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domingo, 26 de diciembre de 2010

Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 10 - fragmento



Capítulo 10 - (fragmento)                
 “ …  También se escuchaba la voz de Cintia, balbuceaba unas palabras casi inaudibles.
                           Cintia  había quedado huérfana a los quince años y Mario Bruno, un hombre de negocios que manejaba grandes cantidades de dinero y se había convertido en productor  de espectáculos, había hecho o tratado de hacer una estrella de su protegida. La había convertido en actriz y así había evitado que deambulara de agente en agente teatral y de productor en productor para conseguir trabajo. Ya se sabía cómo era ese mundo de las modelos, del cine y del teatro. Cintia no era tan bonita como Marilyn Monroe pero en su mirada estaba también el desamparo que Marilyn había sufrido por su orfandad, mirada que Arthur Miller, muchas veces, según sus confesiones, no había podido soportar.
                          Mario Bruno le había brindado su protección y ahora, borracho, le gritaba. Al menos, lo hacía para recordarle todo lo que le había brindado. Ella era demasiado joven para él. La cara de Cintia tenía facciones lindas y bien delineadas, pestañas oscuras y mirándola bien su cara parecía dibujada por algún pintor japonés.

                         - ¿Qué hacías antes de conocerme? ¿Qué hacías? - decía la voz de Mario Bruno otra vez.
                         Ludwig se acercó aún más a la puerta. Evidentemente Cintia se había quedado callada. El espectáculo unipersonal de Cintia había sido un éxito ese verano y ese éxito se lo debía tal vez a su protector y ahora él se lo estaba haciendo sentir. Con cada palabra que Mario Bruno le gritaba, Cintia seguramente sentía que él se estaba cobrando su deuda.  ¿Así no ocurría con todo?, pensaba Ludwig. No tenía la respuesta, sabía que algunas deudas son impagables. ¿Cómo escaparía de ahí?¿Cómo escaparía de esa relación que se había tornado tan cruel? Tenía planes en mente, tácticas, estrategias.
                         Los gritos seguían. El detective pensó entonces en por qué


extrañas circunstancias de la vida había que sobrellevar el desamor en lugar

del amor. No sabía si Mario Bruno y Cintia se habían casado. 


La desintegración del matrimonio moderno era el tema de decenas de novelas y

de películas que ni siquiera recordaba ahora. Pero también había parejas que

no estaban casadas y actuaban como si lo estuvieran. Después de haberse

casado y divorciado, Ludwig veía las cosas de otra manera…”.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

sábado, 18 de diciembre de 2010

Cuento: Wakefield nació en Buenos Aires

fotografía del espectáculo  "Enfermos de tango"
creado por Pinty Saba




Homenaje a Nathaniel Hawthorne

La señora Simps parecía una de las mujeres gordas de los cuadros de Fernando Botero. El señor Simps era flaco como un Stradivarius y tenía la cara parecida a Stan Laurel. La señora Simps tenía la gracia de una pianola amaestrada que -al tocarla- emitía siempre las mismas notas.
Era la noche de fin de año y sentados a la mesa, como correspondía esa noche del treinta y uno de diciembre, el señor y la señora Simps hablaban cada uno de temas diferentes sin dejar de hablar, por eso, del mismo tema.
Cuando llegaron las doce y el estallido de los cohetes hizo vibrar los vidrios de la ventana del living el señor y la señora Simps brindaron:

-Brindo por un año mejor, por la paz y la felicidad -dijo la señora Simps.
-Brindo por un año mejor, por la paz y la felicidad -repitió el señor Simps.

Los dos levantaron la copa donde bailoteaban cientos de burbujas y a las doce y cinco el señor Simps dijo que no tenía cigarrillos y que iba a algún quiosko a comprar. La señora Simps se preguntó dónde podría haber un quiosko de cigarrillos abierto a esa hora la noche de fin de año pero no dijo nada. Aprovecharía a tocar música de Chopin en el piano mientras el señor Simps iba a buscar los cigarrillos.  También podría bailar, pensaba, ahora que él no estaba y podría hacerlo descalza, frente al espejo, cosa que al señor Simps no le gustaba porque le parecía un comportamiento incorrecto.
El señor Simps miró los adoquines grises, el cielo como un recorte oscuro entre los edificios de la calle, las siluetas de aquéllos se alzaban como flechas hacia el cielo y respiró profundamente. Miró las estrellas y sintió que una de ellas le guiñaba un ojo, le sonreía y titilaba para él. Caminaba en busca de algún quiosko abierto. El aire le acariciaba la cara y lo sentía profundamente dulce en la piel tostada. Muchas ventanas se abrían hacia la vereda, dejaban escapar el bullicio de las distintas voces provocado por las bebidas alcohólicas . Era la hora en que escapaban las verdades en las mesas y comenzaban las discusiones entre familiares que no se veían casi nunca. O entre aquéllos que se reunían sin saber por qué o para qué. Era la hora donde se sacaba la máscara a la hipocresía de todo el año y se disparaban las verdades más absurdas como proyectiles, cara a cara. También era la hora en que los jóvenes escapaban de las casas para encontrarse con su enamorado o enamorada. Y los que estaban solos se iban a dormir o lloraban por algo que ya no existía. Y de todo esto estaba lleno el aire junto con el olor a pólvora de los cohetes y las chispas de las estrellas de bengala. El señor Simps había caminado ya varias cuadras y no había ningún quiosko abierto. Pero sí estaban abiertos los restaurants donde las personas festejaban. El restaurant parecía ser un lugar más distendido para pasar la noche de fin de año: había familias con niños, parejas, personas solas en las mesas. El señor Simps se preguntó dónde iba a encontrar los cigarrillos que había ido a comprar. Fue entonces, en la vereda de una calle cortada donde encontró una mesa tendida bajo el cielo. Sentados alrededor de la mesa había hombres y mujeres que reían y cantaban. El señor Simps se acercó atraído por la escena y tomó la copa que le ofrecían y bebió. El gusto amargo del champagne le recorrió la garganta. El señor Simps miró el cielo. Había muchas estrellas suspendidas y le parecía que alguna estaría por caer ahí, sobre la mesa. Tuvo la impresión de que una incómoda magia se estaba apoderando de él y le decía que se quedara ahí. El coro de la mesa tarareaba: "... desde que se fue, nunca más volvió... Caminito amiiiigo, yo también me voy...".(1) El señor Simps se subió a la mesa y empezó a cantar esa letra. Y luego los que estaban ahí alrededor de la mesa cantaron y cantaron otras canciones. Reían y cantaban, creían ver las estrellas que especialmente los saludaban a ellos esa noche. Al pie de la mesa , junto al señor Simps había una mujer. Era una mujer de pelo corto que cantaba y reía. El señor Simps la invitó a subir a la mesa y bailaron. En el aire había olor a tilos y a pólvora de los cohetes y un perro ladraba asustado desde algún balcón. Mientras el señor Simps y la mujer bailaban, el coro de la mesa tarareaba:

