudiando, como todos esos días, antes del examen.

El examen quedó pendiente. Los sucesos históricos y políticos habían hecho que la facultad estuviera cerrada. Pasó el verano intenso, pasaron las vacaciones, las hojas de los árboles reverdecieron y se secaron. Y la protagonista de esta historia volvió a prepararse para el examen. Nuevamente el término general y la serie, infinito, teoremas, fueron palabras que ocuparon su mente durante muchos días y muchas noches. Alternándolo, claro, con la lectura de la mejor literatura que se escribía en ese tiempo.

El día del examen amaneció nublado. Se había levantado temprano, antes del amanecer para repasar. Esas series de números que tendían a cero o a infinito se le habían ya tornado en problema. Y las fórmulas, y el término general, y tantas cosas que la profesora había explicado…

Sabía que los misterios del universo no se le develarían conociendo esas fórmulas porque los misterios del universo eran muy difíciles de conocer, pero también sabía que al recibirse podría conseguir un buen trabajo.

Al llegar la hora del examen la protagonista de esta historia se sorprendió un poco ver llegar a la profesora. Estaba mucho más avejentada, tenía peor aspecto que antes. Y como siempre, fumaba.

El examen empezó con total normalidad. Primero fue el escrito. Después llamarían a oral.

Nuevamente la protagonista de esta historia, que había ido vestida a la facultad como ese personaje del cuento fantástico que admiraba, con la pollera corta y el pelo largo, había tenido que pensar en el infinito, en el cero y en el término general de la serie, entre otras cosas.

La profesora recibió el escrito y la hizo pasar al frente. Ahora, dijo, me va a demostrar por qué la serie es convergente.

La protagonista de esta historia miró a la profesora a los ojos, la miró de arriba abajo y entonces se le ocurrió la pregunta, pregunta que casi enseguida se dio cuenta que no debería haber hecho o debería haber hecho en otro momento: ¿qué tuvo, nena o varón?

Nada, dijo ella, nada, casi cerrando los ojos.

La protagonista de esta historia se quedó frente a ella en silencio, interrogándola.


Nada, tuve, dijo, nació muerto.


*cuento publicado en el Suplemento La Palabra del diario La Opinión, (Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina - abril de 2012)




(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados







lunes, 24 de enero de 2011

Madres en el bar *




* cuento de la serie  "Tardes de madres" de la autora 

"Estamos sujetos a una eterna incertidumbre que nos presenta sucesivamente bienes y males que siempre se nos escapan" 
La Rochefoucauld
"Todos vivimos lejanos y anónimos; disfrazados, sufrimos desconocidos. A algunos, sin embargo, esta distancia entre uno y sí mismo jamás se les revela; para otros, ella es de vez en cuando iluminada, ya sea por el horror o la pena, por un relámpago sin límites; y hay otros todavía para quienes ésa es la dolorosa constante y cotidianidad de la vida"
Fernando Pessoa

