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miércoles, 21 de abril de 2010

Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 12







Diego Velázquez era un pintor de moda en Buenos Aires, había adquirido cierta notoriedad en algunas galerías de New York se había vuelto famoso en pocos años. Sus pinturas se vendían a precios increíblemente altos. Pero a los treinta años no sabía si seguir pintando o dedicar todo su tiempo  a invertir el dinero ganado en distintas actividades. Durante toda su vida no tendría ninguna necesidad de trabajar ni hacer nada más si invertía bien la plata. ¿Adónde habían ido a parar sus ideales? Su arte se deshacía como los sueños cuando llega el día y la luz entra por la ventana para avisar que la noche pasó, lo que  hemos visto no ha sido más que un sueño o una pesadilla. Había cambiado los sueños por dinero y eso puede ser mortífero para un artista. ¿Dónde estaban Van Gogh, Cezanne, Gauguin? Ellos habían sido llamados y estaban entre los pocos elegidos, ¿y él?
                                    Diego parecía convencido de cada una de las palabras que decía, como si las hubiera rumiado en su mente. Ludwig pensó en cuál sería la manera más indicada de introducirse en la conversación y dijo:
                                    - Perdón que me entrometa pero ¿usted está esperando una señal?
                                    - Sí, dijo el hombre.
                                    - ¿A qué se refiere?
                                    - Señor Ludwig, explicó Lila, todos los seres humanos tenemos algo de niños y nuestro pensamiento de vez en cuando se vuelve mágico. Sobre todo cuando tenemos miedo o nos sentimos inseguros o no sabemos lo que queremos.
                                     Ludwig  miró  a Lila y a Diego y tomó un trago de caipirinha
                                     - Qué interesante, esta noche, antes de venir aquí, estuve pensando en lo mismo.
                                     El detective buscaba una señal, cualquier cosa que le indicara cómo seguir la investigación de Willy Agastizábal.
                                     - ¿Usted también busca otro medio para expresarse? - preguntó  Diego.
                                     - Sí, desde hace tiempo lo estoy buscando - contestó. El que esté aquí, en esta fiesta esta noche no es más que obra del azar, pensaba. Pero no sabía si ese azar lo conduciría a algún resultado. La mirada de Ludwig se detuvo en el monito que inquieto se había trepado a una lámpara.
                                      Lila, concentrada en la conversación, no había advertido las piruetas del mono que ahora se balanceaba. En la mesa se podían ver algunas de las comidas y la torta de cumpleaños que Albertina y Rosa Té habían preparado para su madre.  Había alfajores, trozos de pollo, carne al horno cortada en finos pedazos, canapés, y algunos bocaditos salados. También habían preparado un ananá como centro de mesa y pinchados al ananá había pedazos de queso y cerezas. Pero en lo que más habían trabajado tanto Rosa Té como Albertina era en el pastel de cumpleaños. El pastel era de biscochuelo y chocolate, no le habían puesto crema para que no se derritiera. Las dos hijas de Leonor se habían convencido a sí mismas que lo mejor era poner el número sesenta en letras de azúcar, para convencer al amante de su madre de la verdadera fecha de cumpleaños. Más que una torta de cumpleaños parecía una torta de bodas, porque Albertina había tenido la ocurrencia de ponerle cintas y dijes en cada una de ellas.. Así le darían la sorpresa a su madre, convenciéndola de que todavía era posible una boda más. 
                                   Lila mantenía la mirada fija en su acompañante, parecía atrapar cada una de las palabras que él pronunciaba. El monito se había quitado la ropa y ésta había caído en algún rincón.  Ludwig se preguntó por qué motivo Lila había elegido un mono como mascota en lugar de un perro. Pero tal vez no había sido una elección, tal vez alguien se lo había regalado y no había podido rechazarlo.
                                     En una de las esquinas del living, la mano derecha abierta de Leonor se sometía a la atenta mirada de Mirinha.
                                     - Dos matrimonios - dijo Mirinha mirando las líneas de la mano de Leonor quien había abierto los ojos tan redondos ahora como las rodajas del abacaxi que adornaban las jarras del jugo.
                                     - Sí, es cierto, me casé dos veces y también enviudé dos veces- dijo Leonor y se quedó pensativa.
                                     - Alguien viene por un camino largo - dijo Mirinha
                                     - ¿Quién? - preguntó Leonor.
                                     - No se ponga ansiosa- contestó Mirinha. 
                                      Seguramente Leonor se preguntaba de quién estaría hablando Mirinha, quién era la persona que llegaría a ella nuevamente ¿había que pensar en el amante o sería, quizá alguien nuevo en su vida? . Mirinha miró a Ludwig quien en ese momento estaba mirando a las dos mujeres. Rosa Té había salido de la casa y descalza se había encaminado hacia el mar. El detective vio a Rosa Té por la ventana, pisando la arena fría y la noche iluminada por esos numerosos ojos brillantes  suspendidos en el fondo oscuro y salió de la casa.
                                      Ludwig llegó hasta donde estaba la psicoanalista, quien había sumergido los pies en el agua y ahora se mojaba la cabeza con agua de mar. El detective preguntó:
                                      -¿Por qué salió de la fiesta?
                                      