"...Corrientes 3-4-8... segundo piso ascensor, no hay porteros ni vecinos, adentro cocktail y amor, pisito que puso Maple, piano, estera y velador, un telefón que contesta, una victrola que llora, viejos tangos de mi flor, y un gato de porcelana païque no maúlle el amor...". (2)

El cielo parecía ahora un oscurísimo techo color pizarra. El señor Simps y la mujer dejaron de bailar y se sentaron. Les llegó el turno de bailar a otros. Seguían descorchándose botellas, algunos comían fruta fresca. El señor Simps entusiasmado coreaba cada canción. Había pedido que le convidaran cigarrillos y fumaba. La mayoría de los que estaban ahí eran artistas, había fracasados y algunos pocos exitosos. La brisa acariciaba ahora las caras. Les hacía recordar que estaban vivos y que juntos habían empezado un nuevo año. Fernanda, la mujer que había organizado la fiesta en la calle acariciaba su panza enorme, sentía cómo la piel se le había estirado y sentía también un peso parecido a un coco entre las piernas. Faltaban pocos días para el nacimiento de su primer hijo. Iba a ser una mujer. El señor Simps le auguró dicha. Fernanda se acariciaba el vientre y tenía la mirada brillosa mientras cantaba. Y toda la escena parecía haberse detenido allí, en esos instantes cuando las gotas empezaban a deslizarse por la piel. Eran gotas pequeñas y frías. Y cada uno de los que estaban se iba rápido a refugiar bajo un techo, hacia algún lugar.
El señor Simps le dijo adiós a la mujer que había bailado con él y se alejó. La mayoría de las ventanas ahora a oscuras, se adivinaba  en el interior de las habitaciones a las personas que dormían. Recién entonces, el señor Simps recordó que había salido a comprar cigarrillos y que no había podido hacerlo.
La señora Simps, después de tocar música de Chopin en el piano había bailado. En la mesa había quedado la botella de sidra por la mitad y un pan dulce comido a medias. Antes de acostarse, a la señora Simps le habían entrado ganas de fumar. Y había salido, ella también, a comprar cigarrillos.

© Araceli Otamendi

(1) letra del tango "Caminito" de Gabino Coria Peñalozza y Juan de Dios Filiberto.

(2) letra del tango: "A media luz" de Edgardo Donato y Carlos César Lenzi.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 9 (fragmento)





Capítulo 9 - (fragmento)            

            "... - ¿Usted cree en los presagios?
                  Marta pensó durante algunos segundos y después dijo:

                  - En algunos, tal vez.
                  - ¿Qué diría si le digo que esta mañana, encontré un huevo de pájaro, blanco, brillante sobre la cubierta?
                   - ¿Un huevo?
                   - Sí, un huevo. Estaba sobre una lona azul.
                   - Es el inicio de algo - dijo Marta mirando al detective. -¿Dónde está el huevo?
                    - Antes tiene que contestarme algo - dijo Ludwig
                   - ¿Qué cosa?
                   - ¿Qué relación había entre Cintia y su marido?
                   - Primero quiero saber dónde está ese huevo...
Ludwig introdujo la mano en su bolsillo y sacó un pequeño huevo blanco y reluciente y lo puso delante de los ojos de Marta. Los ojos de ella se abrieron inmensos, el asombro se había instalado en su mirada y Ludwig había caminado por la superficie de sus profundos ojos grises, lisa y fría como una playa de arena mojada al atardecer.  Se había aventurado a mirar con descaro los ojos de esa mujer. ¿Qué encerraba en esa mirada? ¿Quién sabe? se preguntó, quién sabe si alguna vez lograría saberlo...".