Casi siempre la mujer llegaba a eso de las tres de la tarde y se sentaba a la misma mesa y pedía lo mismo de siempre: un café cortado, una medialuna y encendía un cigarrillo negro. El bar era uno de esos bares del barrio de Monserrat en Buenos Aires, podía ser cualquier bar porteño de barrio,  no tenía ningún detalle agradable para recordar: mesas con tapa de fórmica, sillas tapizadas en plástico, plantas artificiales. Había olor a cigarrillo y a encierro. Lo único bueno era la luz natural que hacía del bar un lugar agradable para la espera. El mozo era un hombre al que le gustaba observar mucho los gestos de las personas. Así, sabía por ejemplo, que esta mujer que había llegado ahora , además de escribir en una libreta durante horas enteras, mientras esperaba al hijo que estaba en el jardín de infantes ubicado al otro lado de la calle, también dibujaba. A veces la mujer venía con una carpeta llena de dibujos que desordenaba en la mesa y mientras los iba acomodando sonreía, callada. Otras veces anotaba cosas en una libreta grande, con espiral. Al mozo le hubiera gustado leer lo que la mujer escribía, pero no era posible. Cada vez que él intentaba una conversación ella respondía con monosílabos. Sólo una vez el mozo pudo escuchar la historia que esta mujer de pelo oscuro como una noche sin estrellas, ojos verdes y brillantes como plantas después de la lluvia y la piel con arrugas prematuras, casi seca, le contaba a otra mujer que también esperaba a que su hijo saliera del jardín de infantes. Entonces el mozo había escuchado la historia: Una vez casi mato a un hombre ¿sabés?, había dicho ella. La otra mujer la miraba callada, con los ojos bien abiertos, sólo había atinado a preguntar ¿por qué? Mi padre era diplomático, dijo la mujer, viajábamos mucho, por todo el mundo. Hasta vivimos en China. Cuando mi viejo murió, a mi vieja le dio por hacer entrar gente rara a mi casa.  Vivíamos en una quinta en la provincia de Buenos Aires, era una quinta preciosa, llena de árboles frutales, había castaños, ciruelos, teníamos caballos. Mi hermana y yo andábamos a caballo. La otra mujer la miraba fijo, atenta a la historia. La casa se había llenado de gente rara, había gente muy bohemia, pero sobre todo, rara. Yo tenía quince años y eso no me gustaba, dijo la mujer, entonces llegué un día y encontré en mi habitación a esta gente, estaban por toda la casa, de fiesta, escuchando música a todo lo que da, tomando alcohol, fumando, bailando y les dije: váyanse, váyanse todos de aquí, de mi cuarto. Entonces una mujer me contestó: andate vos si querés, nosotros nos quedamos. La otra mujer no decía nada, se mantenía en silencio, el mozo escuchaba con atención. Entonces tomé una escopeta que estaba colgada sobre la chimenea, fui directamente a mi habitación y les apunté. La escopeta estaba cargada. Váyanse de aquí o los mato, dije. Entonces llamaron a la policía. ¿Qué pasó? Dijo la otra mujer presintiendo la respuesta. Desde el bar se veía el frente de la casa donde funcionaba el jardín de infantes pero hasta ahí no llegaban los gritos de los niños, las risas, el llanto infantil. Entonces la mujer continuó. La policía vino y me llevó en el patrullero a la comisaría. ¿Pero mataste a alguien? Preguntó la otra mujer. La mujer de la historia se quedó callada. Terminó de tomar el café ya frío y aplastó en el cenicero de vidrio el cigarrillo que había empezado un rato antes. La otra mujer miró a la mujer que contaba la historia. Pero la mujer ya había cambiado de tema como si no hubiera contado nada especial y rápidamente abría una carpeta de la que extraía dibujos como si se tratara de una caja mágica. Después de lo que pasó empecé a pintar, dijo la mujer, sin aclarar nada. Eran dibujos precisos de restos fósiles, hallazgos arqueológicos, rostros de aborígenes. También había dibujos como ilustraciones de cuentos infantiles de colores brillantes, rojos, azules, amarillos, verdes. La mujer explicó que era ilustradora, trabajaba para algunas editoriales. La mujer de la historia sacó entonces de la carpeta un dibujo, era la cara de Jesús, dibujada por ella. Jesús tenía un rostro bellísimo y una corona de espinas. La otra mujer detuvo la mirada en los ojos del retrato. Eran los mismos ojos de la mujer de la historia, de color verde, con el mismo brillo en la mirada. Le hiciste tus ojos, dijo la otra mujer. Sí, dijo la mujer de la historia. Es para una editorial dijo, trabajo para una editorial que edita libros de religión y ésta va a ser la tapa. Es una copia láser, dijo, y le regaló el dibujo a la otra mujer. La otra mujer continuaba pensando en la historia de la escopeta, se preguntaba si realmente la mujer que tenía enfrente habría matado a alguien. ¿Qué te pasa? Preguntó la mujer de la historia, ¿te quedaste pensando en lo que te conté? Sí, dijo la otra mujer. Ya pasó, dijo la mujer de la historia. Casi no me acuerdo, en realidad no quiero ni acordarme. Me acuerdo algunos días, como hoy, como ahora. Ya pasó, nunca tuve suerte ¿sabés? Nunca me casé. Mejor dicho, sí, hice una pareja y tuve a mi hijo, lo único bueno, lo mejor de todo. Y por eso sigo viviendo y luchando todos los días. No tengo un mango, solamente para comer y pagar el alquiler de esa pocilga donde vivimos ahora, ya vas a venir, si vos querés, te voy a invitar. Ni siquiera tengo teléfono, dijo la mujer, pero me podés llamar al teléfono del restaurant del frente. Mi casa está al fondo. Preguntás por mi y me llaman. El nene y yo nos arreglamos. Pago el alquiler, el jardín y nos queda lo justo para comer y viajar. Mi pareja no quería trabajar sino era como gerente general de una empresa. Me cansé de conseguirle trabajos y que los dejara. Lo eché a patadas de casa. Me quedé sola con mi hijo. Antes de tenerlo a él salí con todos los hombres del zodíaco, dijo en tono de 
confesión, pero no me sirvió de nada. Ahora no salgo nunca, trabajo solamente y me dedico al nene. Las dos mujeres intercambiaron miradas cómplices. La otra mujer sonrió. Seguramente pensó en qué clase de personaje tenía delante, también pensó que la historia podía ser una mentira, como tantas. O que la historia podía ser cierta. El mozo se acercó a la mesa, había escuchado la historia y pensó, igual que la otra mujer en que la historia podía ser cierta. O tal vez una mentira, levantó las tazas de café, reemplazó el cenicero con una colilla por uno limpio y pasó un trapo húmedo por la mesa. Después se retiró hacia la barra, dejó la bandeja con las tazas sucias ahí y se quedó mirando a las dos mujeres, cómo conversaban. Ahora hablaban de los hijos, contaban anécdotas. La cara les había cambiado y estaban más sonrientes. Parecían haber olvidado la tragedia de sus vidas, o el recuerdo de sus tragedias, o los problemas que siempre están. Parecían otras mujeres, distintas a las de hacía un rato. Pero no las miró por mucho tiempo más, enseguida se incorporaron y salieron, cruzaron la calle, las puertas del jardín ya se habían abierto, una maestra en la puerta iba entregando los niños a sus madres. Los niños salían sonriendo, algunos con la cara sucia, otros protestaban, casi todos tenían una carita feliz.