                                      - Es el aparato psíquico, hay cosas que usted no puede entender, señor Ludwig.
                                      - ¿Qué cosas?
-         Esta fiesta …

                                       - Si usted no tenía ganas de hacerlo, ¿por qué lo hizo entonces?
                                       La psicoanalista pensó durante algunos momentos. Ahora no era el momento de darse un baño de descarga, el más puro y completo baño de Iemanjá en el mar, el cual debe ser tomado con recogimiento, decencia, respeto y seguridad absoluta de lo que se está haciendo, ya que las aguas del mar son sagradas.
Para eso debía haber llevado pétalos de rosas blancas, pétalos de claveles blancos, lavanda, pétalos de jazmín, flores de naranjo, lirios, angélicas, Palma de San José - blanca -, Guiné - flor blanca -, hortensias blancas, romero de campo, menta, camalote, albahaca y mangerona. Este baño no podía cocinarse. Había que tomarlo como si se preparara un amací y preferentemente había que tomarlo un sábado o un domingo.
                                      
                                          Rosa Té dijo: 
                                        - A lo mejor tenía ganas cuando organicé la fiesta pero ahora hay que esperar que termine. Me resulta insoportable la espera.
                                        Ahora los dos caminaban por la playa alejándose de la casa. La noche tenía una luna redonda y blanca y a lo lejos se veían algunas personas reunidas en la playa junto a una fogata.
                                        Entonces Ludwig dijo:
                                         - Yo también hago cosas que quiero hacer, después me doy cuenta de que no quería hacerlas.
                                         - Son los conflictos con el superyo - dijo Rosa Té. ¿Conoce usted a su superyo?- preguntó. El pelo mojado con agua de mar chorreaba el vestido blanco de la psicoanalista y su expresión se había reanimado al salir del agua.
                                          - No tengo idea - contestó el detective y agregó: - Debe ser alguien sumamente jodido para que le haga hacer a uno cosas que no tiene ganas de hacer.
                                           - Lo psicoanalizaría, tendría que pagarme por el trabajo - dijo ella con voz alegre. Era una de las pocas veces en que Ludwig le oía un tono de voz distinto a Rosa Té.
                                           - Por ahora no puedo gastar en algo así - contestó Ludwig. Pensaba cómo salir elegantemente de esa conversación.
                                           La psicoanalista no contestó.
                                            La arena estaba fría y mojada, la luz de la puerta de la casa de Rosa Té iluminaba las letras púrpura del cartel de bienvenida y se oía una melodía que llegaba hasta la playa. Tal vez el alcohol circulando por las venas de los invitados había logrado una alegría efímera que se diluiría en cualquier momento. Además de la melodía, mientras se acercaban, se podían escuchar las risas y el parloteo y el entrechocar de los vasos, y algunos vidrios que se estrellaban en el piso. La luz cálida e intensa iluminaba las caras rojizas de los invitados.
                                            Cuando volvieron a la casa, Ludwig pudo ver al hombre joven que acompañaba a Leonor en la posada Los Hipocampos. El hombre se llamaba Carlos y era más bien callado. Ludwig lo recordaba agitando los brazos como un pájaro en la playa y se preguntó cuándo emprendería el vuelo.