 (c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

jueves, 9 de diciembre de 2010

Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 10- fragmento


Capítulo 10 - fragmento                         

...Ludwig bajó también la escalera y la siguió. Cintia puso en marcha el motor del renault estacionado en el jardin y salió a toda velocidad hacia la ruta. Ludwig se subió al jeep. Cinco minutos después un hombre sentado en un banco a la salida de la ruta que conducía de la playa a una carretera más ancha, vio pasar un renault con una mujer joven manejándolo  seguido por un jeep conducido por un hombre rubio de pelo largo. El hombre era un pescador, estaba preparando las redes. La chica aceleraba cada vez más y Ludwig empujaba el acelerador también cada vez más.
                        Al mismo tiempo, el detective sentía sensaciones contradictorias, se le abría la conciencia y podía pensar rápidamente en la discusión entre Mario Bruno y Cintia. Por otro lado, tenía la sensación de que algo horrible iba a ocurrir dentro de algunos instantes. Un automóvil que venía en dirección contraria le hizo señas con las luces varias veces. Seguramente le avisaba algo. Ludwig contestó con un rápido guiño de luces. Unos segundos después encontraría el renault dado vuelta...
 (c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

domingo, 5 de diciembre de 2010

Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 9 - fragmento



Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 9 - fragmento

En la playa        
              
Cintia viajaba sola y le preguntó qué era lo que había ocurrido.

                       -¿Lo golpearon?
                       - Sí
                       -¿Quiénes eran?
                       - No lo sé.
                       - En este lugar ocurren cosas muy extrañas - dijo ella
                       - Ya lo creo - contestó él. - Además de que dos tipos me golpearon esta noche, ¿qué otras cosas pasan?
                      - La lista es innumerable. Pero usted no puede quedarse aquí solo. Venga a mi auto, lo voy a llevar a la casa.
                      - ¿A la casa? ¿de quién?
                      - Vamos a ir a la casa de Marta Agastizábal. Ahí me espera Mario. Estamos pasando unos días con ella.
                       Ludwig pensaba que no era bueno dejar el jeep solo ahí, en ese lugar. Entre Cintia y él, hicieron el esfuerzo de cambiar la goma y siguieron viaje hasta la casa de Marta. Ludwig conducía el jeep y Cintia el renault.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados
                      
                   

jueves, 2 de diciembre de 2010

El western




El western


"¿Quién me dirá las palabras inútiles, quién me compensará la sangre y la indecisión?"


Fernando Pessoa

"Porque existen muchas posibles muertes
Como existen muchas posibles vidas,
la vida de las cartas, 
la vida de los sueños, 
la vida de las imágenes,
la vida de las palabras que no se dijeron...
como siempre."



Silvina Ocampo



Florece en la ventana con fondo de noche la cara de Cisco Kid. Tiene el sombrero caído hacia un lado, la niña apenas le ve la cara. Ha venido montado a caballo para llevarla. La niña, en la cama, aprieta ahora el oso azul, mientras, afuera, en el comedor, el hombre y la mujer discuten. El corazón le hace tic-tac, tic-tac, tic-tac. Muchas veces durante el día la mujer se mira al espejo y repite: me parezco a María Félix. A veces lo hace mientras se maquilla. La niña no conoce a la actriz. A los tres años la niña tampoco sabe por qué su padre le dice gouge mientras le acaricia el pelo. Apenas él dice esa palabra la niña reacciona y dice: ¡no, no! Y aparta la mano grande de su cabeza mientras el padre sonríe.
Ahora la niña duerme o finge dormir. Casi es una experta en esos avatares de la simulación. Mientras, afuera, el viento arrastra las hojas secas de los árboles, golpea las ventanas, se desinfla sobre el techo y un gato maúlla con cierta congoja. La noche se adelanta en la habitación y la oscuridad es una buena pantalla para proyectar imágenes mientras ellos gritan en el comedor. Hace unas horas apenas la niña ha estado dando vueltas en la calesita del parque subida a un caballo de madera mientras una mujer, se besaba incansablemente con un hombre. Tal vez es necesario ahora llamar a Matt Dillon. El hombre tiene el revólver listo y ella llora, grita suplica y la niña no puede dormir. Matt Dillon es un hombre alto, de linda cara y no se parece a ningún tío ni primo. También es hora que Cisco Kid montado en el caballo blanco entre a la casa para hacer justicia. Tal vez sería mejor

Batt Masterson para salir de aquí. Batt Masterson más elegante y fino, con el sombrero hongo y el bastón. La música es más linda. ¿Sería mejor llamar al llanero solitario? Con su antifaz y con su traje negro, pedirle montar con él en su caballo y salir de aquí para siempre. Y mientras en el comedor la discusión sube de tono Cisco Kid entra en la habitación de la niña y se acerca. Ahora sí puede verle la cara. ¿Podrá salvar a alguien Cisco Kid? ¿Podrá llevar a la niña lejos de ahí? Cuando la niña pasa con su madre junto a una funeraria ve los caballos quietos, para llevar a los muertos al cementerio los adornan con plumas negras. Las terribles pisadas le dan miedo. A esos caballos de los muertos es mejor olvidarlos. La única yegua que conoce la niña es la que lo arrebató de su hogar al abuelo. Y antes de seguir preguntando alguien le explicará que no es una yegua sino una mujer, y que esas cosas ocurren a gente que se llama igual que ellos pero ellos no son, sino que son otros. Tal vez sería mejor llamar a Matt Dillon. Las voces han subido de tono, la niña se baja de la cama y con la oreja apoyada en la puerta escucha una vez más: -Te lo juro, dice ella. Te lo juro, por la nena, estuvimos toda la tarde en la calesita.
Ahora no se oye más que un sollozo ahogado de mujer implorándole a él que guarde el revólver. La niña vuelve a la cama y se tapa con las sábanas. Cierra los ojos y emprende  
el largo viaje una noche más. Esta noche lo hará con Cisco Kid . Monta con él en su caballo blanco, galopa rápido rumbo al Gran Cañón, a la espera del disparo final.







