Seguidores

viernes, 24 de septiembre de 2010

Cuento: Elsa en el blog de narrativa

Mimmo Paladino  Piccolo animale della notte, 1984


http://archivosdelsurnarrativa.blogspot.com/2010/09/araceli-otamendi.html



imagen:
Mimmo Paladino
Piccolo animale della notte, 1984
ó leo sobre tela y madera
cm 178x120
Colección Guntis Brands, Suiza


(de la muestra en la Fundación Proa)

viernes, 17 de septiembre de 2010

Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 8 (fragmento)

Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 8 (fragmento)


También Ludwig pensaba en el odio, esa pasión triste según Spinoza, el odio que vive en distintas formas y generalmente no se deja aprisionar por las palabras, tiene claroscuros como las fotografías, flujos, movimientos, como ese barco donde navegaban. El odio, ese sentimiento que consigue a veces, hasta desear realmente la muerte de una persona. Pero esta última frase no la había dicho, se la había guardado. Esperaría, en cambio dijo:
                 - ¿Apareció alguna mujer?
                 - No sé - contestó Marta. - Pero hubo alguien
                 -¿En su vida?
                 - Tal vez - dijo ella, parecía arrepentida de haberlo dicho.
                 
                 El detective no pareció sorprenderse ante esta última frase. Seguramente esperaba algo así. Estaban en aguas peligrosas se dijo. Los dos se quedaron callados, para no mirarse a los ojos. Sus miradas fueron de objeto en objeto hasta que la mirada de los dos se posó en una gota que caía por la canilla. Enseguida se escuchó el ruido de una lata que caía por la escalera. La mirada del detective fue hasta el ojo de buey. Ludwig levantó la lata de cerveza vacía y él y Marta se incorporaron y fueron hasta la cubierta. Ahí vieron como Mario Bruno dormitaba al lado de Cintia. Los dos estaban sentados contra las sogas de la cubierta. Cintia se había cerrado ahora los botones de la camisa y miraba el mar. Ludwig se acercó a Cintia  con la lata vacía en la mano y dijo:

               - Se le cayó esto.
               Cintia miró al detective con un gesto de desprecio, tomó la lata de cerveza y la arrojó al mar. Fue entonces cuando Marta dijo:

                - Algo más para contaminar el agua.
                Ludwig quiso detener la pelea en que seguramente se enfrascarían las dos mujeres y dijo:

                  - La lata seguramente irá al fondo del mar y se convertirá en el nido de los huevos de algún pez.
                  Marta le dedicó una mirada de odio a Cintia y Ludwig pensó que a pesar de la incipiente tormenta que se desataría entre las dos mujeres se sentía alegre. Siempre le ocurría eso cuando una mujer le confesaba sus secretos. Se convertía en un mago poderoso que podía jugar en su mente con los secretos de otros. ¿Acaso los psicoanalistas, los médicos, los abogados, los sacerdotes no hacían lo mismo? ¿Hasta cuándo podían guardar un secreto? ¿Por qué él que era un detective de ínfima categoría no podía hacer lo mismo? Pero no podía seguir pensando, un grito de Cintia lo había interrumpido. La chica se había acercado a la barandilla de cubierta y se asomaba como si quisiera arrojarse al mar y señalaba algo en el agua.

 (c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

lunes, 13 de septiembre de 2010

Cuento Cartas al mediodía publicado en La Palabra

(Buenos Aires)

Mi cuento "Cartas al mediodía, a la manera de Cortázar" ha sido publicado en el Suplemento La Palabra, del diario La Opinión (Rafaela, Provincia de Santa Fe), en la edición en papel y en internet.