En ese momento, el hombre conversaba con Albertina y Leonor. Albertina, la hermana de Rosa Té hablaba y reía, ahora parecía despreocupada. Con un encendedor dorado en una mano, Albertina se disponía a encender ahora  la gran vela blanca incrustada junto al número 60 en la  torta de cumpleaños.
                                            El amante de Leonor, Carlos, se veía tan fresco como la espuma del mar que hacía unos minutos había pisado Ludwig. Mientras Albertina daba vueltas a la mesa con el encendedor en la mano, porque la vela se prendía y se apagaba y no lograba que se quedara encendida, Seguramente esto era lo que provocaba esa alegría en la hija de Leonor.
                                          Lila intentaba arrancarlo de la lámpara pero el animal se aferraba con la cola al picaporte de la puerta. El monito quería ser el centro de la fiesta y había desplazado a Leonor de ese lugar. Después, cuando la cola prensil soltó el picaporte, el mono se subió a la mesa y de un manotazo quitó el número 60 de azúcar blanco y se lo comió. Lo había hecho en forma ordenada, como si supiera contar. Primero masticó el seis, cuando terminó, se limpió con una de las manos el azúcar de los labios y de un solo bocado se tragó el cero. Algunas lágrimas asomaron entonces en los ojos de Rosa Té.
                                        - Se arruinó, la fiesta de mamá se arruinó - gritaba la psicoanalista.
                                        - Fuera de aquí - ordenó y tomando al monito como a un trapo se lo entregó a Lila. El monito chilló y Lila se fue con el mono y su acompañante hacia la playa.
                                         Mientras, Albertina, intentaba salvar la fiesta del naufragio en que se había convertido y había empezado a servir champagne.
                                         - Es una tradición familiar, casarse varias veces ya es  costumbre en esta familia - aseguraba Albertina y para reafirmar esto dijo:
                                         - Mamá y yo nos casamos dos veces cada una.
 

                                         Había llegado el momento de tirar de las cintas y para eso Albertina convocó a las invitadas a que tomaran cada una cinta y tiraran hacia afuera. Rosa Té contó hasta cinco y entonces Leonor, Albertina, Mirinha y dos invitadas más de las que Ludwig no sabía sus nombres tiraron de las cintitas. Pedazos de biscochuelo y chocolate salieron junto con los dijes y cada una de las mujeres ahí presentes se dedicó a limpiar la sorpresa que le había tocado en suerte.
                                          A Leonor le tocó un peine, a Mirinha un molinillo de café, a Rosa Té un pequeño revólver. A las otras dos mujeres, un trébol a cada una. El anillo había sido para Albertina. La hermana de Rosa Té se veía tan alegre como si la que cumpliera años fuese ella.
                                          Rosa Té fue hasta la cocina, ahí estaba Albertina buscando más botellas de champagne, tarareaba una canción y esto hizo encolerizar a Rosa Té quien dijo:
                                         
                                          - Mamá no se va a casar otra vez porque tiene ochenta años.
                                          El amante de Leonor abrió los ojos redondos como la luna de esa noche que se veía por la ventana. Leonor, sentada cerca de la mesa junto a Mirinha se había puesto pálida.
                                           Un viento fuerte había empezado a soplar y arrastraba arena y movía las ventanas y las puertas. -         ¡Envidia! ¡envidia! eso es lo que tenés  gritaba Albertina, porque mamá y yo ya nos casamos dos veces. Rosa Té empujó  a su hermana con el brazo y salió rápidamente de la cocina. Pero no llegó muy lejos.