(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 

martes, 30 de noviembre de 2010

Tarde de lluvia




Ese día llovía a cántaros. Era de tarde. Debía hacer un trámite, sí o sí. Ir al centro ¿pero qué centro? Si en la ciudad no hay un centro sino muchos. El trámite podía hacerse en distintos lugares. Elegí un barrio alejado. Más que nada para no ir a la city. Le escapo a la city. Será porque trabajé en una oficina y luego en otra tantos años en ese lugar que se llama así, city, o zona bancaria o microcentro. Elegí entonces un barrio alejado y como llovía a cántaros decidí ir en subterráneo. ¿Por qué? No lo sé. El tren subterráneo me llevó en unos pocos minutos adonde debía ir. Cuando salí de la boca del subte llovía menos, pero llovía.
La ciudad se veía gris y nublada. Había personas, transeúntes, y estaba animada. Las luces de casi todos los negocios, encendidas.  Después de hacer el trámite entré a un bar. El lugar estaba animado. Una mujer escribía en una notebook. Un hombre leía el diario. Dos mujeres conversaban. Tres hombres en otra mesa también conversaban. El café estaba en una esquina y me gustaba mirar la lluvia detrás de los vidrios.
El viento había empezado a soplar fuerte como si fuera a despejar. Pedí un café y me quedé mirando primero hacia adentro del bar. Había guirnaldas con flores y un letrero que decía: FELIZ PRIMAVERA. El día de la primavera había pasado hacía muchos días y sin embargo el cartel continuaba. En las mesas había ramilletes de flores coloridas y artificiales. Cruzando la avenida había un cine donde proyectaban varios films. Miré la cartelera del diario, no había ninguno que me interesara. Me dediqué durante unos minutos a mirar a mi alrededor, a indagar en las caras de las personas que estaban ahí y a adivinar sus vidas. Ninguna me pareció muy interesante cómo para inventarle una vida y escribirla.
No había nadie con impermeable y rasgos parecidos a Humphrey Bogart, material para inventar un detective. Tampoco había una mujer con los ojos muy maquillados y muchos  anillos en los dedos o una libreta de apuntes que introdujera el misterio en su vida. ¿Algún personaje interesante? No iba a escribir la historia contrafactual, ¿cómo llamarla? de si el personaje A, el hombre sin sombrero ni cigarrillo leyendo el diario en la mesa de enfrente, se hubiera puesto un sombrero y un impermeable, tal vez sería un detective siguiendo a algún parroquiano sentado en ese café. ¿entonces?
Llamé al mozo, pagué el café y me fui. Bajé las escaleras hacia el subte otra vez. Como era la estación terminal y el subte iba casi vacío me senté. Después de unos minutos el tren arrancó y entonces lo ví, al hombre ciego.
Tenía una guitarra en la mano. Se acomodó y empezó a tocar  música. Tenía una voz lindísima, y cantaba “Guantanamera”… y ya se sabe, la canción termina con ese poema de José Martí: “Cultivo una rosa blanca”:

Cultivo una rosa blanca

En junio como en enero

Para el amigo sincero

 que me da su mano franca

 

Y para el cruel que me arranca


el corazón con que vivo,


cardo ni ortiga cultivo;


cultivo una  rosa blanca.

Cada uno de los que viajábamos en ese vagón del tren sacó unas monedas y se las dio al ciego. Ya no pensaba que era un personaje como el hombre ciego del cuento Amor de Clarice Lispector. Era un hombre ciego que se ganaba la vida así, tocando una bella música y cantando Guantanamera.
El viaje en subte a ese barrio alejado valió la pena, aunque más no fuera por haber escuchado al ciego y haber recordado la poesía de Martí.

(c) Araceli Otamendi


jueves, 25 de noviembre de 2010

Extraños en la noche de Iemanjá - Montevideo* - (fragmento)



Extraños en la noche de Iemanjá

Montevideo (fragmento)

“…El de ellos había sido un amor lento, finalmente lento, pensaba. La vio ahí con la cabeza apoyada contra el cristal. Un amor lento, desesperado y en fuga, lento  como las cosas que tardan en morirse o en desaparecer. Seguramente la vieja tarotista sabía del amor porque lo había enviado ahí como si supiera lo que iba a ocurrir.
El pelo, como siempre, lacio y oscuro, apenas pasaba los hombros. Ella tenía un libro sobre la mesa, había tomado un café, y ahora escribía. El atardecer caía lánguido como una gasa. Era un atardecer de Montevideo viejo, antes de que las luces se enciendan y la ciudad tenga vida en los bares, en las librerías, en la calle.


       Me mira y no sé qué mira. Tal vez las cosas se van agrupando por afinidad, se reúnen y no se sabe por qué azar se han conjurado. Si fuéramos personajes, me gustaría saber quién nos escribe, quién nos sueña. Si fuéramos personajes de alguien le diría que nos agregue un poco de humor, eso que les falta a los caldos, a las gallinas y a las orquestas sinfónicas, según decía André Breton. Breton, decía también que la debilidad del humor eran los crepúsculos siempre que parezcan un huevo al plato. Cuando aprendí a manejar me advertían de no salir a la ruta durante el crepúsculo. Humor, rebelión superior del espíritu.