(c)Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

imagen: Torres García, teatro (de la muestra en el Malba)

viernes, 21 de enero de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 7 (fragmento)





Capítulo 7 - (fragmento)
...¿Esperaba encontrarse con alguien y quería lucir bien? el detective  mantenía el pie en el acelerador y la vista fija en el convertible  rojo. Ni siquiera sospechaba los pensamientos de Bijou, pero el auto había empezado a zigzaguear. Ella pensaba en distintas cosas al mismo tiempo: la sentencia de Mirinha, la tarotista,  "no lo volverás a ver" ¿acaso no eran ésas más que las palabras de una vieja que se decía adivina? Y también pensaba en algo que había leido alguna vez: "El amor no se ha ido, sólo se han ido las palabras de amor". ¿Pero dónde, dónde encontrarlas?
¿Había que andar detrás de las palabras como si fueran cosas? Mónica, su exmujer habría dicho que Michel Foucault había resuelto ese tema, o tal vez había sido  Borges. El auto de Bijou continuaba haciendo eses en el camino, por suerte, todavía no se había cruzado con ningún otro auto.
              Los reflejos del sol sobre el metal rojo parecían incendiarlo. El auto de Bijou ardía y una llamarada inmensa crecía y se elevaba transformándose en lenguas de fuego. Ludwig  detuvo el jeep. Era sólo una visión. Cerraría los ojos y pensaría. No quisiera estar ahí con ella. En realidad, no quisiera estar con ella y no sabía por qué...tal vez era su belleza o su fragilidad, o su fortaleza, o una mezcla de todas esas cosas, no lo sabía, no sabía qué pensar acerca de Bijou...


Cuando abrió los ojos y volvió a mirar el camino el auto de Bijou ya no estaba. El detective puso en marcha el motor y aceleró. Seguiría las huellas en la arena mojada...


(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

domingo, 16 de enero de 2011

Oscar, personaje de cuento



Me preparo para escribir.

Abro la notebook, la enciendo.

Hay una música  de fondo apenas audible, una botella de agua mineral, cubos de hielo, la puerta de la habitación cerrada, la ventana abierta, la noche tiene estrellas y a lo lejos el sonido del mar…


Estoy escribiendo un nuevo capítulo de una nueva novela y entonces aparece:

- Me llamo Oscar- dice.
- ¿Quién sos?
- Soy Oscar el personaje de un cuento. Y vine hasta aquí para que vos escribas sobre mí.
- No entiendo
- Me escapé de otro cuento, porque siempre vivo… pero en los cuentos.
- ¿Se puede saber de cuál?
- ¡Ah, no! Tenés que adivinar…
- Dame una pista…
- Vine de un cuento donde me iban a matar, estaba a punto de recibir la pena capital y entonces..
- ¿Qué? ¿de dooonde venís?
- Estaba en una prisión, me iban a ejecutar y escapé …
- ¿Y cómo hiciste para llegar hasta aquí?
- No sé, aparecí aquí, vos tenías encendida la computadora y me metí …
- Sos un intruso, entonces…
- Sí, y además creo en el amor …
- Por favor, no necesitás decirme eso…
- ¿ Por qué no?
- ¿Tenés algún temor?
- Sí, podrías mandarme de vuelta…
- Y ¿adónde te podría mandar?