¡Gracias Raúl Vigini!

http://www.laopinion-rafaela.com.ar/opinion/2010/09/11/u091102.php

La literatura y los personajes

(Buenos Aires)

En 1983, un año después de la Guerra de Malvinas, empecé impulsada por una necesidad extraordinaria el largo camino del arte. Decidí que mi vida iba a transitar por el camino de lo artístico.
Empecé pintando, después, en 1986, me di cuenta que finalmente había llegado el momento esperado desde los siete años: dedicarme a escribir. Me encaminé hacia ahí, descubrí que la literatura era el lenguaje que yo hablaba. Que me entendería con quienes hablaban el mismo lenguaje y que ya no había para mí posibilidades de otra cosa. Hoy, siento que el trabajo es inmenso, feroz, una cruzada, es casi derribar un árbol y ponerse a hacer una escultura en madera hasta encontrar la forma. Lo oculto detrás de lo banal, eso es lo que persigo. Descubro un personaje, real, lo observo, converso con él, lo elaboro  hasta que lo hago mío.
Después sólo me queda volcarlo al papel, darle vida, vida literaria. Entonces, ahí sí, se hace más real que el personaje de la vida cotidiana.

(c) Araceli Otamendi

domingo, 5 de septiembre de 2010

Freshwater de Virginia Woolf: estreno mundial en español en Buenos Aires

crédito: Luciana Damiao



(Buenos Aires)

Se estrenó mundialmente en Buenos Aires, en la Ciudad Cultural Konex y   en español, la obra Freshwater de Virginia Woolf.
La única obra de teatro que escribió la autora inglesa se representó en su idioma original en el cumpleaños de su sobrina Angélica Bell, como divertimento para una de las veladas teatrales que entrenan al grupo de Bloomsbury – al que pertencía Virginia Woolf -. De ella, participaron todos los miembros de dicho grupo, familiares y amigos de la autora.
En la Maison Francaise de la New York University, de la que participó Eugene Ionesco como actor, se estrenó fuera de Inglaterra en 1984, en los Estados Unidos.
En febrero del 2009, SITI Company, la compañía neoyorkina que dirigie Anne Bogart, realizó la primera producción profesional en el Women´s Project de esa ciudad.
Freshwater es una comedia donde el tiempo parece no transcurrir para los personajes. Ellos están inmersos en la cultura – pintura, fotografía, poesía, filosofía – y así pasan los días. Sólo dos personajes, el filósofo Charles Hay Cameron y la fotógrafa Julia Margaret Cameron piensan viajar a la India y encontrar allí una vida más cercana a la naturaleza y a la verdad. Pero, envueltos en la hipocresía de la sociedad conservadora británica, demoran el viaje y esperan la llegada de los ataúdes – que llevarán de viaje - . El poeta Alfred Lord Tenysson, el pintor Gerge Frederick Watts, son los personajes que reciben, al final, los reconocimientos reales. Ellos han persistido con sus obras  en ese mundo cultural y también ficticio.  Han huido de ese mundo la mujer de Watts, Ellen Terry, la musa, junto a un marino de la armada real – John Craig – y la señora y el señor Cameron.
Con guiños evidentemente al grupo de Bloomsbury – grupo literario al que pertenecía Virginia Woolf – y enmarcada en una época – 1935 – año en que fue representada por primera vez.
Hay guiños feministas como el del personaje de Ellen, quien huye junto a su amante vestida con pantalones a cuadros. El marido, George Watts la increpa duramente: si hubieras vestido de blanco hubiera sido distinto, ¡pero con pantalones a cuadros!
Resulta interesante la reconstrucción de una época y una sociedad en esta obra que hoy nos arranca una sonrisa, pero que evidentemente, cuando se estrenó, era un grito de liberación.
Se destacan las actuaciones de todo el elenco.
nota relacionada:

viernes, 3 de septiembre de 2010

novela: Extraños en la noche de Iemanjá (fragmento)



Capítulo 6 (fragmento)