        Tal vez no sea ella, pensaba. Tal vez sea otra, es parecida. La noche se extiende al fondo  como un manto oscuro, con luces de hielo. La idea de pilotear el avión se la dio Renzo Olivera. Pero ¿podía esperar hasta  hablar con ella?..."

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 

*Montevideo es un capítulo de la novela policial "Extraños en la noche de Iemanjá"


       

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Programa de teatro: Cartas al mediodía, a la manera de Cortázar

(Buenos Aires)

El 21 de septiembre de 2006 - día de la Primavera - en el hemisferio sur se teatralizó el cuento "Cartas al mediodía, a la manera de Cortázar".

El programa de teatro es:







Programa



“Musas” literatura teatralizada








Verónica Schviner “Trate” de Jimena Castiñeira Arce



Georgina Burgos “Cartas al mediodía” de Araceli Otamendi



Verónica Schviner “Psicología Profunda” de Tomas Calell



Verónica Schviner “Desde sus pies” de Gisella Mancuso





Actores; Escritores





Verónica Schviner Jimena Castiñeira Arce



Georgina Burgos Araceli Otamendi

Tomas Calello

Gisella Mancuso



Coordinación General: Las Mil y un Artes



Les deseamos Feliz Primavera!!!

Apuntes filosóficos - Michel Foucault

"...El conocimiento es para mí aquello que debe funcionar como protección de la existencia del individuo y para comprensión del mundo exterior. El conocimiento como medio de subsistencia mediante la comprensión...".
                                                                     Michel Foucault

sábado, 20 de noviembre de 2010

Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 4- fragmento


Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 4- fragmento                           
Se presentaron:
- Ernesto Ludwig, guía de turismo.
- Bijou - , me dicen Bijou, dijo ella y agregó: - Espero que le guste el lugar. Fue entonces cuando Ludwig advirtió que la mujer tenía cierto aire de condesa en el despectivo mohín de la boca apretada. Se sintió sonreir por este pensamiento que le había venido a la mente. Aunque Ludwig nunca había estado cerca de una condesa, suponía que era así como debía lucir. Ludwig nunca entendió por qué muchas personas tenían esa predilección por las princesas, condesas y duquesas  europeas en un país de América Latina. Recordaba a su tía de Villa Ballester hojeando una vieja revista donde sí aparecían reyes, príncipes y princesas. Le parecía ridículo e inverosímil   que se hablara de condesas, príncipes y princesas como en los viejos cuentos de hadas. Una locura más, de tantas, pensaba.
La mujer tenía apuro por salir del espacio visual de Olivera y del detective y dijo:
                                - Nunca lo había visto por aquí.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Extraños en la noche de Iemanjá - Capítulo 7 (fragmento)



Extraños en la noche de Iemanjá – Capítulo 7 (fragmento)

“…¿Por qué no Bijou y Willy? Seguramente Bijou gozaba de libertades que otras mujeres no tenían. Ella manejaba su auto, tenía dinero y además todavía era una mujer joven. Pero cualquiera que hablara con Bijou se daría cuenta que la vida la había dejado desde hacía tiempo como una marea baja, abandonándola en la playa. El mar se había retirado y en la arena estaba Bijou junto al grotesco muestrario de los retazos de cosas que dejaba. Ludwig escuchó el grito de los pelícanos, aturdían. Ludwig veía a Bijou y a la adivina mirar las cartas, concentradas. Pensaba en que él también podría hacerse tirar las cartas y que por fin podría ver su vida como en un film donde los vencedores recogieran imágenes de la victoria y del campo de batalla. No había sido necesario un director de escena, el montaje, la elección de los actores, todo había sido hecho en su vida. Salió como salió, se dijo.¿Qué importancia tenía ahora? Mientras durara la investigación del caso Willy Agastizábal, el escenario del campo de batalla no era más tétrico que el de un viejo estudio de Hollywood, construido en cartón y madera. Tomar una decisión de vida. La frase lo había dejado paralizado cuando la escuchó por primera vez. La habia pronunciado su ex-mujer, pero esa era otra historia. La vida se había partido en dos y él había tenido coraje para sublevarse y seguir. ..

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

lunes, 15 de noviembre de 2010

Apuntes sobre Paul Gauguin*




(Buenos Aires) Araceli Otamendi


Iniciamos con estos apuntes sobre Paul Gauguin una serie de publicaciones que estará destinada a difundir a los más grandes pintores. Por supuesto, la selección estará de acuerdo con mi gusto particular e intento poner énfasis en los grandes artistas.
Como dice el filósofo Félix de Azúa: para ver la obra de arte, realmente, es menester crearla, inventarla cada vez, porque la obra de arte no es "de" Leonardo da Vinci, por ejemplo, sino del contemplador que la sostiene suspendida sobre el vacío de la aniquilación gracias a su actividad intelectual o física....

Paul Gauguin (París, 1848- Islas Marquesas, 1903), se inició en la pintura bajo la influencia de Cézanne, aunque después supo encontrar su propio camino con una obra colorista y de formas cada vez más simples. Su espíritu viajero lo llevó a Tahití donde creó sus obras más conocidas y murió en la más absoluta pobreza.
En octubre de 2004 el Museo Thyssen presentó una gran exposición de Gauguin y los pintores simbolistas en España. Para esa muestra el Museo Nacional de Bellas Artes de la Argentina prestó una de las obras del artista que pertenece a su colección permanente "Bañistas en Bretaña".

www.mnba.org.ar/obras_autor.php?autor=131&obra=284&opcion=1

Paul Gauguin es uno de mis pintores favoritos y por eso decidí publicar estos apuntes.
En la ilustración, tapa de una biografía del artista de Guillermo Solana, se puede ver la pintura "La orana María".