-¿Qué se yo? A otro cuento…¿serías capaz?
- Es que iba a seguir escribiendo la novela …


-         Y me metí yo en el medio.


-         Para ser un prisionero al que iban a matar esta noche…


-         Momentito … no era esta noche que me iban a matar… iba a ser al amanecer


-         Es decir, dentro de unas horas


-        


-         Y decime ¿vos tenés tanto miedo de que yo te mande de vuelta al cuento anterior


-         Sí. En realidad, no. No tengo miedo, tengo ganas de cambiar. Estoy harto de esos destinos que me dan…¿Puedo meterme en tu novela?


-         ¿Te gustaría?


-         Claro


-         ¿Qué personaje serías?


-         Sería yo, Oscar, pero en otro ambiente, en otra historia, seguramente, con otro final


-         ¿Y cómo te imaginás en mi novela entonces?


-         Ya te dije que creo en el amor…


-          … jajá


-         Ja já…


-         ¡Ahhh! Te reís ¿eh?


-         Y claro… cómo no me voy a reir. Si vine para eso…¿puedo abrir la heladera?


-         Sí, ¿tenés sed?


-         Claro, el viaje fue muy largo.


-         Contame y yo escribo.


-         Vengo de una prisión de extrema seguridad, en otro país. Tal vez en otro tiempo. Vos tenés una computadora que yo no conozco…Quiero que sepas que soy inocente, jamás cometí un crimen, fui acusado y me metieron en la cárcel, no tuve una buena defensa, juro que soy inocente…el juez no me otorgó el beneficio de la duda…


-         No entiendo cómo llegaste hasta aquí.


-         El escritor se durmió, lo último que había escrito es que me iban a ejecutar, pero tuve un golpe de suerte, de buena suerte y se durmió. Entonces salté de la página y aquí estoy…


-         Y yo estaba escribiendo en la computadora y …


-         Sí, aparecí en tu …


-         Computadora


-         Esa… sí, ¿cómo se llama?


-         Notebook…


-         Es cierto, me lo habías dicho antes… Es que el escritor que me escribió por última vez lo hacía en una ibm


-         ¿IBM?, de los años …


-         ¿Te acordás?


-         Más  o menos, pero algo así no lo había visto nunca antes…


-         Decime Oscar, ya que abriste la heladera, y seguramente te vas a quedar algún tiempo aquí ¿te interesaría saber en qué lugar de la novela vas a estar?


-         A ver, dejame ver…


-         Te muestro la pantalla, lo que estaba escribiendo y te presento una linda chica… ¿querés? Es un personaje de la novela, vas a ver…


-         ¿Con esta facha?


-         ¿Qué tiene? A ella seguramente no le importa…


-         ¿Es como vos?¿Por qué no me cambia el aspecto? Me viste mejor, me describe de una manera distinta…


-         No, el personaje no es como yo, no. No tiene por qué parecerse a mí.   Es una chica más o menos como vos, de tu misma edad…


-         ¿Usted sabe qué edad tengo yo?


-         Y ... unos 27 años…


-         Sí, en su novela… pero antes….


-         ¿Cuántos años tenías antes?


-         No tengo edad, soy eterno…


-         Desde que existen los cuentos…


-         Nooo, desde que existen las historias…


-         Voy a poner 27 años y ella, la misma edad…


-         Y vos ¿qué vas a hacer?


-         Voy a seguir escribiendo…


-         ¿Mientras nosotros bailamos?


-         Sí…


-         Llevame ahí entonces…

    
                                  Ya se ven las luces encendidas en la playa y una fogata. Andrea camina lentamente por la orilla del mar. Se escucha la música de unos tambores… un hombre va caminando por la playa… algunas mujeres arrojan flores blancas al mar…
Oscar toma una de las flores blancas devueltas por el mar y se la entrega a ella.