                                          En ese momento, una jarra de clericó cayó al suelo y se apagó la luz de la casa. Ludwig quería encontrar la vela de la torta de cumpleaños para iluminar la casa y encendió un fósforo. A media luz pudo ver los ojos desorbitados de Leonor quien tenía una mueca en sus labios. Mirinha parecía absorta en el paisaje nocturno que se podía ver por la ventana. Ludwig pudo encender la vela a pesar del viento. Pero a la luz de la vela nada era igual al inicio de la fiesta. Rosa Té advirtió que su madre se había desmayado y Albertina fue hacia el baño en busca de las sales aromáticas.
                                           Después de pasar varias veces las sales por la nariz de Leonor y comprobar que tenía pulso, Albertina acompañó a su madre hasta la cama de Rosa Té. La psicoanalista se había sentado afuera, en la arena fría, jugando con el pequeño dije con forma de revólver que había obtenido al tirar de la cinta. Ludwig se despidió rápidamente y salió a caminar por la playa. Se dio cuenta de que estaba descalzo y que había estado así durante toda la fiesta.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

sábado, 3 de abril de 2010

Prólogo de Luis Gregorich a la novela Pájaros debajo de la piel y cerveza


    Prólogo de Luis Gregorich

    a la novela policial Pájaros debajo de la piel y cerveza  de Araceli Otamendi - Premio Fundación El Libro a escritores noveles en el marco de la XX Feria internacional del Libro de Buenos Aires

          Los concursos literarios no siempre deparan placer a quienes forman parte de sus jurados. Tampoco es habitual la sensación de sorpresa, motivada por la aparición de nuevos talentos literarios, sobre todo cuando se trata de escritores inéditos, a menudo tanto o más convencionales que los ya conocidos.Ambas circunstancias auspiciosas se han dado en el concurso de novela organizado en forma conjunta – feliz asociación que esperamos tenga continuidad en el tiempo- por la Fundación El Libro y la empresa Edenor. La obra premiada revela una madurez inesperada para quien aún no ha publicado libro. No hay aquì vacilaciones de escritura ni los típicos excesos del principiante que acumula materiales sin jerarquización ni medida. Tampoco se advierten las experimentaciones inútiles de los que creen seguir una preceptiva de vanguardia y se instalan, en realidad, en una rutina de capillas fatigadas. La autora nos cuenta una historia. Esa historia adopta las formas de la narración policial, se inicia en la Argentina y continúa en una germánica Europa, y utiliza el humor, la parodia y las alusiones literarias y culturales para desarrollarse y crecer. El lector está protegido por una discreta estrategia de relato transparente y fluido, aunque haya de pronto saltos e incisiones en la realidad que sugieren que no todo es como parece, o, en todo caso, que vale la pena indagar más allá de las apariencias. Como el singular detective de la novela, será el propio lector el que dé su versión final cuando acabe de leer el libro. Hemos mencinado un elemento clave de la obra (incluso presente en el curioso y original tìtulo de la novela): el humor. Se trata más bien de una clave de humor negro, de guiños paródicos, de ironía en forma de retazos que otorgan al texto un sabor peculiar. Las lecturas de la autora están presentes en lo que escribe, pero no se han sobrepuesto a su propia voluntad de construcción ni le han impedido a erigir un tono personal. Es satisfactorio augurar a Araceli Otamendi un prometedor futuro en el arduo campo de la creación literaria. Valgan las huellas de este primer paso como la marca inicial de un camino fecundo en imaginación, amor por la palabra y libertad expresiva. 
(c) Luis Gregorich