En esa  biografía de Gauguin escrita por  Guillermo Solana, comisario de la muestra Gauguin y los orígenes del simbolismo, donde se constituyó un ambicioso y concienzudo intento de definir el papel del artista como uno de los fundadores del modernismo - la exposición estuvo centrada en el período de formación de Gauguin, de 1884 a 1891, el año en que se marchó a París para instalarse en Tahití- , se da la siguiente interpretación:

Esta pintura es una versión tahitiana de un asunto de la iconografía cristiana, aunque es más difícil decir de qué tema: el título, que significa Te saludo María, sugiere que se trata de una Anunciación; pero la Virgen aparece con el Niño a cuestas, indicando más bien una Adoración de los pastores. Las dos adoradoras proceden de los relieves del templo budista en Borobudur (Java). Hay todavía una quinta figura: el ángel semioculto entre las ramas del arbusto florido, que sostiene la palma del martirio como una premonición del futuro sacrificio del Niño Dios.
Para indicar que se trata de una aparición, Gauguin ha camuflado ese espíritu entre el follaje, emulando al pintor Jules Bastien-Lepage en su cuadro Juana de Arco (1879), donde las voces que oye la campesina Juana se materializan a su espalda en tres figuras como ectoplasmas transparentes confundidas con la pared de la casa y las ramas de los árboles.

Los escritos de Gauguin

Además de pintar muchísimo, Gauguin también escribía, fundaba revistas y las dirigía. Entre los escritos del pintor, voy a detenerme en los Escritos de un salvaje y en el Diario íntimo.

Escritos de un salvaje

Algunos fragmentos de este libro nos dan una idea acerca del pensamiento del artista, a quien muchos críticos defenestraban, no comprendían. "Para juzgar un libro hay que tener inteligencia y conocimientos. Para juzgar la pintura y la música, es preciso tener - además de inteligencia y ciencia artística - sensaciones especiales ante la naturaleza, es preciso, en una palabra, haber nacido artista y muchos son llamados pero pocos los elegidos".

"(...) La literatura es el pensamiento humano descrito mediante la palabra. Por mucho talento que usted tenga para contarme cómo Otelo llega, con el corazón devorado por los celos, a matar a Desdémona, mi alma nunca se sentirá tan impresionada como si yo hubiera visto con mis propios ojos a Otelo avanzando por la habitación, con la frente cubierta de tempestad (1). También ustedes necesitan del teatro para completar su obra.
Usted puede describir con talento una tempestad pero nunca llegará a transmitirse esa sensación."

(1) se refiere al cuadro de Delacroix que pertenecía a Gustave Arosa, financiero y coleccionista, amigo de su madre, que fue quien le había conseguido su empleo en la oficina de Bertin.

"Se aprende primero a dibujar y después a pintar, lo cual viene a decir que se va a colorear dentro de un contorno ya preparado, más o menos como una estatua que se pinta. Confieso que, hasta el momento, sólo he comprendido en este ejercicio una cosa y es que el color no es más que un accesorio. "Señor, es necesario dibujar correctamente antes de pintar", y esto se dice en un tono doctoral: aunque, por otro lado, las mayores barbaridades suelen decirse de este modo".
"(...) ¡Felices los pintores antiguos que no tenían academia.
Desde hace cincuenta años las cosas han cambiado, el Estado protege cada vez más la mediocridad y ha habido que inventar profesores a medida para todo el mundo. Sin embargo, al lado de todos estos pedantes, también ha habido luchadores valientes y se han atrevido a mostrar pintura sin receta. Rousseau, a quien ridiculizaban, está hoy en el Louvre, a pesar de ellos, Millet también..."
"... la gran base de lo bello es la armonía. En consecuencia, las insulsas coqueterías de línea no encajan con un material severo. Los colores vacíos al lado de colores llenos no están en armonía. Y vean qué artista es la naturaleza. Los colores que se obtienen con un mismo fuego siempre son armónicos..."
"... Mi casa amanecía radiante cada mañana. El oro del rostro de Tehamana lo inundaba todo a su alrededor y los dos, en un arroyo vecino, íbamos con naturalidad, sencillamente, como en el paraíso, a refrescarnos...".
"...Le interesan mucho las estrellas; me pregunta cómo se llama, en francés, la estrella de la mañana y la de la tarde. Le cuesta entender que la tierra gira alrededor del sol. Por su parte, ella me nombra las estrellas en su idioma. (...). Lo que nunca quiso admitir es que las estrellas fugaces, frecuentes en este país, y que atraviesan el cielo lentamente, melancólicamente, no sean tupapaus...".
Diario íntimo
"...Invierno de 1886

La nieve comienza a caer; es invierno.Quiero ahorraros la descripción: es simplemente la nieve. Los pobres están sufriendo. A menudo no comprenden esto los caseros.
En este día de diciembre, en la calle Lépic de nuestra buena ciudad de París, los transeúntes se dan más prisa que de costumbre, pues no tienen deseos de callejear. Entre ellos se encuentra un hombre fantásticamente vestido que, tiritando, se apresura para llegar a los bulevares exteriores. Está envuelto en un sobretodo de piel de oveja con una gorra que es sin duda de piel de conejo, y tiene una hirsuta barba pelirroja. Parece un
arriero.