-         No… así no, me voy a aburrir muchísimo en esa escena


-         ¿Otra vez aquí?


-        


-         ¿Y ahora, qué es lo que pasa?


-         El encuentro no debe ser así.


-         Oscar…


-         ¿Qué?


-         Te estás metiendo demasiado…


-         No me gusta ese lugar…


-         ¿Por qué no? Si es una playa espléndida, con arena limpia y fina, el agua es transparente y cálida y de noche te podés bañar…


-         Es demasiado fácil todo eso, quisiera aventuras, quisiera andar a caballo, cansarme, subir montañas…


-         ¿Querés que haga magia?


-         Sí…   ¿Algún conjuro?


- No, no exactamente. Ya mismo te envío a otro lugar…

                         …  Entre las montañas se puede ver un río transparente y lleno de rocas. Más que un río parece un arroyo. Ella espera del otro lado para cruzar… Tiene el pelo oscuro como los ojos y viste un largo poncho de color rojo, azul y blanco. Detrás de ella un caballo blanco. En la casa, todavía, se puede ver el humo saliendo de la chimenea, uniéndose al cielo, esfumándose. El hombre está ahí sobre el caballo negro, en la orilla, pronto se subirá al bote…

-         ¿Sabe qué?
-         ¿Qué?
-         Me gustó más esa historia… déjeme ahí, sobre ese caballo, debo estar cansado…
-         Sí, hiciste un largo viaje para llegar hasta aquí… y ahora irás al sur, te encontrarás con esa mujer, te deseo suerte…

-         No me mate… quiero vivir…

-         Te deseo suerte, Oscar, toda la suerte del mundo, en ese hermoso lugar…

-         Le voy a pedir un favor…

-         ¿Cuál?

-         Si vuelvo…

-         ¿Qué?

-         Déjeme vivir en sus cuentos…

-         Entonces yo te pido otro favor…

-         ¿Cuál?

-         Cuando vuelvas, traeme muchas historias para escribir…



© Araceli Otamendi – Todos los derechos reservados

imagen:
 Carmelo Arden Quin

Móvil o esferas, c.1949

Móvil de madera 23 x 45 x 29 cm.

Colección Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), Buenos Aires

miércoles, 12 de enero de 2011

Extraños en la noche Iemanjá - San Pablo (fragmento)


Extraños en la noche de Iemanjá - San Pablo - (fragmento)

…El avión sobrevoló la ciudad de San Pablo. Le parecía gigantesca, enorme, se veían los edificios, algunas casas agrupadas como en cuadros, con verdes alrededor…. La voz del piloto había anunciado que tendrían que aterrizar en el aeropuerto de Guarulhos. Había cambiado el rumbo. Nadie sabría, ni siquiera el detective, que ella no estaba en Bahía. Una ciudad gigantesca era un buen escondite. ¿Hasta cuándo Mario Bruno no la buscaría? A ningún hombre le gusta que lo dejen así, plantado, en medio de la noche, que una mujer se escape sin decir palabra, …iría a un hotel.  Luego vería si era mejor quedarse ahí o ir a otra parte. No tenía mucho tiempo. El embarazo iba a empezar a notarse dentro de poco. Su proyecto era tener ese hijo. ¿Y mientras?...Buscaba en la cartera. La agenda, seguramente tendría el número de teléfono anotado. Tendría que llamar por teléfono, lo haría desde el hotel. ¿Cuánto le debía ahora al detective? ¿Cuánto le debía a Mario Bruno? ¿Iba a pasar su vida agradeciendo? Después de todo ella era una artista, y los artistas agradecen al público, a quienes los van a ver, a quienes pagan la entrada por ver un espectáculo. Pero esto era distinto. A Ludwig le debía haberla sacado del automóvil cuando volcó, haberle prestado auxilio, haber llamado a la ambulancia. Además la había acompañado al aeropuerto, no tenía necesidad de hacer algo así. A Mario Bruno también le debía mucho, ¿pero esa deuda no se terminaba nunca de pagar?
Había que darse una tregua, para no pensar, para que los días transcurrieran con nuevos proyectos. Y el proyecto más importante ahora era esperar a que su hijo naciera. Después vería…

El viaje era largo, el camino al hotel se hacía interminable, por las autopistas iban demasiados autos… Tenía que pensar rápidamente cuál sería su nuevo destino, lejos, bien lejos de Mario Bruno, de Marta, de todo lo que le recordara a Willy…