La casa de Mirinha estaba a unos veinte kilómetros de ahí. Era una casa de material y techo de chapa, pobre como un gemido. Al frente había un camino hecho con maderas desprendidas de un naufragio. De tarde, cuando la marea subía se formaba al lado del camino algo así como un río finito con dos brazos, la arena mojada se iba encerrando en ellos y se convertía en una isla. A Bijou le gustaba atravesar descalza ese camino al bajar del auto. La seducía caminar sobre los granitos de arena aglutinados y mojados dejando sus huellas, e imaginaba que lo hacía sobre un reloj de arena cuya pared circular se hubiera roto y donde el tiempo se detenía en el preciso y precioso instante en que ella atravesaba ese lugar para entrar en la casa de Mirinha. ¿Podría detenerse el tiempo alguna vez? pensaba Bijou mientras caminaba por el último madero antes de golpear la puerta.
                    Mirinha abrió la puerta y se dirigió hacia la silla e indicó a Bijou que también se sentara. Ninguna de las dos pronunciaba palabra. Sentada frente a la adivina Bijou miraba cómo la vieja hechicera barajaba las cartas. Eran celestes y blancas como las velas que mantenía encendidas. Mirinha era una mujer vieja como el tiempo, tenía la piel descascarada como un árbol añoso y según decían sabía leer en las cartas el presente, el pasado y el futuro. Vivía todo el año en esa casa  y cuando no había turistas comía lo que el mar  le daba: peces y mejillones. También sabía preparar dulce de naranjas. Para prepararlo pedía a sus clientes que le trajeran frutas recolectadas de los árboles del pueblo o del campo, no tenían que ser compradas. Ese día Mirinha había decidido hacer dulce y había estado pelando naranjas hasta que sus manos se cansaron de pasar el cuchillo una y otra vez para despellejar las frutas. Después había puesto agua y azúcar a calentar y había agregado la pulpa y las cáscaras. Un olor a naranjas amargas había empezado a circular por la casa.
La hechicera puso el mazo de cartas frente a Bijou y le indicó que cortara en tres. Ninguna de las dos pronunciaba palabra, sin embargo, la inquietud de Bijou había entrado en la casa y había sacrificado la serenidad de aquél atardecer azul.

(fragmento del Capítulo 6)

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados


crédito de la fotografía: Araceli Otamendi

jueves, 2 de septiembre de 2010

Acerca de Un cuarto propio de Virginia Woolf



(Buenos Aires)

En el libro Un cuarto propio de la escritora inglesa Virginia Woolf,  habla acerca de  Las mujeres y la novela de su opinión sobre un tema menor: “para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio; y eso, como ustedes verán, deja sin resolver el magno problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela”, dice.
Virginia Wolf considera, que cualquier tema donde interviene el sexo nadie puede esperar decir la verdad. Actualmente diríamos donde interviene el género y no el sexo.
En cuanto a mi experiencia personal, siempre escribí donde pude: en un bar, en el living, en la cocina, en el dormitorio y hasta en el baño, cuando mis hijos eran chicos.
Claro que nunca pretendí hacerlo todo perfecto como cuenta una biografía de la poeta Sylvia Plath: no sé cocinar bien, no sé tejer bien, no sé coser y menos hacer colchas de patchwork y otras complejidades.  Puedo resolver, eso sí, difíciles cálculos matemáticos – porque eso estudié en la universidad – y analizar y diseñar un sistema de información porque eso estudié en la universidad y en eso trabajé muchos años. Puedo imaginar y fundar una revista y dirigirla, escribir un cuento, un ensayo, una novela, tomar fotografías, pintar y dibujar. Me gustan los niños, crié dos, cultivar plantas y flores,  los jardines y  pasear por el campo. Pero no me pidan que me salga bien una comida complicada o que amase pan, pizza o fideos   porque no me saldrá bien.
Es que nunca pretendí escribir poemas como Sylvia Plath y ser un ama de casa perfecta. Nunca pude poner un pollo al horno y manejar un lavarropas al mismo tiempo. O el pollo se quemaba o la cocina se inundaba, si hacía las dos cosas simultáneamente. Por eso prefiero escribir cuentos aunque ya llevo escritas dos novelas y una en camino. No sé porque nunca me atuve a la fórmula de Virginia Woolf del cuarto propio y solucioné el tema del espacio como pude. Esa es mi manera de hacerlo.

 (c) Araceli Otamendi

bibliografía: Virginia Woolf, Traducción de Jorge Luis Borges, Un cuarto propio, Editorial Sur

miércoles, 1 de septiembre de 2010