No lo miréis por encima; por más frío que haga, no sigáis vuestro camino sin observar cuidadosamente la mano blanca y graciosa y esos ojos azules que son tan claros e infantiles. Es algún pobre mendigo seguramente.
Su nombre es Vicent Van Gogh..."
"El nativo de las Marquesas no es de manera alguna un individuo terrible; por el contrario, es un hombre inteligente y completamente incapaz de tramar algo malo. De tan amable que es resulta casi tonto, y es temeroso de todos los que tienen autoridad. La gente dice que ha sido antropófago, figurándose que esto ha terminado, lo que es un error. Lo es todavía, pero sin ferocidad; le gusta la carne humana como al ruso le gusta el caviar, como al cosaco le gusta una vela de sebo. Preguntad a un anciano adormecido si le interesa la carne humana; completamente despierto - una vez siquiera - con los ojos relucientes, os responderá con infinita amabilidad: "¡Oh, qué rica es"
Naturalmente son unas pocas excepciones; excepcionales como son, inspiran un gran terror a todos los otros..."
"Los nativos están acostumbrados a basar su conducta en el terror que les inspiran los malvados. Cualquier persona que no se atenga a esta regla sería condenada a muerte de inmediato. Cuando se comete un crimen todos saben acerca de él; pero ante el tribunal nadie sabe nada.
Los testigos embrollan sus respuestas con oscuridades. Su lenguaje - siempre mal interpretado - les da toda clase de facilidades para hacerlo. Son capaces de atenuar todas las contradicciones con notable inteligencia e imperturbable compostura...".
"Mi abuela era una anciana dama divertida. Su nombre era Flora Tristán. Proudhon dice que tenía genio. Cómo no sé nada al respecto, le tomo la palabra a Proudhon.
Estaba vinculada con toda suerte de asuntos socialistas, entre ellos los sindicatos obreros. Los agradecidos obreros le erigieron un monumento en el cementerio de Burdeos. Es probable que no supiera cocinar.
¡Una literata socialista-anarquista! A ella, en sociead con el tío Enfantin, se les atribuyó la fundación de cierta religión, la religión de Mapa, en la que Enfantin era el dios Ma y ella la diosa Pa.
Nunca he sido capaz de distinguir entre la verdad y la fábula, y os ofrezco esto por lo que vale. Murió en 1844; muchas delegaciones siguieron su féretro. Lo que puedo deciros con seguridad, sin embargo, es que Flora Tristán era una dama muy bella y noble. Era íntima amiga de la señora Desbordes-Valmore. También sé que gastó su fortuna entera por la causa de los trabajadores, viajando incesantemente. En el intervalo fue a Perú a ver a su tío, el ciudadano don Pío de Tristán de Moscoso (de una familia aragonesa). ..."



(c) Araceli Otamendi- Archivos del Sur - Todos los derechos reservados




Bibliografía:
Guillermo Solana, Gauguin, Arlanza Ediciones S.A.
Paul Gauguin, Diario íntimo, Editorial Leviatan
Paul Gauguin, Escritos de un salvaje, Editorial Istmo


*nota publicada originalmente en la revista Archivos del Sur

viernes, 12 de noviembre de 2010

Extraños en la noche de Iemanjá - novela - Capítulo 6 (fragmento)



Novela policial 
Extraños en la noche de Iemanjá
Capítulo 6 
(fragmento)

…¿Por qué las personas mienten tanto? pensaba. Para vivir en sociedad es necesario saber mentir. Y él quería descubrir la verdad, por lo menos de la muerte de Willy Agastizábal. Entonces él no entraba en la trama de la mentira, no quería caer en su red ¿o tal vez sí? Algo detuvo sus pensamientos, sintió un terrible dolor en un pie y gritó,  la expresión de mansedumbre y éxtasis que tenía hasta hacía momentos había desaparecido y el pie le sangraba. Recién cuando vio la sangre en la arena se dio cuenta del terrible dolor causado por un cangrejo que le apresaba con sus pinzas los dedos del pie derecho. Ludwig  tenía los pies sobre la espuma de la orilla, sobre el encaje que se deshacía hasta convertirse en espuma. No había visto la resaca de ramas y vidrios rotos que cubría la arena mojada. Ludwig tironeó del cangrejo. Era rosado y lo arrojó al agua. Después se frotó los dedos con agua de mar.
                              El detective se preguntaba si el destino del cangrejo sería el vientre de algún pez o de algún hombre o, como los pulpos crecería en las grietas de las rocas a salvo. Sólo que seguramente, una vez que estuviera en el vientre de algún pez o de algún hombre no sería vomitado como Jonás por el vientre del pez, como dice la Biblia. Sino que sería triturado y digerido.