Willy ¿Por qué su vida se había cruzado con la de Willy?¿por qué su vida se había cruzado con la de todos ellos? No quería saber nada más de Mario Bruno, ni de Marta, ni siquiera de Willy, que estaría muerto…

¿Lo estaría realmente? ¿Por qué todo se había transformado en una investigación? ¿Por qué ella había tenido que abandonar a Mario Bruno?¿Por qué las cosas se habían tornado tan espantosamente embrolladas?
Eso y muchas cosas más se preguntaba ahora, acostada en la cama, en la habitación del hotel  mientras la pantalla del televisor emitía imágenes. Había bajado el sonido e intentaba dormir…

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

sábado, 8 de enero de 2011

Extraños en la noche de Iemanjá (fragmento)


Novela Extraños en la noche de Iemanjá (fragmento)


La puerta de la casa de Lila estaba cerrada. El detective golpeó la puerta varias veces. Una luz tenue iluminaba la casa por dentro, parecía haber alguien, o tal vez ella había salido y había dejado la luz encendida. El sonido del mar acompañaba la brisa fresca de la mañana. Apenas había amanecido y un cielo azul con algunas líneas rosadas era el telón de fondo del paisaje.
Ludwig se acercó a la puerta. Se escuchaban los grititos del mono. En realidad Lila sí estaba en la casa pero se había acostado muy tarde y no tenía ganas de abrir. Se había quedado conversando con Alex, un artista de Buenos Aires, hasta la madrugada, en el bar de Pirata. En realidad a ella no le interesaban las pinturas de Alex pero sí le gustaba lo que él escribía y las fotografías. La pintura de Alex la aburría tremendamente.
El detective ya se iba caminando por la arena cuando Lila abrió la puerta. El mono salió a recibirlo y extendió la mano hacia él. Ludwig buscó en los bolsillos algo para darle, pero no tenía ni un caramelo. Lila lo detuvo: no hace falta, señor Ludwig, el mono ya comió.
Lila hizo pasar al detective al diminuto living de la casa. Estaba ordenado, no parecía haber nadie más adentro.
-          ¿Se sorprende?
-          Sí – contestó él
-          ¿Esperaba que estuviera acompañada?
El detective la miró a los ojos. Ella se mostraba tranquila e indiferente. Fue Lila la que dijo entonces:

-          Cuando escribo no necesito compañía, señor Ludwig.

-          ¿Por qué tiene este mono?

-          Es una historia larga, señor Ludwig. Me lo regaló una prima. Se iba a vivir a otro país y no tenía con quién dejarlo.

El detective no dijo nada. Se limitó a mirar las paredes de la casa y los muebles. Era un ambiente despojado, con muebles rústicos y unas cortinas. Los platos, la vajilla estaban a la vista. Caminó durante algunos momentos alrededor de la habitación. Se detuvo precisamente frente a una pintura. Miró la firma, decía: Alex.

-          ¿Lo pintó un amigo suyo?
-          Sí, Alex
-          ¿Qué significa?
-          Eso tendría que preguntárselo a él
-          ¿Y a usted, le gusta?

       No quería defraudar a su amigo así que no le contestó. Entonces el detective dijo:
     
-          A mí me parece un mamarracho.

-          Señor Ludwig, muchas personas tienen esa opinión acerca del arte moderno y posmoderno. Yo no puedo explicarle en dos palabras por qué colgué esta pintura en la casa y por qué Alex es un artista valioso. 


      El la indagó con la mirada. ¿Por qué mentía? ¿Por qué le decía que esa pintura le gustaba aunque seguramente tenía la misma opinión que él? Eran dos rayas de colores y un círculo en el centro. Luego un cuadrado arriba y un pedazo de papel de diario pegado, un poco de arena y hasta parecía que le habían pegado barro encima.

El detective pensó que hasta él podía confeccionar un cuadro así, tal vez mejor. Y hasta le hubiera puesto piedras de colores, hojas de plantas y flores , todo en el mismo lugar.

-          ¿Por qué no cambiamos de tema, señor Ludwig?

 El detective miró entonces la notebook donde Lila había estado escribiendo hasta su llegada. Ella se anticipó:

-          Estoy escribiendo una novela, señor Ludwig.

El se quedó mirando fijamente a Lila, con los ojos redondos y claros, tal vez hubiera querido decirle muchas cosas en ese momento…

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