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jueves, 15 de julio de 2010

Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 5 (fragmento)





En ese momento Leonor y Ludwig se sorprendieron y cada uno buscó  la misma expresión de sorpresa en los ojos del otro,  el agua había llegado hasta adentro del círculo de sombra que los protegía y Ludwig preguntó: 
                   - ¿Quiere que lleve la sombrilla más cerca de los médanos? 
                   La mujer asintió agradecida mientras el detective desenterraba el soporte metálico y plegaba la sombrilla. El albatros nadaba a unos cien metros de la playa y Ludwig decidió que era el momento de insistir con su preguntas. 
                    - ¿Hace mucho que está en esta playa, Leonor?
                    - ¿Cómo sabe mi nombre?
                     - Ya le dije que soy guía de turismo y conversando con los turistas se saben muchas cosas.
                     Leonor lo miraba con desconfianza y dijo: 
                    - Paso todo el verano aquí
                    - Entonces debe conocer a muchas personas que veranean en este lugar - contestó el detective.
                    - No muchas señor Ludwig, pero usted a mí no me engaña.  Usted es policía. Yo ya soy vieja y le digo en la cara lo que pienso.
                     - Cálmese, Leonor, cálmese. Sólo quiero saber algo.
                     - Está bien - dijo Leonor mientras los dos caminaban hacia los médanos. El sol hacía arder la piel y la arena caliente quemaba las plantas de los pies. Ludwig volvió a enterrar el soporte metálico en la arena y desplegó la sombrilla. Los dos se sentaron. 
                       - Señor Ludwig le voy a decir una sola cosa: si alguien quiere saber algo de este lugar tiene que ir a ver a Mirinha, la tarotista y vidente, Esquina del viento y calle dos.
                        - Esquina del viento y calle dos - repitió Ludwig.
                        El círculo de sombra se había achicado y los dos, Ludwig y la mujer estaban protegidos por él. Un viento cálido soplaba con fuerza desde los médanos.
El detective no se preguntó  por qué Leonor conocía a Mirinha, si tal vez se habría hecho leer el futuro por esa mujer. Pero Leonor sí se lo preguntaba, porque había perdido la cuenta de las veces que indagó al futuro para saber cuánto tiempo le quedaba. Tenía una extraña sonrisa triste cuando pensaba esto y ahora, bajo la sombrilla continuaba arrojando los buzios al aire. Ludwig la miraba.  
                           - "Todo el mundo y todas las cosas son parte de la vida, pero, cuando se han sumado todos, todavía falta no sé qué para que sea vida" - dijo Leonor
                          
                            - Hemingway - dijo Ludwig 
                            - Frío, señor Ludwig, frío - contestó Leonor y después dijo: "No es gris el mundo, sino falto de lascivia, el ligero sueño de bambú de la inocencia suave como la superficie de una cuchara"
                            - Capote - insistió Ludwig 
                            Leonor soltó una carcajada y Ludwig la miró. ¿De qué diablos hablaba esta mujer? ¿de qué hablarían con el amante? Eso se lo preguntaba casi siempre cuando veía una pareja. Porque él casi nunca sabía de qué hablar con una mujer, especialmente cuando estaba casado. El alegre gusano de la juventud ya no lo carcomía. Se sentía joven pero no tanto como para hacer algunas locuras.  Aunque muchas veces las hacía.  
                         Ludwig  agradeció el dato a Leonor  y se alejó  caminando por la playa. Caminaba por el borde de la arena mojada pisando las puntillas blancas de espuma. El mar era verde unido a un cielo azul intenso donde el sol, en lo más alto parecía penetrar en las cabezas llenándolo todo de luz a tal punto que parecía enceguecer. Cerca del horizonte se veía una franja azul más oscura que el azul cobalto del cielo. Visto desde arriba el paisaje podría parecerse a un cuadro de David Hockney con sus planos de colores intensos reclamando cada uno su propio espacio.  
                    
                            - Vaya a ver a Mirinha, la vidente. Ella sabe todo lo que ocurre en este lugar - volvió a decir Leonor. Ludwig se despidió entonces de la mujer, tomó el bollo del pantalón, la camisa y los zapatos y se fue caminando por el borde de la arena pisando las puntillas blancas de espuma. Ludwig aún no se había puesto los zapatos y la arena ardía. Se sentía en armonía consigo mismo, sentía el orden vivo de la continuidad de la existencia. Creía no recordar un estado así. Ahora la mirada de Ludwig se posó en un pájaro recostado en la arena mojada. Parecía una gaviota. El detective se agachó y lo tomó en sus manos. Lo sostuvo durante unos minutos. Sentía las plumas frías y el corazón del animal palpitando. El pájaro empezó a moverse en las manos del detective. Movía las alas y Ludwig iba a soltarlo pero antes formuló en silencio tres deseos.  


(c) Araceli Otamendi- Todos los derechos reservados

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