                                Detuvo la mirada en un charco que hasta hacía unos momentos no estaba ni tampoco estaría después. En el charco brillaban las escamas de un pez plateado retorciendo la cola. Lo observaba cómo se movía. Parecía un cometa. Después vino una ola y lo cubrió  y el charco y el pez desaparecieron de su vista. Cuando la ola se replegó hacia el mar, Ludwig vio el hueco sin nada y luego se apartó de la orilla. Su mente se apartó también de ese lugar de tan espléndida belleza. Sabía que también ese momento pasaría, sin duda ya había pasado, sin duda volvería a haber momentos parecidos otra vez, pero nunca iguales. Mónica hubiera hablado de Heráclito.  Se quedó así durante algunos segundos. Y casi enseguida escuchó el lejano canto de los nativos: "O mae, mae mae....".
                             A lo lejos, algunas lanchas se balanceaban sobre las olas como pájaros…”.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 
                             

sábado, 6 de noviembre de 2010

Cuentos chinos apócrifos - Historia de Lin Sei

Victorica, Naturaleza muerta



Cuentos chinos apócrifos

Historia de Lin Sei

    En la enciclopedia británica, mientras investigaba un crimen en el reino de Wei Wei en el siglo III a.c., el detective Ronald Briten encontró lo siguiente:

Lin Sei escribía poemas. Fue un día a la casa de Tsu Tsu, rico comerciante de frutas y sedas. Lin Sei conocía la afición de Tsu Tsu por algunos poemas y le ofreció cambiar algunos poemas por naranjas y sedas. Tsu Tsu habló durante más de dos horas del placer que le causaba la lectura de los poemas mientras Lin Sei escuchaba. Finalmente Tsu Tsu ofreció a Lin Sei una habitación en su casa para tejer cestas de mimbre. Lin Sei no aceptó y siguió escribiendo poemas.

Ronald Briten, el detective, hizo una señal en la página de la enciclopedia sobre Lin Sei. La máquina del tiempo había arrancado y se introdujo en ella para ir varios siglos atrás….

© Araceli Otamendi

martes, 26 de octubre de 2010

Apuntes sobre arte argentino: Carlos Morel- Tercera parte



Carlos Morel: Precursor del arte argentino – Tercera parte



(Buenos Aires) Araceli Otamendi

A medida que investigo acerca de los precursores del arte argentino, encuentro en diversos libros más datos de Carlos Morel considerado el primer pintor argentino nativo.
Sigue figurando como lugar de nacimiento la antigua ciudad de Quilmes. Sin embargo, según la investigación realizada y que ya se ha publicado en notas anteriores, Carlos Morel se radicó en Quilmes en 1870, según lo indica Agustín Matienzo – descendiente del pintor – en el libro “Carlos Morel” precursor del arte argentino.
En cuanto a su lugar en el mundo del arte argentino, Morel figura como uno de los artistas más destacados y el primer pintor argentino nativo que forjó su cultura artística en nuestro medio. Fue discípulo de José Guth y de Pablo Caccianiga.
Egresó a los dieciocho años con altas calificaciones y en 1835 comenzó su actividad al pintar miniaturas asociado con García del Molino.
Según el testimonio de Matienzo la vida de Morel en su ancianidad y después de la muerte de su hermana, Indalecia Morel de Dupuy, transcurrió serenamente.

“…Reconstruyamos en primer término su fisonomía, en base a los recuerdos de aquellos y a la fotografía reproducida (Lámina XLIX), obtenida en la ciudad de La Plata en 1889, cuanto contaba, por lo tanto, 76 años.
La mirada, vivaz aún, anima un rostro apenas oval, enmarcado por la barba blanca, corta y espesa. El cabello, abundante para la edad, es negro y marcadamente canoso; erguido el porte, a pesar de la más bien baja estatura; pulcro y correcto el vestir y finas las maneras. (1).
Una amplia habitación separada de la edificación principal, entre el patio que centra añoso pino y la sombreada huerta-jardín, es a la vez dormitorio y taller. En ella permanece buena parte del día, entregado a la pintura de motivos por lo general religiosos (2), a trabajos de bordado en blanco, algunos de los cuales aún se conservan, y a la lectura de los libros, diarios o publicaciones periódicas que llegan a la casa.
Agradable conversador, de léxico cuidado, discurre con frecuencia sobre autores de la antigüedad clásica, o la historia, vida y costumbres de pueblos extraños, conocidas a través de sus inquietudes de otras épocas y que según queda expuesto, no ha abandonado. Rara vez encuentra tema en sus recuerdos. Cuando lo hace, omite, al parecer deliberadamente, toda referencia al orden personal o familiar. A ello se debe, en gran medida, el desconocimiento de su vida anterior. Nadie escucha de sus labios noticia alguna, y el temor de actualizar posibles hechos ingratos pone reserva en las preguntas.
Con sus sobrinos políticos Juan Iturralde y Francisco Labourt, sostiene largas conversaciones en francés, idioma que domina, y en cuyos rudimentos inicia a algunos de sus sobrinos nietos, a quienes reúne con tal fin en el comedor de la casa. Se cree, asimismo, que no fue ajeno el inglés a sus conocimientos.
La música lo atrae, y se recuerdan sus ejecuciones en violín, que considerada su avanzada edad, permiten presumir el ajustado intérprete de horas mejores…”.

(1)   Destacan sus ya nombrados familiares este último rasgo de su personalidad.  Así, al abandonar su habitación, lo hace por lo general, en irreprochable traje de calle. Es su sastre don Guillermo Thiemer, alemán, quien se traslada desde Buenos Aires, donde está establecido, para realizar las pruebas de rigor. Severo y exigente el anciano, le obliga a rectificar cualquier error, por pequeño que fuere.

(2)   Quehacer éste que habría abandonado unos diez años antes de su muerte

Bibliografía:

Agustín Matienzo, Carlos Morel precursor del arte argentino, Editorial Emecé

José Cosmelli Ibáñez, Historia de la cultura argentina, Editorial Troquel


 (c) Araceli Otamendi - Archivos del Sur